Carta dedicada a Jordi, un hombre bueno que se nos fue

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Jugábamos en la calle cuando iba a ver a su abuela Salomé, la cual vivía la casa por encima de la mía. Era tímido como yo, quizás por eso siempre conectábamos casi sin hablarnos. Era un porterazo. Se tiraba a todas. No tenía miedo. Nunca lo tuvo aunque jugáramos en aquellas calles de adoquines y tierra. Y así fueron pasando aquellos días de niños. Calle y Salesianos.

Se sabía que iba a ser un hombre bueno. Ya lo era de niño. Lo siguió siendo en todos los terrenos y en todas las etapas de su vida. Trabajador incansable (quizás demasiado) y un Sayón de los que sentía el traje y la devoción. Jordi caía bien. Quizás fuera por su sonrisa la cual siempre llevaba puesta en su rostro. Quizás porque tenía ese carácter bonachón (aunque fuera un poco cabezón), o quizás caía así de bien porque, como dije antes, era un hombre bueno. El buen recuerdo de él siempre estará entre los que lo conocieron. Su sonrisa, siempre con sus manos en los bolsillos cuando te hablaba y la ilusión que tenía en las cosas. Tímido pero sentimental. Siempre pensé que era un sentimental en silencio (de los de alma grande).

Cuando hace una semana supimos que se había ido sin avisar, el corazón nos dio un vuelco. Pienso en su familia y sé que lo echarán de menos. Pienso en él y me hago preguntas de dónde irán los hombres buenos como él. He cambiado a la primera persona para decirte a ti, Jordi, que quizás ese día en el que te fuiste no debió existir pero la vida es así, las cosas suceden. Al fin y al cabo todos nos vamos. Lo que queda siempre es lo que dejamos. Eras un buen hombre y dejaste cariño por todos lados. Eso es mucho. Más de lo que pensamos.

No te encontraré, como muchas mañanas te veía, visitando a Nuestro Padre Jesús Nazareno al que le rezabas y le contabas tus cosas. Ojalá que el Nazareno te guarde a lo que más querías en esta vida (tus hijos), pues ellos acaban de comenzar a caminar. No olvidarás, desde allí arriba, a tus hermanos que siempre te quisieron. Ellos fueron ‘tu casa’ (esa en la que naciste y te criaste).

En fin, recuerdos de una vida pasada que todavía laten más cuando alguien conocido se marcha buscando la paz. Es como si no pasara el tiempo. Y ya el problema es que pasa el tiempo y vas perdiendo a gente.

Esta tarde, al pasar por la calle Andrés Peralbo, me han venido a la cabeza aquellas tardes de niños en esos años 80. Al pararme en la casa de tu abuela Salomé, me he quedado como esperando la llegada de esos tiempos pasados. No caí en la cuenta de que el pasado se cruza y nunca vuelve. He estado esperando que llegaras de la calle Cantarranas como en aquellos años.

Feliz viaje y no olvides aquella estrofa de El último de la Fila “un día color de melocotón, cuando todos seamos libres, cuando las piedras se puedan comer y nadie sea más que nadie…en el día en el que seremos puros…ese el de los reencuentros”. Nos encontraremos.


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