La feria de calle

EMILIO GÓMEZ
(Periodista)

Estamos a las puertas de la Feria de Pozoblanco. Todo se prepara ya para la Semana Grande. El pregonero, el traje de gitana, que si tenemos que comprarnos algún traje, un pantalón o camisa para la feria, que si las corridas de toros, que si nos vamos de vacaciones este año en feria. Venga quien venga a la feria a torear, cantar o actuar, la feria tiene, ha tenido y tendrá siempre su encanto.

La Feria de calle queda ya lejos. Llevamos muchos años de Recinto. Fue construido para vivir esta semana a lo grande aunque tenemos siempre la nostalgia de aquella feria que empezaba en el inicio de la calle que lleva su nombre. A mediados de septiembre, cuando salías de la escuela en los días previos a la feria, nos daba saltos el corazón al ver a los feriantes instalando sus casetas, haciendo los hoyos necesarios para poner las barcas, la nube, el látigo, o lo que fuera. Los días precedentes eran de muchos nervios y trasiego y nos pasábamos las horas muertas en Los Llanos, mientras veíamos instalar los “carricoches”. Evidentemente los autos de choque eran la atracción que ocupaba el sitio principal en el corazón de la feria mientras que la noria siempre estaba más escondida ya que guardaba historias y besos de enamorados robados cuando se estaba en lo más alto. La tómbola no podía faltar aunque fuera la última en llegar para montar. De ella no nos íbamos hasta que nos saliera la papeleta premiada con la Muñeca Chochona o el Perrito Piloto. Y después, los algodones de dulce, las manzanas de caramelo, las garrapiñadas. Por aquel tiempo no había esas colchonetas saltarinas de ahora ni esos castillos hinchables, ni ese torito mecánico de ahora donde te vas para los lados y acabas en el suelo antes o después. Antes era el tren de la bruja, los caballitos, la noria, el carrusel y los ponys de verdad que atados daban tantas vueltas con esas caras de tristeza y cansancio que arrastraban de feria a feria.

La antigua caseta municipal repleta en la feria en honor de Nuestra Señora de las Mercedes en Pozoblanco de 1992. /ARCHIVO

Tienen algo las ferias que suscitan nostalgias y evocan momentos de nuestras vidas en que hemos disfrutado muchísimo, tanto cuando de pequeños íbamos de la mano de nuestros padres como luego, ya de mayores, en que la mano que tomábamos era la de nuestra pareja, más tarde la de nuestra mujer o esposo y finalmente, cerrando el círculo, la de nuestros propios hijos antes de que vuelen. Cada época tiene su magia y no se puede cambiar una etapa por otra por mucho que lo intentes, pues todas las recuerdas con cariño. Esa de chupetes, pañales y llanto, o esa otra de romances cuando eras aquel o aquella adolescente. Muy diferente esa feria de adolescente a la de padre. La etapa infantil en Feria la viven tantos los pequeñajos como los padres de éstos, a pesar de los muchos ‘cabreos’ que los padres cogen con los niños desde que salen de la casa. Y es que se sale de la casa empieza la murga de “vámonos a montarnos a los cacharritos y vámonos y vámonos”. Sus caras de felicidad conduciendo esos coches de policía, de bomberos y panteras rosas entre bocinas estridentes y saludos alegres, contrastan con las que ponen después de que suene la bocina de fin de viaje. Cabreos con los pequeños que cuando se le pasa el sofocón, te entra la pena y le compras algo, casi siempre cuando te vas para la casa, un juguete de corta vida o ese bastón de caramelos, que cuantos padres le han comprado a esos muchachos cabezones que no se querían bajar de los cacharritos. Nuestros padres se gastaban todo lo que podían con tal de vernos felices en feria.

Y es que ir con niños a la feria, es no poder hacer lo que uno quiere pero los padres los tienen a tu lado y eso es suficiente porque luego viene otra época, por la que todos hemos pasado, la época de conquistas y escarceos amorosos y la chica quinceañera o el chico quinceañero buscando la complicidad de mamá o el papá para que le autoricen a regresar a casa a las tantas. En esa época de escarceos y burra tonta, sólo íbamos en búsqueda de nuestros padres cuando el estómago estaba más vacío que nuestros estómagos. ¡Que pronto se localizaba a los padres cuando se quería! Todo ello sin móviles, y es que casi siempre estaban en la misma caseta, y si no se preguntaba. Era la época de los coches de tope sonaba “mucho rumbeo y el `sufre mamón` de los Hombres G que lo cantaban con más fuerza el que estaba por una chica, la cual no le hacía ni caso. La feria de adolescente era una Feria cargada de vivencias como aquel primer beso, el primer desamor, las primeras alegrías, la primera bronca por llegar tarde a casa, la primera borrachera, las primeras despedidas, y los reencuentros con los seres queridos.

La Feria empezaba en la calle Real. Desde primeras horas de la mañana ya estaba abarrotada la terraza de La Marta, lo mismo le sucedía a la terraza del Luis Sánchez que esos días se reforzaban de camareros. A primera hora había mucho tránsito de gente, mucho ambiente de feria ya fuera en el Mesón Al Andalus, La Capri, el Kiko, La ponderosa y El Vargas que eran los kilómetros cero de la etapa que era recorrer la vuelta a pie de la Feria.

Desde El Kiko hasta lo alto de la feria había casetas de turrón, casetas a los dos lados-frente a frente-. Todos los puestos de turrón guardaban el mismo sitio año tras año por feria. El paseo a la feria era tan agradable como la estancia en la feria, pues uno subía abriéndose camino en medio del gentío, entre el agobio de la gente que no era agobio pues era un placer ver tanta gente en la calle. Esos pasajes de la calle la feria de bote en bote, están grabados en la cabeza de cada uno.

El Nuevo Recinto Ferial, es un recinto ferial precioso, majestuoso aunque está claro que la Feria de calle de antes será más bonita que la de ahora, el recinto estará muy bien pero no la gente no encuentra en él, los recuerdos que tuvo de niño o de adolescente. Esos se perdieron en esa adornada calle La Feria y en la Ronda Los Llanos. ¡Cómo se ponía el Parque de Los Llanos de puestos y bares!

A pesar de los muchos cambios que ha tenido la feria aún conserva su aire propio, ese que sopla a finales de septiembre en esas noches donde ya refresca.

En estos días de feria las caras de la gente son más alegres aunque a veces recordar esas ferias de antes nos pone tristes y alegres a la vez. Es el espíritu de feria.

¡Cómo pasa el tiempo y qué de prisa pasan los días cuando estás en feria! Ya quedan tres, dos días para que termine la feria. Mientras más joven eres más deprisa pasa la feria. Con los fuegos y la traca se ponía fin a esta mágica semana. En fin que todavía queda unos días para que el cielo se ilumine anunciando nuestra feria, miraremos a nuestros familiares que ya no están y que también nos han dejado este legado de feria. En estos días estarán presentes y sobre todo cuando el cielo se ilumine y se vista de color, con la lluvia de fuegos artificiales tan propios de nuestra feria. Seguro que ellos se asomarán desde allí arriba -sí, sí, desde su ventana del cielo- para ver lo bonita que ha quedado la feria.

Con los fuegos dispersados por el cielo sabrán que también es feria, su feria y la de los suyos aunque ya no estén pero recordarán que cuando estuvieron en ella y fueron a los toros, se subieron a la noria y nos llevaron de la mano a esas atracciones que hoy recordamos. La magia de la feria es algo que nos envuelve y nos hace como que más felices.

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