Menos mal que llegó el inglés

JUAN FERRERO


Pues resulta que últimamente andábamos los españoles preocupados porque, después de pasarnos 16 años de escolaridad, teníamos problemas para encontrar las palabras adecuadas para expresarnos. Pero he aquí que un buen día apareció el inglés y se terminaron nuestras cuitas.



Pongo varios ejemplos:

Antes, si queríamos desplazarnos echando un pie y luego otro, no sabíamos cómo decirlo. Pero vino el inglés y nos alumbró que eso se llama footing. Y si deseábamos practicarlo a mucha velocidad, se podía expresar diciendo voy a hacer running.

Qué problema. Antes, cuando había que llamar a una amiga para ir de compras; pues que no acertaba a proponérselo por no saber cómo se decía. Ahora sí, ahora le puede telefonear diciendo, fulanita, que nos vamos esta tarde de shopping.

Anteriormente no había una palabra que nos sirviera para eso de seleccionar a una o más personas; sin embargo, el inglés nos resolvió el problema con la palabra casting.

¿Y qué me dicen de cuando alguien quería poner en una exposición o feria un puesto, una caseta, un tenderete…? Pues que la lengua española no tenía la palabra. Mas vino el inglés y nos la dio: stand.

En otras ocasiones los españoles nos rompíamos la cabeza para darle nombre a esos carteles de papel con retrato o paisajes que solemos pegar en las paredes. El inglés nos enseñó la palabra: poster.

¡Bueno, bueno! Y no digamos nada de esa situación embarazosa que se presentaba estando en sociedad, cuando uno tenía ganas de orinar y resulta que la lengua española no tenía la palabra para nombrar esa acción. Con el inglés sí. Ahora decimos muy finamente, perdonen, voy a hacer un piss.

¿Y el caso de aquel que después de elaborar y terminar un expediente o un informe sobre algún asunto no sabía cómo nombrar aquello? Pero apareció el inglés y le llamó dossier.

Tampoco se conocía la forma de dar nombre a las rebajas, a los descuentos, al baratillo, a los artículos a precio de fábrica... Sin embargo, el inglés nos indicó cómo podíamos decirlo y escribirlo: Factory. Y de la noche a la mañana tenemos que no hay comerciante que se precie que no incluya en su promoción publicitaria el término FACTORY, y ello, porque sabe que este vocablo deslumbra a los consumidores y los atrae como la leche a las moscas.

Y el remate del tomate fue la palabra selfie. Para hacernos un autorretrato todos echamos mano de esa palabra.

Podríamos continuar así con una lista interminable de vocablos que han llegado y otros que llegarán.

Hay que admitir que esto del inglés es ya otra cosa; cada idea o concepto tiene su palabra. De este modo sí puede uno expresarse con fluidez. Qué alivio. Qué desahogo. Con la llegada del inglés son todo ventajas a la hora de hablar.

Ironías aparte, estoy de acuerdo, por supuesto, en que se estudien idiomas, como no podía ser de otro modo. Pero una cosa es aprender una lengua extranjera y otra, ir sustituyendo en nuestra vida cotidiana de una manera cursi, boba, sumisa e innecesaria, las palabras españolas por los barbarismos colonizadores de imperio anglosajón.


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