Desde mi ventana de Southampton... El inglés está sobrevalorado

MIGUEL CARDADOR MANSO 
(Ingeniero Superior Industrial)


En 2008, uno de los efectos dominó causados por el ocaso del imperio inmobiliario fue las montañas de currículums en las mesas del personal de recursos humanos. Este desbordamiento para elegir candidato unido a las escasas nuevas vacantes que se originaban, crearon la necesidad de nuevos criterios para cribar los papeles amontonados. Y así es como una nueva burbuja comenzó a hincharse, la de los idiomas.

La despreocupación general en formarse en lenguas extranjeras durante los años de bonanza hacía ideal este primer filtro, ya que al exigir un cierto nivel en un idioma, de un plumazo descartaban más de la mitad de los demandantes de empleo. Pero claro, la gente comenzó a formarse y a acreditar certificados de idiomas. Y las empresas, ante las nuevas dificultades para elegir, subían de nuevo las exigencias de nivel. Con esta pescadilla que se muerde la cola llegamos a la situación actual, donde por lo general, se suele pedir un alto nivel de inglés junto a uno aceptable/medio en otros idiomas.

Es obvio que en este mundo globalizado los idiomas son fundamentales, más aún en ciertos puestos o empresas donde tienes que convivir a diario con manuales escritos en inglés o compañeros de cualquier parte del mundo y el inglés es el único hilo de comunicación entre ambos. En casos concretos como los anteriores no hay nada que debatir, pero si en más del 60% de los empleos en los que está demostrado que el trabajador sólo utiliza el español a pesar de que durante el proceso de selección se le pedían un alto nivel de idiomas.

También, creo que esto aleja a las compañías de su verdadera meta como empresa. Por ejemplo, en el caso de una fábrica de coches, ¿cuál es su meta? ¿Tener empleados capaces de hacer el trabajo de traductor en cualquier parte del mundo o el de disponer de grandes ingenieros, técnicos y demás personal para fabricar los mejores automóviles del mercado con los que superar a su competidores? Creo que la respuesta es clara.

Por otro lado, la fiebre del bilingüismo ha intoxicado la enseñanza. Incluso puede ser plurilingüismo en los próximos años, el francés parece estar en camino. La verdad es que algo había que cambiar, porque sin ir más lejos de mi persona y tras ocho años de dar inglés de forma obligatoria, salí del bachillerato sabiendo decir “Hi! My name is Miguel” y que no me preguntaran mucho más. En cambio ahora, opino que quizás nos hemos pasado al otro lado.

Me encontraba hablando con un muchacho recién aterrizado en la universidad y me contaba que gozaba de un C2 en inglés -máximo nivel que se puede acreditar- y un C1 en alemán -nivel un escalón por debajo al C2-; todo obtenido a través de su colegio bilingüe. Yo estaba estupefacto de hasta donde habíamos avanzando en esto de los idiomas hasta que al conversar de otros menesteres me pregunta, “pero, ¿en Córdoba no tenéis playa?”. Y para más pena os añadiré que era andaluz. Lo anterior unido a sus dudas ortográficas mostradas a la hora de escribir en español, justifican mis dudas sobre si eso de impartir materias como ciencias sociales o naturales en otros idiomas son del todo producentes.


No puedo obviar que la falta de fluidez en la lengua de Shakespeare –como mínimo- te priva de escalar a la cima de los organigramas de las empresas y de experimentar la libertad de viajar a cualquier parte del mundo sin barreras lingüísticas. Lo que no me ciega a no considerar más importantes y productivos valores como ser constante, trabajador, dinámico o perseverante por delante de saber expresarse en varios idiomas. Porque alguien con las características anteriores podrá aprender la lengua que se proponga, pero al revés es improbable. 


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