La tristeza que queda cuando se van las personas jóvenes

EMILIO GÓMEZ 
(Periodista)


Tres personas demasiado jóvenes se nos han ido en muy pocos días. Las tres tenían pocos años y toda una vida por delante. He visto en estos días el pueblo triste. Con el viaje de Cristina, la semana nos ha dejado un poso de tristeza casi insoportable. Cuando uno es joven quiere vivir y descubrir. Las primeras aventuras, los primeros cigarrillos furtivos, los primeros amores, las primeras ansiedades, los proyectos que están por venir. Tantas cosas. Sueños de juventud.

Los que vamos sabiendo, por desgracia y el paso de los años, demasiado, sabemos que vivir es como un columpio que se mueve hacia delante y hacia atrás. A veces, ese columpio se rompe cuando está volando. ¡Qué cruel es eso! Un accidente de tráfico, una enfermedad. No son casualidades, son desgracias. Todo el mundo tiene derecho a vivir su vida de niño, de joven, como padre, adulto y anciano. Cada época tiene su magia y nadie debería de perderse un sendero de su camino.

Pero nada hace presagiar lo que vendrá después. Puede lucir el sol por la mañana y por la tarde desatarse la tormenta. El miedo por ese futuro no nos lleva a nada. Los destinos son difíciles de cambiar cuando se presentan en forma de tormenta. Cuando suceden cosas tan fuertes como las que le han ocurrido a nuestros tres jóvenes, uno se pone a pensar que la vida siempre resulta tan corta y que hay que disfrutarla plenamente.

La vida es lo que más importa. Y vivir. Cuando era niño quería vivir de una manera. No pudo ser. Luego quise vivir de otra parecida porque no podía vivir como quería la primera vez. Tampoco pudo ser. Y así fui buscando hasta encontrar una vida que no era la que soñaba pero que no estaba mal. Otros han vivido la que le han dejado. Lo bonito de ser joven es que vives como quieres. No tener responsabilidades es no tener ataduras. Por eso duele que lo jóvenes emprendan el viaje tan pronto. No morimos, viajamos. No sabemos dónde pero vamos a otro lugar. Nuestra energía no se destruye. Lo que sí se destruye en estos casos es la ilusión por vivir de los que están al lado (sobre todo los padres y hermanos). Ese vacío es terrible. Aunque haya gestos que quiera ocultar el dolor, el vacío o la desolación, está ahí. Hablo de esa sensación de haber perdido lo que más querías. Eso es una carga de munición que rompe almas y rostros.

Las cosas que merecen la pena están contadas con los dedos de la mano. Por eso nuestra mano no tiene más dedos. La vida es una batalla perdida de antemano. Sabemos que perderemos (antes o después). Somos arriesgados trapecistas a los que no nos queda otra opción, pendemos de un hilo al que agarrarnos. Por eso solo nos queda vivir. Y haciéndolo también recordaremos a los que vivieron con nosotros. Estuvieron en nuestras calles, parques, bares, plazas, recintos, colegios, tiendas. La vida tiene textos llenos de “dolorido sentir”. Abramos las ventanas de nuestro corazón, las de la noche, las del despertar, las del amor, y sobre todo las de la vida que estén abiertas de par en par. Si viene la tormenta, al menos sabremos que hemos sido felices abriendo nuestra ventana a los demás. Realmente no somos lo que somos sino lo que dejamos. Nuestros tres jóvenes nos dejaron sueños de juventud. Serán eternos pues dicen que cuando uno se va joven, su alma sigue viva. El pueblo, sin embargo, está triste. La última en irse ha sido Cristina, la muchacha de sonrisa eterna y de belleza extrema.

Descanse en paz. 


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