Democracia morbosa

ANTONIO GARCÍA HERRUZO
(Maestro)


"Nihil novo sub solis” (Galileo).

En los comienzos de la Revolución Francesa, una carbonera decía así a la marquesa: «Señora, ahora las cosas van a andar al revés: yo iré en silla de manos y la señora pregonará el carbón». Un abogaducho resentido de los que animaban a aquellos revolucionarios, hubiera corregido: «No, ciudadana, ahora vamos a ser todos carboneros» .

Y es que, mi querido lector, las cosas buenas que por el mundo acontecen, obtienen en este país, antes llamado España, un pálido reflejo. En cambio, las malas repercuten con increíble eficacia y adquieren entre nosotros mayor intensidad que en parte alguna. 

¡Cuántas veces acontece esto!. En el triunfo del movimiento democrático contra la legislación de privilegios, la constitución de castas, etc, etc, ha intervenido, y no poco, esa perversión moral que ORTEGA y GASSET (“España invertebrada”. 1921) llamaba plebeyismo; pero más fuerte que ella ha sido el noble motivo de romper la desigualdad jurídica. En el Antiguo Régimen son los derechos quienes hacen desiguales a los hombres, prejuzgando su situación aún antes de haber nacido. Es, creo yo, que por eso nos negado a esos derechos el título de «derechos» y, dando a la palabra un tinte peyorativo, hemos dado en llamarles privilegios. El nervio saludable de una nueva democracia auténtica será, pues, la nivelación de privilegios, y no propiamente de derechos, y esto será así, porque como también ORTEGA sostiene, los privilegios, que nunca serán derechos, consisten en perduraciones residuales de tabúes religiosos. 

Sin embargo, no acertamos a prever que los futuros derechos del hombre, y cuya invención y triunfo ponemos en manos de las futuras generaciones, tengan tan vasto alcance y modifiquen la faz de la sociedad tanto como los ya logrados o aún en vías de lograrse. De modo que si hay auténtico empeño en reducir el significado de la democracia a esta obra niveladora de privilegios, puede afirmarse, con rotundidad, que han pasado sus horas gloriosas. Y así, los temperamentos de la delicada moralidad, maldecirán la democracia y volverán sus corazones, ya lo están, al pretérito, organizado, cierto es , por la superstición, más al fin y al cabo, organizado y seguro: Vivir es esencialmente, y ante toda otra cosa, estructura, y una pésima estructura siempre será mejor que ninguna. Y así, provocado por ello, ha nacido la enfermedad antagónica: el petrificado «reaccionarismo». 

Sostengamos pues, que cuanto más reducida sea la esfera de acción propia a una idea, más perturbadora será su influencia si se pretende proyectarla sobre la totalidad de la vida. Y si más arriba decía y afirmaba que no es lícito ser «ante todo demócrata», añado aquí y ahora que tampoco es legítimo ni lícito «ser solo demócrata»: El amigo de la justicia no puede detenerse en la nivelación de los privilegios, en asegurar igualdad de derechos para lo que en todos los hombres hay de igualdad. Más: sentirá la misma urgencia por legislar, por legitimar lo que hay de desigualdad entre los hombres. 

En los últimos tiempos ha padecido Europa un grave descenso de la cortesía democrática, y coetáneamente hemos llegado en este país al imperio indiviso de la descortesía, aún entre los padres de la Patria. Aquí tenemos el criterio para discernir dónde el sentimiento democrático degenera en lo que NIETZCHE.F (“Genealogía de la moral. Año 1887) dio en bautizar plebeyismo: “Quién se irrita al ver tratos desigualmente para los iguales, pero no se inmuta al ver tratados igualmente a los desiguales, no es demócrata, es plebeyo”. Curiosa extravagancia que entra en contradicción con el sentimiento mismo que motivó la democracia. 

Democracia morbosa es ésta. La democracia per sé, como auténtico logro de los nuevos tiempos, como norma de vida y de derecho político, parece una hermosa conquista, una cosa óptima. Pero, la democracia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión, en arte, la democracia en el pensamiento, o en el gesto, en definitiva, la democracia en el corazón y en la costumbre, es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad y sus ciudadanos. Un cáncer social. 

El plebeyismo que triunfó (¿) en la Revolución Francesa vuelve, en estos comienzos del siglo XXI, a amenazarnos. Conviene pues, desde ya, que vayamos preparando la revolución contra él. Pues aquella época en que la democracia que todos votamos, que era un sentimiento saludable y de impulso ascendente pasó: Lo que llamamos hoy democracia es un pálido reflejo, es una degeneración de los corazones. La total inversión de los valores donde lo superior, precisamente por serlo, padece una «capitis diminutio», y en su lugar triunfa lo inferior, lo prosaico. 

Termino. Casi dos centurias han transcurrido desde que LARRA (“En este país”. 1834) clamara un grito de desesperación: “Escribir en Madrid es llorar...”. En estos tiempos en que el hombre trivial, vulgar hasta la saciedad, triunfa por doquier( pues tiene la ventaja de coincidir siempre con su derredor, me permito corregir a LARRA y afirmar con rotundidad: “Pensar en España es llorar”. 

“Ut qui perditio est” (Séneca).

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