viernes, 26 de julio de 2019
El Arenales y el misterio de su duende escondido
EMILIO GÓMEZ
POZOBLANCO
El pasado viernes se oía por el barrio de San Antonio cante flamenco. Se escuchaba tan bien que me acerqué al sitio por donde salía esa música. En el Parque Aurelio Teno se habían citado dos cantaores diferentes. Uno de Pozoblanco, El Arenales, que por la mañana estuvo en la radio. Allí dijo “que salió cantando”. Soñó siempre con cantar en grandes sitios pero le atropelló la realidad. Su oficio en el campo le quitó el tiempo que necesitaba para sacar el duende que tenía. Y un día dejó de cantar quizás porque dejó de creer en sus sueños. Ya no quería saber nada del flamenco, ni de las saetas en Semana Santa. No quería cantar. Pasaron 30 años o los que fueran. Hasta que un día fue a la Peña Flamenca Agustín Fernández y empezó otra vez. Cantó. Se sorprendió que su duende seguía en el mismo sitio donde lo había dejado. Desde entonces, canta. Y lo hace sacando el misterio de ese arte que no se le va. Ha perdido cosas en este camino de la vida. No las oculta en su cante. Quizás por eso su cante tiene más pellizco.
En la entrevista que le hice el pasado viernes vi que el duende suyo se esconde en sus silencios. No sabe bien lo que va a decir pero tiene cosas en las que piensa. Es como si tuviera una emoción dentro. Está en su mundo. El viernes cantó con esa naturalidad. El Arenales ha vuelto a un camino que dejó hace tantos años. Ha recuperado a los admiradores que tenía y a otros nuevos encontrándose con el arte. Sus cantes están empapados de nostalgia. Los mezcla con la pureza y la quietud. Es un cantaor que sabe quedarse ahí. Por donde está el arte. Muchas veces no sabe lo qué decir. Es como si su duende esté lleno de silencios.
Su acompañante de cartel, Antonio Reyes, estuvo espléndido. Afinación, buen gusto y compás. Y muchas cosas más. El chiclanero es uno de esos cantaores que sabes que marcará una época antes o después. Lo reúne todo. Entre los dos dieron una noche grande.
POZOBLANCO
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Bartolomé López y Rafael Trenas durante su actuación el pasado viernes. /SÁNCHEZ RUIZ
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El pasado viernes se oía por el barrio de San Antonio cante flamenco. Se escuchaba tan bien que me acerqué al sitio por donde salía esa música. En el Parque Aurelio Teno se habían citado dos cantaores diferentes. Uno de Pozoblanco, El Arenales, que por la mañana estuvo en la radio. Allí dijo “que salió cantando”. Soñó siempre con cantar en grandes sitios pero le atropelló la realidad. Su oficio en el campo le quitó el tiempo que necesitaba para sacar el duende que tenía. Y un día dejó de cantar quizás porque dejó de creer en sus sueños. Ya no quería saber nada del flamenco, ni de las saetas en Semana Santa. No quería cantar. Pasaron 30 años o los que fueran. Hasta que un día fue a la Peña Flamenca Agustín Fernández y empezó otra vez. Cantó. Se sorprendió que su duende seguía en el mismo sitio donde lo había dejado. Desde entonces, canta. Y lo hace sacando el misterio de ese arte que no se le va. Ha perdido cosas en este camino de la vida. No las oculta en su cante. Quizás por eso su cante tiene más pellizco.
En la entrevista que le hice el pasado viernes vi que el duende suyo se esconde en sus silencios. No sabe bien lo que va a decir pero tiene cosas en las que piensa. Es como si tuviera una emoción dentro. Está en su mundo. El viernes cantó con esa naturalidad. El Arenales ha vuelto a un camino que dejó hace tantos años. Ha recuperado a los admiradores que tenía y a otros nuevos encontrándose con el arte. Sus cantes están empapados de nostalgia. Los mezcla con la pureza y la quietud. Es un cantaor que sabe quedarse ahí. Por donde está el arte. Muchas veces no sabe lo qué decir. Es como si su duende esté lleno de silencios.
Su acompañante de cartel, Antonio Reyes, estuvo espléndido. Afinación, buen gusto y compás. Y muchas cosas más. El chiclanero es uno de esos cantaores que sabes que marcará una época antes o después. Lo reúne todo. Entre los dos dieron una noche grande.
/FOTOS: SÁNCHEZ RUIZ
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