El verano

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


El verano es siempre un tiempo mágico. Mucho más para los chavales quienes están libres de las tareas escolares. Los pueblos, en otro tiempo, se llenaban de veraneantes durante los casi tres meses de verano. Hoy a duras penas captan gente en agosto . Ahora ya no vienen los chavales a la casa del abuelo o la del tío pues el mundo ha cambiado. Las actividades y cargas a las que se somete al niño hacen que no tenga tiempo para disfrutar de un verano tan largo como los de antes. Las prisas de los padres y los juegos solitarios (no en pandilla como antes) han hecho que el guión de la infancia sea diferente. Antes se hacía mucha vida al aire libre. Se dejaban las casas vacías cuando la siesta vencía, llenando las calles y los campos con alberca. El paraíso estaba fuera, al aire libre y no en una máquina robótica con wifi.

Los niños y adolescentes de antes eran mucho más libres que lo son ahora. En verano se veía a muchos chavales por las calles durante el día. Sin olvidar las noches que eran mucho más locas. Recuerdo aquellas discotecas de verano como el Coco Loco o la terraza de la Nivel 0 de Pozoblanco que se llenaban de gente todos los días del verano. 

También la terraza del Trujillo cuyas mesas llegaban hasta la esquina del Paseo de la Herradura. El botellón no se ha inventado ahora. Se inventó hace muchos años. Y en las piscinas había un ambiente espectacular. Solo estaba la Municipal que los fines de semana eran un reguero de gente. Incomparable con lo de ahora. Uno se hace la pregunta que dónde se mete la gente. Es un misterio. No se sabe pero se sale menos que antes. Es como si faltara la alegría. Quizás porque había menos cosas en casa y la gente salía fuera a buscarlas o porque nunca faltaba la canción del verano. El Chiquilla de Seguridad Social, el Cadillac solitario de Loquillo , la Princesa de Sabina, el Aquí no hay playa de Refrescos o la canción de Puturrú de Fua que era la toalla que todos nos dejamos olvidada después de bañarnos.

Los veranos servían para romper con la rutina de siempre. Cambiabas de entorno, de forma de vida y cambiabas hasta de amigos y amigas. No era una semana en la playa como ahora. Los veranos de antes eran un cambio total aunque no te movieras del pueblo. Albercas, pasar calor, verbenas y cine de verano a la intemperie por las noches. Comerte un polo de bolsa muy despacio que no comprabas en Centros Comerciales sino en el estanco del Castilla, en La Concha, en el Farrago o en el Manolito. Esos lugares tenían un encanto que valoramos con el paso del tiempo.

Luis García Montero dice que del verano se sale igual que de un recuerdo. Posiblemente. Uno siempre tiene imágenes de su verano de antes. No se sale tan fácil pues te deja cosas que tienen un pegamento especial para que nuestra vida se quede atrapada a él para siempre.

Los veranos de la infancia y la adolescencia son los lugares donde residen los sueños que nunca acaban. Ni con el paso del tiempo uno se olvida de ellos. La gran diferencia está en que antes no había lugar para las prisas, ni para los agobios ni el estrés porque el tiempo parecía que transcurría muy despacio. Era ese tiempo en el que los niños no estaban obligados a estar pendientes de los horarios, de los teléfonos móviles y de los miedos que hoy nos acechan. Todo eso fue mucho antes de que la televisión y las consolas metieran en las casas a los niños. 




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