Defender la dignidad

MIGUEL CASTILLA FERNÁNDEZ 


“Lo primero en el hombre es la dignidad” (Ángel Ganivet en “Los trabajos del infatigable creador Pío Cid”)

Después de la vida, que es el principal y primer valor y sin la cual nada existe, uno de los valores esenciales e inalienables con el que debe ser investido todo ser humano es el de su honor y su dignidad personal. Muchos, este valor lo consideran incluso superior a la libertad, y por eso prefieren estar cautivos o encarcelados que vivir “libres” pero inmersos en la indignidad personal o colectiva. Los hay incluso que ese valor indiscutible lo tienen tan exacerbado que prefieren morir antes que vivir en el deshonor y la indignidad. Hace algunos siglos no era infrecuente que la gente se batiera en duelo con el fin de preservar su honor aun a riesgo de perder la propia vida. El magnífico e injustamente poco reconocido escritor granadino Ángel Ganivet, autor de la frase con la que inicio este artículo, era de esos que tenían un sentido exacerbado del honor y la dignidad, por eso decidió quitarse la vida, por la tristeza y la depresión que le provocó la insoportable indignidad en la que él creía vivía la España de su época. Si hubiera vivido en lo que va quedando de la España actual no me atrevo siquiera a pensar lo que hubiera hecho. Seguramente Ganivet habría advertido hoy claramente que el mal uso y el abuso de la palabra y el concepto “tolerancia” en nuestra sociedad nos ha llevado en este país a la enorme torpeza de ser tolerantes con lo intolerable, y así nos va en tantos aspectos, algunos de ellos tan candentes como sangrantes.

Por ser el derecho al honor y a la dignidad tan importante, por ser un derecho inherente a la propia persona e inviolable, es por lo que cualquier Ordenamiento Jurídico que se precie lo tiene especialmente reconocido y protegido. Por supuesto el Derecho Positivo Español procede de inmediato a su tutela, y lo recoge ya dentro de los derechos fundamentales en el artículo 18.1 de la felizmente vigente Constitución Española, y reserva toda una Ley Orgánica (Ley 1/1982, de 5 de mayo) para regularlo y protegerlo. Lógicamente, también existe una batería de artículos del Código Penal Español (artículos del 205 al 216) que se encargan de recoger y sancionar las conductas que suponen ataques flagrantes al derecho al honor.

Todos sabemos la importancia de preservar nuestro honor y nuestra dignidad personal, porque todos hemos tenido daños y dolores en el cuerpo, pero también todos hemos sufrido el padecimiento moral; daños injustos infligidos arbitrariamente que han lacerado nuestra alma, algunas veces dejando secuelas para siempre. Y en muchas ocasiones hemos sufrido más por los agravios injustos en nuestra alma que por los daños causados en nuestro cuerpo. Si Mario Benedetti proponía en uno de sus poemas defender la alegría, yo reclamo también defender la dignidad, para que no nos abran arbitraria e injustamente heridas en el alma.

Hace algunos años, un hombre instalado desde hace tiempo en el mundo del “espectáculo” y de la farándula, que se llama Norberto Ortiz Osborne, pero es más conocido como Bertín Osborne, en un programa de televisión (“Yo estuve allí”) emitido en horario de máxima audiencia por La 1 de TVE , supongo que para hacerse el interesante, o para arañar una cuota de notoriedad y de protagonismo en una jornada trágica pero al fin y al cabo histórica, aprovechándose de la coincidencia que había supuesto su actuación en la antigua caseta municipal el mismo día que había sido corneado mortalmente Paquirri, decidió montar y difundir ante toda España una película fantasmagórica con ribetes surrealistas y kafkianos; destacando en esta historieta truculenta y macabra que se inventó este hombre, sobre todo, la escena morbosa de los músicos vistiéndose en la enfermería de la plaza entre la sangre derramada del torero recién muerto.

Hace siete años que Norberto Osborne perpetró por primera vez este atentado contra el honor y la dignidad colectiva de Pozoblanco y los pozoalbenses, porque cualquier televidente neutral y legítimamente inocente ante la supuesta verdad de los hechos que se habían relatado, había recibido al menos tres mensajes directos o subliminales (algunos puestos por el fabulador en boca de la Guardia Civil que supuestamente interceptó su vehículo en un control de carretera pocos kilómetros antes de llegar a Pozoblanco), mensajes que dejaban muy mal parada la imagen de Pozoblanco y los pozoalbenses, a saber: Esta zona es un hervidero de furtivos; en Pozoblanco es donde “han matado a Paqurri”; y la insensibilidad y el atraso de sus habitantes es tal que permiten que los músicos se vistan en la enfermería de la plaza de toros entre la sangre derramada del torero recién muerto, sangre que no se han molestado siquiera en limpiar. Toda aquella historieta siniestra e indecente suponía el escenario ideal para colocar a Pozoblanco (y por ende a sus habitantes) en un punto central y neurálgico de esa España negra y atrasada que subyace todavía en parte del imaginario colectivo, en la que apenas ha llegado aún la civilización y cuyos habitantes sobreviven poco menos que asilvestrados.

En aquella ocasión todos los pozoalbenses, con mucha razón, nos sentimos profundamente indignados, todavía más los que asistimos a su “famoso” concierto y comprobábamos alucinados y atónitos la magnitud sideral del cinismo y la desvergüenza con que este hombre difundía su patraña. En aquella ocasión la Corporación Municipal de Pozoblanco hizo mutis por el foro, dio la callada por respuesta (cuando callar es otorgar) ante la afrenta que suponía la violación de la dignidad colectiva pozoalbense, que quedaba claramente mancillada. No salió con contundencia al paso para pedir explicaciones y exigir una rectificación a este hombre y al canal que había propagado su infundio, con lo cual su fraude y deslealtad con la audiencia en general y su agravio a los pozoalbenses en particular había quedado en aquella ocasión absolutamente impune. Aquí, entre la rabia y la indignación, no defendidos ni protegidos como corresponde por nuestros representantes públicos de entonces, nos tragamos todos los habitantes de Pozoblanco sapos y culebras conscientes del daño producido y de que el estigma ya no nos lo iba a quitar nadie, que la espina seguiría injustamente clavada en el alma colectiva de nuestro querido pueblo.

Y como la impunidad de la primera vez suponía que la semilla estuviera dispuesta y el campo estuviera abonado para que volviera a surgir en cualquier momento de nuevo la misma patraña, la patraña de Norberto Osborne volvió a surgir y reverdecer en un programa y horario de máxima audiencia a través de TVE 1 el pasado 23 de septiembre. Otra vez la indignación generalizada (esta vez aún más profunda, porque ahora además ya había el agravante de la reincidencia, una reincidencia que ya resultaba de todo punto intolerable), otra vez a tragar todos sapos y culebras, salvo algunos, como por ejemplo Arturo Luna y mi amigo Miguel Cardador, que antes y ahora han alzado la voz para desenmascarar al mentiroso.

Y yo esta vez, indignado como todos, dije que no. Que no iba a tragar otra vez con toda esta infame mentira, con esta tropelía y abuso intolerables, que no me iba a quedar sin expresar mi rabia y mi indignación y sin exigir una rectificación, por supuesto de forma racional y educada, como debe ser. Y que por lo menos iba a ejercer mi derecho al desahogo y a expresar con firmeza a los responsables de la Corporación Radio Televisión Española que todo lo que B. Osborne relataba sobre su supuesto concierto en la plaza de toros el día que fue cogido mortalmente el torero era una falacia de dimensiones oceánicas, y que yo (como otros muchos) podía dar fe y demostrarlo, porque, además de existir el programa de actos de la Feria de 1.984 que lo acreditaba, yo era uno de los que estuvo en la antigua caseta municipal oyéndole cantar esa noche, sin lágrima alguna por su parte, durante cerca de una hora.

Sabedor de que el artículo 20.1 d) de la Constitución Española protege a los ciudadanos españoles en este tipo de situaciones y conocedor de la existencia de la figura del “Defensor del Espectador”, que tiene su propio y particular Estatuto desde el 29 de noviembre de 2.007 como consecuencia de la promulgación de la Ley 17/2006, de 5 de junio de la radio y televisión de titularidad estatal, entendí que ese era el cauce correcto y apropiado y me apliqué en redactar un escrito formal de queja y enviarlo a la Corporación RTVE a través de la institución del Defensor del Espectador. En ese escrito de queja dejaba bien patentes y sin ambigüedades las falsedades que, otra vez, relataba B. Osborne; hacía ver el daño injusto e injustificable que con esa mentira se le infligía de forma absurda y arbitraria a toda una población y sus habitantes; le expresaba además que esa versión inventada era una deslealtad y un fraude clamoroso a la audiencia; y exigía formalmente una rectificación y una disculpa pública por parte de esta persona.

Pues bien, aunque tarde y mal, esa “rectificación”, si bien sólo parcialmente, ha llegado. Tarde, porque no ha sido por propia voluntad, sino obligado por las circunstancias, ya que, como se dice vulgarmente, le han cogido con el carrito del helado. Y mal, porque además de no tener la gallardía y la sensibilidad de pedir perdón a la audiencia en general y a los pozoalbenses en particular, esa “rectificación”, sólo parcial, sigue trufada de mentiras. De todas formas prefiero quedarme con lo importante, porque esto conseguido es mucho más que nada, y porque esa espina de alguna manera y en cierta medida nos la hemos sacado, y aunque no se puede estar seguro, porque la desvergüenza y el cinismo de algunas personas alcanza cotas siderales, yo espero que todo mi empeño haya servido por lo menos para que este hombre no se atreva más a propagar con regodeo por ningún medio su mentirosa y delirante historieta macabra.

Y luego está el lastimoso, triste y deprimente papel jugado por toda la Corporación Municipal de Pozoblanco en este enojoso asunto. Más que papel jugado quizá debiera haber puesto mejor la ausencia de papel jugado, su decepcionante inacción, su ausencia absoluta de respuesta para salvaguardar la imagen de nuestro pueblo. Si triste y lastimoso fue lo del consistorio en la primera ocasión, peor ha sido en ésta, porque existe el agravante de reincidencia y la indignación general se ha vuelto todavía mayor. Señoras y señores corporativos, esto va para los que son ahora y para los que fueron antes, deben saber que ocupan ustedes esos puestos por propia voluntad, que nadie les ha obligado a estar ahí, y que si son concejales del Ayuntamiento de Pozoblanco arguyendo una supuesta vocación de servicio público, deben tener perfectamente claro que una de sus principales obligaciones y responsabilidades es defender y proteger desde sus posiciones de gobierno u oposición sin medias tintas, remilgos y ambages el honor y la dignidad colectiva del pueblo que los ha colocado en el sillón que ocupan; y que la defensa de esa dignidad colectiva es innegociable.

Y aunque hay personas dentro del consistorio pozoalbense a las que tengo sincera estima y aprecio, y me cuesta trabajo expresar lo que sigue, sepan ustedes, señores concejales, que en este asunto concreto, merecen los diecisiete un clamoroso suspenso colectivo, porque han defraudado las legítimas aspiraciones de los ciudadanos a ser defendidos por sus representantes electos. No han estado ni de lejos a la altura de las circunstancias. En esta sociedad desquiciada y enferma que hemos construido, lamentablemente, el honor, la dignidad y el respeto no siempre vienen llovidos del cielo, sino que muchas veces hay que ganárselos, y para ser respetado sabemos que en ocasiones hay que saber hacerse respetar. Y son ustedes, que les quede esto muy claro, los que deben realizar o impulsar las actuaciones oportunas para tratar de impedir que las fantasmadas hirientes de cualquier Norbertín de turno, puedan provocar impunemente que nos sintamos, otra vez de forma injusta, humillados y ofendidos.


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