Los pedreros y sus muros

ARTURO LUNA BRICEÑO


Andaba yo, cámara en mano, por la carretera que nos lleva a Pedroche sacando fotos de las huellas del pasado, cuando se me acercó un hombre y me dijo: Fotografía esas paredes porque pronto no estarán.


Enramadas en la carretera de Pedroche.


Y ante el aviso del caminante me fijé en las enramadas que había dejado atrás y reparé en ellas. Sus muros son un mosaico de piedra quebrada en el que la colocación de los cantos se asemeja a un rompecabezas. Una sinfonía de granito entramada con maestría, piedra sobre piedra. Una especialidad de los hombres de Los Pedroches que para limpiar sus tierras de berrocales y rocas se volvieron pedreros. Y también en alarifes que estudiaban la forma de la piedra para ajustarla, una sobre otra, y crear un muro fuerte que resistiera la altura que debía de tener para proteger al ganado de la rapiña de los lobos y los zorros. Arte puro de unos artesanos anónimos que aguzaron su ingenio obligados por la dureza de la tierra que habitaban y la necesidad de sobrevivir, Y ahí está la obra que nos dejaron. Y creo, como el caminante que me dio el aviso, que son viejas paredes que debemos de proteger, conservar y darle futuro.


Casa antigua mechinales.


Las cercas muradas con paredes de piedra son típicas de los minifundios de las zonas ganaderas. Son producto, a veces de siglos de trabajo, en que los propietarios de las tierras iban quitando las piedras y murando sus lindes. En el Catastro de Ensenada de Pozoblanco, todas la tierras de primera, dedicadas a sembradura o a forraje se las distingue con el adjetivo de: “muradas”. Y a estas tierras, e incluso a nuestra comarca, se le puede aplicar la frase que Unamuno le dio a las Hurdes:

“En todas partes los hombres son hijos de la tierra, menos en Los Pedroches en que la tierra es hija de los hombres”.

Cuenta Juan Fernández Franco de cuando Juan Ginés de Sepúlveda se vino a vivir en 1537 a Pozoblanco: “Entonces se vino a España y el Vicario Pero Franco mi tío lo recibió y tuvo en su casa y le dio sitio en ella dónde hizo su casa”.

Pero influenciado por las narraciones históricas de los romanos, no construyó los muros de su casa como lo hacían desde antiguo en Pozoblanco y tiempo después le escribía a su amigo Honorato Juan lo siguiente: “En lo que se refiere a los edificios, verdadero pavor me están causando esas paredes levantadas con material tan poco consistente como el adobe, ingrediente imprescindible y tradicional en la mayor parte de los edificios de España, a pesar de que Plinio el Joven, no sé por qué motivo, le parece excelente esta clase de construcción: se ve que no tuvo nunca que aguantar bajo tal techo un invierno tan lluvioso como este y presenciar su derrumbamiento”.

Detalle del muro de enramada


Si Juan Ginés hubiera contado con los pedreros y los hubiera dejado hacer al estilo de Los Pedroches, no se le hubiera caído la vivienda encima. Son muchas las casas edificadas en aquellos días que, atrapadas en el tiempo, sobreviven a la piqueta en Pozoblanco, Conservan las piedras mal cortadas del marco de la puerta, y bajo la cal se aprecia el entramado de piedras colocadas unas sobre otras. Y los huecos donde se apoyaban los palos de los andamios, que se llaman mechinales, siguen siendo las ventanas de la casa porque cuando las hicieron no existían los cristales planos.


Es necesario que conservemos algunas de estas enramadas para que las generaciones venideras conozcan como era la arquitectura popular cuando Pozoblanco comenzó a ser pueblo. Y también conservar casas de ventanas de mechinales para que sepan la dura manera de vivir que tuvieron las gentes, que día a día, año a año y a través de los siglos, le arrancó la tierra de pan coger a la dura piedra de granito y la utilizó en muros para proteger el ganado. Un trabajo de gigantes en el que se forjó el carácter de un pueblo que ha sobrevivido y vencido a una geografía hostil.

Mechinal de enramada. 


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