Apariencias

PEDRO JESÚS ARÉVALO FRUTOS
(MIR Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba)


En un restaurante de Córdoba de cuyo nombre no quiero acordarme, pues su mención no va a aportar rédito alguno a mi cuenta corriente, me encontraba recientemente presto a degustar una muestra de la ahora denominada nouvelle cuisine. Ya saben, aquella que abulta más por el precio que por el contenido, más bien parco; que entra más por los ojos que por la boca, pero no te atrevas a objetivar este hecho o quedarás retratado como una versión remozada de Paco Martínez Soria. Me disponía a tomar una fotografía del plato antes de hincarle el diente, cuando de repente me pregunté: ¿qué estás haciendo?

La universalización de las redes sociales nos ha llevado a vivir una retransmisión de nuestras vidas al minuto, como si de un reality show se tratara, en el que únicamente nos falta nominar. Antes, tomábamos instantáneas para disfrute propio y recuerdo ulterior cuando llevábamos a cabo un viaje, asistíamos a un evento o vivíamos un instante de especial relevancia. Hoy, como en la célebre novela de George Orwell, hemos creado la necesidad de alimentar una audiencia expectante y omnipresente, como una cadena de televisión pugnando en prime time, buscando el beneplácito ajeno. Aunque, más bien, nos señalamos como un niño pequeño que corre hacia la piscina y reclama la atención de sus progenitores en un desesperado “¡mírame!”. Hemos pasado de vivir, a como recitaba aquel grupo zaragozano, “vivir para contarlo”.

Amor. Superlativo y magnánimo cuando se nos concede, nos eleva a los altares con regusto a néctar de ambrosía. Esquivo y cruel cuando se nos deniega. Sólo el ser humano podría llevar a cabo, tal como hoy vivimos, la prostitución de un sentimiento. En caso de tener pareja, no constará en registro mientras no des parte de ello en tus redes sociales. Se establecerá, como baremo de vuestro amor, el número de publicaciones que hagas con la persona que tienes a tu lado, siendo directamente proporcional. Si no es así, “no se querrán tanto”. Diametralmente opuesto a mi forma de pensar; como, sin querer pecar de ufano escribí aquí una vez “se querían tanto que no tenían necesidad de compartirlo con nadie.”

Por el contrario, la soltería debe ser anunciada a bombo y platillo. Hemos pasado del tanto tienes, tanto vales; al tanto vales, tanto muestras. Como si de un mercado de abastos se tratara, nos subastamos al mejor postor. Queda reducido el interés ajeno, en una triste parodia de pesca de arrastre, a un cobarde y cuasi anónimo “like”, que alimenta a un ego que subsiste de la aprobación ajena. Porque no hay tiempo para un café. Para una conversación. Para un abrazo. O eso parece mostrar esta sociedad.

Opinión que no comparto, la verdad. Pocas cosas insuflan más el alma que compartir tu tiempo con la persona que amas. Decía Borges que “La amistad no necesita frecuencia; el amor, sí.” Finalmente, como el protagonista de la película “Her”, terminaremos amando a un ordenador.

Escribo estas líneas mientras medito, más bien asumo, la partida de Pablo Ráez; el atleta que concienció de la importancia de la donación de médula desde su lucha contra la leucemia. En un mundo donde tanta gente no valora la vida, se fue alguien que la amaba tan fuerte. Nos deja su legado, no sólo social, sino vital. Vivan, no aparenten hacerlo. Vivan, pero de verdad, para uno mismo, no para contarlo a los demás. Sean felices, no se esfuercen por así mostrarlo. Amen. Quieran. Pero ante todo, quiéranse. Pues sólo hay una persona que con toda seguridad compartirá contigo el resto de tus días, y es aquella que les devuelve la mirada cada mañana cuando se asoman al espejo. 


No hay comentarios :

Publicar un comentario