La realidad que escondemos

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Los que vivimos en los pueblos de Los Pedroches somos unos valientes. Por vivir aquí. Pueblos pequeños que estamos como perdidos y olvidados del resto del país. Escasas y malas comunicaciones. Sin autovía. Carreteras comarcales sin arreglar. Sin facultad de veterinaria aunque aquí haya más animales que en ningún sitio. Con unos trenes para los que no hay apenas billetes, con pocas rutas de autobuses.

Tendremos que idear formas de resistencia. El problema es que eso lo tienen que hacer los ciudadanos. Los políticos miran sus carreras políticas y no se quieren meter con los de su color. Rehenes de sus partidos. Un día nos tendremos que levantar y pedir lo que es nuestro. Pagamos impuestos para unos servicios que nos tienen que respetar. No nos hemos ido dando cuenta hasta que nos ha tocado: nuestros hijos se han ido marchando. O se marcharán. ¡Si hubiéramos alzado la voz! Eso diremos mañana. Hoy ya es tarde o empezará a serlo pronto.

El otro día fui al homenaje que se hizo en Pozoblanco a nuestros mayores. Una mujer con más de 70 años me dijo al oído “como fuimos de felices en nuestra juventud no lo seremos jamás, ni tampoco lo serán los que vengan detrás”. Está claro que durante décadas hubo mucha pobreza material pero había otra cosa. El amor, la familia, la cercanía o las pequeñas cosas. Los viejos de antes, han vivido en el lugar que nacieron, con sus hijos y en su casa. Como decía la Condesa de Merlín “¿Qué derecho más sagrado que el de vivir en el suelo donde se ha nacido?”. Esta gente no se veía viviendo en otro lugar. Y ahora ven como sus nietos o sus hijos mayores tienen que adaptarse en los lugares donde cayeron. Unos en Madrid, otros en Zaragoza y los que van fuera de España. Cierto es que hubo tiempos en los que la gente se fue a Barcelona o a Francia pero la desbandada no fue tan grande como la de ahora. Y los que se van, no regresan. No porque vivan mejor sino por la moda. Lo rural no existe, solo la gran ciudad.

Si realmente se quiere evitar la despoblación, hay que empezar por dotar de servicios a los pueblos mejorando sus comunicaciones. Hay que invitar a que la gente a quedarse en sus pueblos. Como decía Muñoz Molina “no hay nada como ir al bar de siempre, hablar con el camarero y con el amigo de la niñez; sentarse a comer en familia y establecer un diálogo con las cosas de siempre, las que nos hicieron felices”. El mundo de las pequeñas cosas. Eso no lo tiene la gran ciudad. Un diamante que perderemos si todos nos vamos a vivir fuera de aquí. Nos estamos quedando sin románticos. Hablo de esos que le declaraban amor perpetuo al sitio que les vio nacer. 


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