viernes, 13 de marzo de 2020
¡ Se escribe WhatsApp ! Pan de mi alforja
JUAN BAUTISTA ESCRIBANO CABRERA
Jamás escuché en mi casa una palabra de menosprecio hacia el trabajo de agricultor o ganadero. Al contrario, estos oficios eran y son valorados como los que ayudaron a mis padres a criar y a dar estudios a sus nueve hijos. Sin embargo, los tiempos, sus prioridades… y, por supuesto, su lenguaje pueden resultar devastadores y algo de eso ocurre con parte de la esencia de ser agricultor y ganadero hoy, en nuestros Pedroches de nuestra alma.
La expansión y el crecimiento de COVAP, a la que tanto debemos y a cuyo inspirador, don Ricardo Delgado, debería conocerse y estudiarse en las escuelas, se solapa con datos mucho menos halagüeños: El éxodo permanente del campo a la ciudad y, generalizada en la década de los sesenta, la marcha de un elevadísimo y creciente número de jóvenes a Córdoba, a Sevilla, a Madrid,… para cursar estudios superiores. El sacrificio de sus padres les permitió y permite –además- acceder a profesiones que no hallan cabida en el pueblo que los vio jugar de niños. Muchos de ellos no han de volver y su descendencia jamás poblará el Valle de los Pedroches. Por el camino, bastantes son asaltados por el desarraigo y sus hábitos, su modo de vida… y hasta su manera de hablar ceden ante otros… más globales (vamos a dejarlo ahí).
Como no estoy cualificado ni me atrevería a realizar estudio sociológico alguno, prefiero referirme a cosillas de andar por casa, por si de ellas extraigo enseñanza que me aproveche y, rebuscando en algunas de las señas de identidad de nuestra gente del campo, me topé con esta rimada sentencia: “Pan de mi alforja, mientras tú no me faltes, todo me sobra”, que alguna vez escuché recitar a mi abuelo.
En los tiempos en que aún no se habían inventado los viajes de placer para todos y solo se llevaban a cabo desplazamientos de cierta envergadura si existían razones de peso, (algún encuentro familiar o, mucho peor, problemas serios de salud) desplazarse, por ejemplo, a Córdoba por aquella carretera sembrada de baches y repleta de curvas, con los vehículos de que se disponía, era algo más que una aventura. Solo en el camino (ida y vuelta) se consumían cuatro horas en condiciones normales y dicha normalidad podía dejar de serlo en un instante. Una avería o un simple pinchazo lo complicaban hasta el esperpento. Imagínense los desplazamientos en el automotor o, algunos años antes, en carro o en tartana. En estos viajes, era costumbre llevar a mano las alforjas o una cesta y dentro la talega y la fiambrera, por si la cosa se ponía fea y el hambre apretaba en el camino... Y al tiempo que comían, convencidos de que “las penas con pan son menos”, la ocasión servía para, en el mejor sentido del término, culturizar: ¡Pan de mi alforja!... Por lo que pueda ocurrir.
Para aquellos pedrocheños, aunque significara esfuerzo y estrecheces, resultaba indispensable depender, en lo fundamental, de sí mismos y no de la generosidad ajena o del azar. Era éste un valor y una aspiración grabados a fuego en nuestra manera de ser. La filosofía de la citada cooperativa se nutre y nos devuelve éste (quien conoce nuestro campo valora la autonomía lograda gracias al cooperativismo) y otros principios que demuestran que nuestros pueblos, con sus carencias, de incultos, nada de nada.
Si nos dejamos y preclaras mentes nos acaban convenciendo de que el turismo rural, el deporte rural, la música rural, la cultura rural, el ocio rural, la gastronomía rural, la noche rural,… y todo lo que queramos asociar a lo rural se halla por delante y que, incluso, puede suplir como medio de vida a lo rural sin aditivos, es decir: la agricultura y la ganadería. Si esto ocurre –y nos acercamos peligrosamente- la vida en nuestro valle resultará muy complicada en un futuro más próximo de lo que algunos quieren reconocer. ¡Lo primero es antes! Y lo demás se os dará por añadidura.
Bienvenidos a ¡Se escribe WhatsApp! Muchas gracias por acompañarme hasta aquí. No, no es necesario añadir jejeje ni marcar emoticono alguno. Espero que nos sigamos encontrando en alguna de las plazas de nuestra comarca y, ojalá que, con todos los cambios y mejoras (que son bien recibidos por los que nos hemos quedado y por los que vienen detrás), no nos equivoquemos y perdamos de vista que la riqueza y supervivencia de nuestros pueblos pasan, indefectiblemente, por reconocer, prestigiar, racionalizar y preservar el oficio de agricultores y ganaderos: Nuestros padres, hermanos, amigos,… Nosotros mismos. Y ¿Por qué no? ¡Nuestros hijos e hijas!
Lo otro ayuda pero, aunque venga envuelto en papel celofán, no es ¡Pan de mi alforja! sino harina de otro costal. Claro que, quién se acuerda ahora de la cesta, la alforja o la fiambrera, habiendo bolsas y taper de todos los tamaños y cuando la mayor ilusión de los niños y niñas que viajan a Córdoba (en un rato y sin ningún motivo serio) es comer en un burguer o en una pizzería. Y alguien debería de acordarse y recordárnoslo.
La expansión y el crecimiento de COVAP, a la que tanto debemos y a cuyo inspirador, don Ricardo Delgado, debería conocerse y estudiarse en las escuelas, se solapa con datos mucho menos halagüeños: El éxodo permanente del campo a la ciudad y, generalizada en la década de los sesenta, la marcha de un elevadísimo y creciente número de jóvenes a Córdoba, a Sevilla, a Madrid,… para cursar estudios superiores. El sacrificio de sus padres les permitió y permite –además- acceder a profesiones que no hallan cabida en el pueblo que los vio jugar de niños. Muchos de ellos no han de volver y su descendencia jamás poblará el Valle de los Pedroches. Por el camino, bastantes son asaltados por el desarraigo y sus hábitos, su modo de vida… y hasta su manera de hablar ceden ante otros… más globales (vamos a dejarlo ahí).
Como no estoy cualificado ni me atrevería a realizar estudio sociológico alguno, prefiero referirme a cosillas de andar por casa, por si de ellas extraigo enseñanza que me aproveche y, rebuscando en algunas de las señas de identidad de nuestra gente del campo, me topé con esta rimada sentencia: “Pan de mi alforja, mientras tú no me faltes, todo me sobra”, que alguna vez escuché recitar a mi abuelo.
En los tiempos en que aún no se habían inventado los viajes de placer para todos y solo se llevaban a cabo desplazamientos de cierta envergadura si existían razones de peso, (algún encuentro familiar o, mucho peor, problemas serios de salud) desplazarse, por ejemplo, a Córdoba por aquella carretera sembrada de baches y repleta de curvas, con los vehículos de que se disponía, era algo más que una aventura. Solo en el camino (ida y vuelta) se consumían cuatro horas en condiciones normales y dicha normalidad podía dejar de serlo en un instante. Una avería o un simple pinchazo lo complicaban hasta el esperpento. Imagínense los desplazamientos en el automotor o, algunos años antes, en carro o en tartana. En estos viajes, era costumbre llevar a mano las alforjas o una cesta y dentro la talega y la fiambrera, por si la cosa se ponía fea y el hambre apretaba en el camino... Y al tiempo que comían, convencidos de que “las penas con pan son menos”, la ocasión servía para, en el mejor sentido del término, culturizar: ¡Pan de mi alforja!... Por lo que pueda ocurrir.
Para aquellos pedrocheños, aunque significara esfuerzo y estrecheces, resultaba indispensable depender, en lo fundamental, de sí mismos y no de la generosidad ajena o del azar. Era éste un valor y una aspiración grabados a fuego en nuestra manera de ser. La filosofía de la citada cooperativa se nutre y nos devuelve éste (quien conoce nuestro campo valora la autonomía lograda gracias al cooperativismo) y otros principios que demuestran que nuestros pueblos, con sus carencias, de incultos, nada de nada.
Si nos dejamos y preclaras mentes nos acaban convenciendo de que el turismo rural, el deporte rural, la música rural, la cultura rural, el ocio rural, la gastronomía rural, la noche rural,… y todo lo que queramos asociar a lo rural se halla por delante y que, incluso, puede suplir como medio de vida a lo rural sin aditivos, es decir: la agricultura y la ganadería. Si esto ocurre –y nos acercamos peligrosamente- la vida en nuestro valle resultará muy complicada en un futuro más próximo de lo que algunos quieren reconocer. ¡Lo primero es antes! Y lo demás se os dará por añadidura.
Bienvenidos a ¡Se escribe WhatsApp! Muchas gracias por acompañarme hasta aquí. No, no es necesario añadir jejeje ni marcar emoticono alguno. Espero que nos sigamos encontrando en alguna de las plazas de nuestra comarca y, ojalá que, con todos los cambios y mejoras (que son bien recibidos por los que nos hemos quedado y por los que vienen detrás), no nos equivoquemos y perdamos de vista que la riqueza y supervivencia de nuestros pueblos pasan, indefectiblemente, por reconocer, prestigiar, racionalizar y preservar el oficio de agricultores y ganaderos: Nuestros padres, hermanos, amigos,… Nosotros mismos. Y ¿Por qué no? ¡Nuestros hijos e hijas!
Lo otro ayuda pero, aunque venga envuelto en papel celofán, no es ¡Pan de mi alforja! sino harina de otro costal. Claro que, quién se acuerda ahora de la cesta, la alforja o la fiambrera, habiendo bolsas y taper de todos los tamaños y cuando la mayor ilusión de los niños y niñas que viajan a Córdoba (en un rato y sin ningún motivo serio) es comer en un burguer o en una pizzería. Y alguien debería de acordarse y recordárnoslo.
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