Un día de romería

EMILIO GÓMEZ 
(Periodista)

Las personas pasan, se desvanecen y desaparecen, pero las tradiciones como la de nuestra Romería, permanecen cargadas de significación cultural y religiosa.

Las primeras horas de la mañana del día de la Virgen de Luna dibujan con agilidad el rostro de la gente que interviene, participa y vive la Romería. A primera hora en la plaza de Santa Catalina, se arremolinan hermanos, portadores, caminantes, devotos, niños. Es un día grande. El sol mañanero cuelga casi vertical y la gente se reúne en los sitios acostumbrados a celebrar la Romería.

Tantos años celebrando la romería. Cada año se escribe una página del tiempo más. Comienza cuando van llegando todos a la plaza de Santa Catalina que desde primera hora es un clamor. Todo es majestad y color. Los más pequeños no se cansan de mirar a los ‘tiradores’ que dan rienda suelta a sus salvas, dejando en el aire ese olor a pólvora que entra dentro del ritual de la fiesta. Todo es una sinfonía. El día está marcado en el calendario y en los corazones de las persona. Los hermanos de la Virgen toman sus posiciones como si fuera un tablero de ajedrez.

Unos van en familia, otros con los amigos, otros en silencio, otros cantando. Miles de personas que salen para hacer el camino, a pie, en carrozas, a caballo, en autobús o en coche. La mirada se arriesga a los caminos y sendas. El goce del viajero y el embrujo del camino.

Es el paisaje de la luz y del instante. Son costumbres que penetran en esta tierra ancestral y de fábula. Gente que quiere retener su pasado, sus creencias, su forma de ser. Caminando haciendo el camino (la pisa el moro, la cruz de la Coguchuela, la explanada del Santuario). Todo muy hermoso. Y llegar es lo más grande. Ver que ya estás. Sonando de fondo el santuario con el volteo de campanas que dan la señal de que es romería.



Hace muchos años que los antepasados de la zona levantaron este templo hogareño de la Jara, en el que se respira paciencia, sencillez y belleza. Cada año, la romería se reinventa de alguna manera, pues el sol nunca brilla de la misma forma. Todo sigue igual y todo ha cambiado. En la agenda de prioridades de los vecinos que marcharon a otros sitios por motivos de trabajo está siempre el regreso el día de la Virgen a la tierra que los vio nacer.

Se elevan los sentimientos cuando llegamos y nos introducimos en ese oasis de paz interior y bullicio de gente en la explanada de la ermita con sabor a tortilla de patatas, a matanza de ibérico, a queso recién cortado, a bota de vino. Son pocas horas de romería, pero se viven con intensidad disfrutando del placer de estar en un paraje maravilloso y rodeado de amigos. No existen dos viajes iguales aunque sea por el mismo camino. Y la eucaristía, los momentos, los silencios, el cante, las conversaciones, la cara de los niños. Y después traer a la Virgen a Pozoblanco.

Los porteadores la traen en volandas. Uno de los momentos más emotivos, como siempre, se vivió cuando la Virgen llegó al Arroyo Hondo. Allí centenares de personas y niños con su hornazo la esperan cada año. Posteriormente en el Ayuntamiento recibió el bastón de alcaldesa perpetua, antes de la subida por la calle Jesús con los gritos de “Viva la Virgen de Luna” y el momento mágico de la entrada en la Plaza de la Iglesia con las campanas de Santa Catalina repicando. La Virgen de Luna en su semana grande de Pozoblanco. Igual que cuando va a Villanueva de Córdoba. Es lo que nos une. Lo más. 


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