sábado, 25 de junio de 2016
La pasión de los alfareros
ARTURO LUNA BRICEÑO
Cuando el 1972 presenté en TVE la serie de “Oficios para el recuerdo” le adjunté un informe que había hecho para Ana María Vicent y que era la base para comenzar a crear el Museo Etnográfico de Córdoba. Recuerdo que me preguntaron qué diferencia había entre un artesano y un artista. Yo le dije que ninguna porque los dos transformaban a través de sus manos e ingenio una materia en un objeto. Que podía ser de uso o decorativo. Y que para mí el resultado de la obra estaba en la pasión que el hombre le pusiera a su trabajo.
Ahora, cuando veo abandonado a su suerte el horno de la última alfarería que estuvo activa en Pozoblanco, me pregunto: ¿Si estas `piedras hablaran nos contarían cuanta pasión por el trabajo bien hecho han cubierto siglos de artesanía en el fuego de su interior y en el trajinar de sus alrededores?
Pero no es así. Están solas, abandonadas, olvidadas y yo diría que incomprendidas.
¿Cómo se puede tener tanta ingratitud e indiferencia ante un alfar que le cambió la fisonomía al pueblo y le dio techo y resguardo a un buen número de generaciones en Los Pedroches?
Está claro que no nos gustan las historias que han sido escritas en el viento.
En 1754 sólo quedaba una casa con techo de retama en las Siete Villas de los Pedroches. Está reflejada en las Respuestas al Catastro de Ensenada de Villanueva de Córdoba. A finales del siglo dieciséis eran muy pocas casas las que tenían, en la Comarca, tejado de cerámica. La situación comenzó a cambiar cuando se establecieron en los Pedroches los alarifes de origen portugués que trabajaban las bóvedas de cuatro puntos que eran capaces de aguantar tejados de mayor peso. Pero esto no hubiera sido posible sin los alfareros que elaboraron en sus moldes el ladrillo para las bóvedas y en sus tornos las tejas castellanas, de canal y canalillo, para hacer unos tejados de menor peso.
Y esta alfarería es el último testigo de esta gesta. El horno, con bóveda cerrada al estilo de la mufla árabe, es uno de los más antiguos del pueblo. Vecino de la que antes se llamaba Calle del Tejar Viejo y ahora Santo Domingo
Se ha conservado y resistido al tiempo porque la pasión de una antigua y arraigada familia de alfareros lo ha querido así. Ahora están empeñados en que tanta historia que se hizo entre barros batidos. Manos y pies moviendo el torno y moldeando la arcilla. En noches y días de fuego intenso, en el que el humo se elevaba al cielo y ubicaba el alfar, y las llamaradas que por la noche desprendían los haces de jara al quemarse en el horno iluminando el barrio como si de velada a San Bartolomé se tratara. Toda esta historia impregnada en las paredes de este alfar que se encuentran en peligro de perderse, como tantas y tantas cosas hemos dejado perder en Pozoblanco, pueden ser víctimas de la piqueta y el olvido.
Hace unos años, María, la hermana mayor de esta última generación de alfareros, y que heredó el alfar, me contó: “La familia Muñoz- Cabello es la última que ejerció el oficio de la alfarería en Pozoblanco Este taller tiene más de doscientos años de antigüedad. Y María dice que su abuela era la que venía de familia de alfareros, y que para casarse le dijo a su novio que lo haría si este se hacía alfarero. Y así fue, y compraron este alfar. En él trabajó su abuelo, luego su padre, su hermano Antonio, ya fallecido, y su hermano José, gravemente enfermo y también fallecido”.
José Muñoz Cabello fue el último artesano alfarero de la dinastía que en el siglo XVI vino de Arévalo a Pozoblanco. El último testigo de la pasión que encierran estos muros. A quién Dios tenga en su gloria. Yo en su memoria he escrito estas líneas.
Cuando el 1972 presenté en TVE la serie de “Oficios para el recuerdo” le adjunté un informe que había hecho para Ana María Vicent y que era la base para comenzar a crear el Museo Etnográfico de Córdoba. Recuerdo que me preguntaron qué diferencia había entre un artesano y un artista. Yo le dije que ninguna porque los dos transformaban a través de sus manos e ingenio una materia en un objeto. Que podía ser de uso o decorativo. Y que para mí el resultado de la obra estaba en la pasión que el hombre le pusiera a su trabajo.
Ahora, cuando veo abandonado a su suerte el horno de la última alfarería que estuvo activa en Pozoblanco, me pregunto: ¿Si estas `piedras hablaran nos contarían cuanta pasión por el trabajo bien hecho han cubierto siglos de artesanía en el fuego de su interior y en el trajinar de sus alrededores?
Pero no es así. Están solas, abandonadas, olvidadas y yo diría que incomprendidas.
¿Cómo se puede tener tanta ingratitud e indiferencia ante un alfar que le cambió la fisonomía al pueblo y le dio techo y resguardo a un buen número de generaciones en Los Pedroches?
Está claro que no nos gustan las historias que han sido escritas en el viento.
En 1754 sólo quedaba una casa con techo de retama en las Siete Villas de los Pedroches. Está reflejada en las Respuestas al Catastro de Ensenada de Villanueva de Córdoba. A finales del siglo dieciséis eran muy pocas casas las que tenían, en la Comarca, tejado de cerámica. La situación comenzó a cambiar cuando se establecieron en los Pedroches los alarifes de origen portugués que trabajaban las bóvedas de cuatro puntos que eran capaces de aguantar tejados de mayor peso. Pero esto no hubiera sido posible sin los alfareros que elaboraron en sus moldes el ladrillo para las bóvedas y en sus tornos las tejas castellanas, de canal y canalillo, para hacer unos tejados de menor peso.
Y esta alfarería es el último testigo de esta gesta. El horno, con bóveda cerrada al estilo de la mufla árabe, es uno de los más antiguos del pueblo. Vecino de la que antes se llamaba Calle del Tejar Viejo y ahora Santo Domingo
Se ha conservado y resistido al tiempo porque la pasión de una antigua y arraigada familia de alfareros lo ha querido así. Ahora están empeñados en que tanta historia que se hizo entre barros batidos. Manos y pies moviendo el torno y moldeando la arcilla. En noches y días de fuego intenso, en el que el humo se elevaba al cielo y ubicaba el alfar, y las llamaradas que por la noche desprendían los haces de jara al quemarse en el horno iluminando el barrio como si de velada a San Bartolomé se tratara. Toda esta historia impregnada en las paredes de este alfar que se encuentran en peligro de perderse, como tantas y tantas cosas hemos dejado perder en Pozoblanco, pueden ser víctimas de la piqueta y el olvido.
Hace unos años, María, la hermana mayor de esta última generación de alfareros, y que heredó el alfar, me contó: “La familia Muñoz- Cabello es la última que ejerció el oficio de la alfarería en Pozoblanco Este taller tiene más de doscientos años de antigüedad. Y María dice que su abuela era la que venía de familia de alfareros, y que para casarse le dijo a su novio que lo haría si este se hacía alfarero. Y así fue, y compraron este alfar. En él trabajó su abuelo, luego su padre, su hermano Antonio, ya fallecido, y su hermano José, gravemente enfermo y también fallecido”.
José Muñoz Cabello fue el último artesano alfarero de la dinastía que en el siglo XVI vino de Arévalo a Pozoblanco. El último testigo de la pasión que encierran estos muros. A quién Dios tenga en su gloria. Yo en su memoria he escrito estas líneas.
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