La imaginación que habitaba en aquellos barrios

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Hubo un tiempo en el que nos apasionaba ver los mapas del mundo. Poníamos el dedo en lugares lejanos pensando que no llegaríamos a verlos nunca. Quizás por el hecho de que la gente no se alejaba del pueblo donde vivía. Se salía muy poco. Parecía que donde vivías era un lugar para toda la vida. Tal vez por ello supimos amar un poquito más lo nuestro. En la infancia ibas descubriendo los barrios de tu pueblo poco a poco. Los identificabas por sus olores, colores, situación, personas que habitaban en ellos y los comercios. Es curioso que antes se asociaba a la gente con el barrio en el que vivía. Se salía más de casa aunque fuera en esos viajes cortos.

Los niños de otra época caminábamos por aceras llenas de gente. Menos arregladas, más pequeñas pero con mucha más fantasía y más pobladas. Nos agolpábamos a las puertas de las tiendas de chucherías, de juguetes, de helados, de tebeos. Era como un cuento en el que nuestros paisajes estaban en plena calle. Nuestra aventura estaba en esas tardes interminables que se juntaban con la noche en las puertas de las casas. Un universo emocionante. Nuestra vida terminaba donde terminaba el pueblo. Nos quedábamos donde empezaba la carretera solitaria que llevaba a otros lugares. 



Con el paso del tiempo comprendes que el viaje más maravilloso es el que vives dentro de ti. El interior. Las verdaderas historias se cuajan con el tiempo. Y están en los días, en la vida, en las sonrisas, en los juegos, en las tardes, en los amigos, en los lugares donde habitas. Éramos demasiado ignorantes cuando creíamos que nuestro mundo estaba en esos lugares lejanos que venían en los mapas. Nuestro mundo estaba en nosotros mismos y lo podíamos llevar donde nosotros quisiéramos. No es el mundo el que nos guía, somos nosotros los que guiamos el mundo. Siempre será así aunque ahora nos hayamos apartado de la realidad.

Es cierto que este mundo, globalizado y aborregado de ahora, está desprovisto de la imaginación. Esa que nos hacía estar jugando en la puerta de nuestra casa creyendo que éramos detectives, pistoleros, capitanes de barcos que no existían, sheriffs, cantantes o actores de películas. Éramos los protagonistas de nuestra propia aventura o lo que es lo mismo, protagonistas de nuestra propia vida. Nadie podía vencer a nuestra imaginación. Esa que nos hizo grandes a las puertas de nuestras casas y que nos sirvió para ser felices.

La imaginación nos la han triturado con las máquinas inteligentes. Mucho más la de los niños que es la más pura. Máquinas que piensan por ellos. ¿Acaso hay algo más valioso que la fantasía imaginativa de un niño? Somos todos cómplices de lo que nos ha pasado. Sobreabundancia, comodidad, peligro en la calle, reclutamiento en casa o en actividades extraescolares. ¿Y la fantasía? Esa era la que nos transportaba en aquellos mapas con esos lugares que pensábamos que no íbamos a visitar. El lugar auténtico está en el interior de uno. Eso se nos olvidó enseñarlo. Y hasta lo olvidamos en nuestra vida diaria. Por eso lo recuerdo. 


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