sábado, 19 de septiembre de 2015
Todos debemos de ayudar a los refugiados
EMILIO GÓMEZ
(Periodista)
El mundo no es de nadie. Es cierto que cada uno tenemos una vida, que nacemos en una parte pero no nos podemos adueñar de algo que no nos pertenece. El aire, el sol, la luna son de todos. No se porqué poner muros en las propiedades.
Estas semanas hemos visto como los refugiados buscan sitio para vivir. Huyen de la muerte y nos cuesta abrirles las puertas de la vida. Es como si estuviéramos viendo una película con alguien llamando a la puerta para meterse en nuestra casa porque los matan y no le abriéramos el portal . Esto visto en una pantalla sería un hecho deleznable. Pues así estamos siendo. Nos estamos pensando si quitar o no el cerrojo.
Decimos que estamos en crisis pero el 30% de la población mundial es hoy, pese al mal trance de su economía, cien veces más rico que el 70% restante. Con una parte de lo que la humanidad despilfarra o tira podría alimentarse toda la población entera.
Esta pasividad ante el sufrimiento de los seres humanos es lo que realmente preocupa. El mundo es cada vez más egoísta. Durante estos últimos días hemos visto que el debate era si los acogíamos o no, si le ayudábamos en pequeñas o grandes cantidades, si los aceptábamos entre nosotros o si por el contrario los dejábamos en su mundo que le estaba estallando. No podemos dejar a seres humanos en la guerra, en el sufrimiento, en la muerte, en sus padecimientos. No le podemos obstaculizar el paso. ¿Por qué este territorio por donde caminamos es nuestros y no es de ellos? A veces me pregunto que si nos hubieran dejado manipular el sol, las estrellas o la luna, ni tendríamos cielo ni tendríamos luz. Nos hemos apartado tanto de la armonía natural que no respetamos nada.
Vivir consiste en algo tan simple como sentir el aire, contemplar la luz o notar al que se tiene al lado sintiéndolo. El problema es que solo nos sentimos a nosotros mismos sin caer en que podíamos estar al otro lado. La existencia se basa en el más puro azar. Los que nacen en sitios donde habita el sufrimiento no están condenados a ese lugar. Es lícito que busquen otro mundo. Hay un lugar maravilloso para ellos, como lo hay para nosotros. Antes cuando presenciábamos una necesidad en alguien, nos tirábamos a socorrerlo. Ahora la gente escurre el bulto para no tropezárselo. La gente aspira a ser feliz, tener dinero y divertirse. No le importa nada más, ni el otro. Cada uno vamos en un vagón y nos da igual que el vagón de al lado descarrile. Solo nos importa el nuestro. Una sociedad individualizada es una sociedad condenada al fracaso. Cuando más disgregada está una sociedad, más suelen surgir soledades ruines.
Nosotros tenemos unas deudas morales contraídas con las personas que viven en nuestro mundo. Recibimos a los ricos extranjeros con los brazos abiertos cuando vienen a invertir en nuestro país, pero no a los pobres, ni a los que vienen a refugiarse porque ellos no tienen nada más que miedo.
(Periodista)
El mundo no es de nadie. Es cierto que cada uno tenemos una vida, que nacemos en una parte pero no nos podemos adueñar de algo que no nos pertenece. El aire, el sol, la luna son de todos. No se porqué poner muros en las propiedades.
Estas semanas hemos visto como los refugiados buscan sitio para vivir. Huyen de la muerte y nos cuesta abrirles las puertas de la vida. Es como si estuviéramos viendo una película con alguien llamando a la puerta para meterse en nuestra casa porque los matan y no le abriéramos el portal . Esto visto en una pantalla sería un hecho deleznable. Pues así estamos siendo. Nos estamos pensando si quitar o no el cerrojo.
Decimos que estamos en crisis pero el 30% de la población mundial es hoy, pese al mal trance de su economía, cien veces más rico que el 70% restante. Con una parte de lo que la humanidad despilfarra o tira podría alimentarse toda la población entera.
Esta pasividad ante el sufrimiento de los seres humanos es lo que realmente preocupa. El mundo es cada vez más egoísta. Durante estos últimos días hemos visto que el debate era si los acogíamos o no, si le ayudábamos en pequeñas o grandes cantidades, si los aceptábamos entre nosotros o si por el contrario los dejábamos en su mundo que le estaba estallando. No podemos dejar a seres humanos en la guerra, en el sufrimiento, en la muerte, en sus padecimientos. No le podemos obstaculizar el paso. ¿Por qué este territorio por donde caminamos es nuestros y no es de ellos? A veces me pregunto que si nos hubieran dejado manipular el sol, las estrellas o la luna, ni tendríamos cielo ni tendríamos luz. Nos hemos apartado tanto de la armonía natural que no respetamos nada.
Vivir consiste en algo tan simple como sentir el aire, contemplar la luz o notar al que se tiene al lado sintiéndolo. El problema es que solo nos sentimos a nosotros mismos sin caer en que podíamos estar al otro lado. La existencia se basa en el más puro azar. Los que nacen en sitios donde habita el sufrimiento no están condenados a ese lugar. Es lícito que busquen otro mundo. Hay un lugar maravilloso para ellos, como lo hay para nosotros. Antes cuando presenciábamos una necesidad en alguien, nos tirábamos a socorrerlo. Ahora la gente escurre el bulto para no tropezárselo. La gente aspira a ser feliz, tener dinero y divertirse. No le importa nada más, ni el otro. Cada uno vamos en un vagón y nos da igual que el vagón de al lado descarrile. Solo nos importa el nuestro. Una sociedad individualizada es una sociedad condenada al fracaso. Cuando más disgregada está una sociedad, más suelen surgir soledades ruines.
Nosotros tenemos unas deudas morales contraídas con las personas que viven en nuestro mundo. Recibimos a los ricos extranjeros con los brazos abiertos cuando vienen a invertir en nuestro país, pero no a los pobres, ni a los que vienen a refugiarse porque ellos no tienen nada más que miedo.
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