El hisopo de romero y la jarra de China

ARTURO LUNA BRICEÑO


Pocos pueblos pueden presumir de tener una manera de sentir las tradiciones como lo hace el mío: Pozoblanco.

Aquí, donde Sierra Morena se serena para convertirse en penillanura, vivimos la Pasión y muerte de Jesucristo con verdadero sentimiento. Nada más despedirse el Carnaval enderezamos el espíritu, sacamos el alma del almario y buscamos en nuestros ancestros la tradición que Pozoblanco, generación a generación, ha dejado escrita en el viento.

Recuerdo que el Miércoles de Ceniza, cuando en la mañana la campana chica de Santa Catalina llamaba a los fieles, mi madre abría el chinero del aparador y sacaba la jarra de porcelana china, que cómo zángano de colmena, había estado un año esperando dar su servicio. Acto seguido, en una talega de lino metía el ramo de romero que el año de antes, el Sábado de Gloria, nos habían dado en la Iglesia de Santa Catalina a la vez que nos llenaban la jarra de marras de agua bendita. Esta jarra, que en tiempos fue cafetera, se había convertido en un objeto de culto. En ella solo podía haber agua bendita y cuando esta se agotaba se depositaba dentro de ella la rama de romero.

La iglesia de Santa Catalina de Pozoblanco desde el aire.

Cuando las campanas tomaban el relevo a las ruidosas matracas acudíamos a por el agua bendita para purificar las casas. La traíamos en la jarra de china y con ella nos daban el ramo de romero que utilizábamos de hisopo.

Santa Catalina sobresale en el skyline de Pozoblanco.


Cuando llegábamos, mi madre, romero en mano, iba esparciendo el agua bendita por toda la casa. Se rociaban las camas, las mesillas, las ropas en los armarios y no quedaba hueco ni mechinal que no fuera debidamente purificado. Desalojados los demonios, ya fuesen súcubos o íncubos, le llegaba el turno a los patios, a los árboles frutales, a las flores, a los cochinos en la zahúrda y a las gallinas. Así hasta acabar con el agua bendita, y entonces se guardaba la jarra de china con el hisopo de romero. Y al año siguiente, se sacaba la jarra y se metía el romero en una talega y de vuelta a la iglesia con él para que lo quemaran y obtener la ceniza con la que ungirnos la frente.

El Pozo Viejo, en Pozoblanco. 


Y comenzaba la Cuaresma. El tiempo de oración, de los ensayos de la Pasión que llenaban de rezos cantados las madrugadas de los sábados a los domingos.

Otros templaban los pellejos de los bombos y los tambores. Se pulían y afinaban las trompetas y las noches del pueblo se llenaban con los sonidos de las marchas de las bandas. Y entre cantos, rezos, redobles de tambores y toques de clarines. Mi pueblo, Pozoblanco, iniciaba una vida nueva. Un sentir renovado y todos sabíamos que comenzaba: La Pasión y Muerte de Jesucristo según Pozoblanco.


El rostro de la talla de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Pozoblanco


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