Los jóvenes no lo tienen fácil

EMILIO GÓMEZ
(Periodista)


Nuestros hijos, desde hace ya muchos años, nacen al lado de noticias macabras que suceden cada día. Viven en la sociedad donde hubo más separaciones que nunca en sus casas, se desarrollan en un mundo donde las drogas están al orden del día. Drogas que se ofrecen como caramelos en cada barrio. Nacen al pie de los ídolos de barro que no hacen canciones protesta ni tan siquiera hacen canciones de amor. Los enchufes abundan cada vez más cuando se pensaba que era una cosa del pasado. Hay caraduras y barrigas agradecidas que están por todos lados y que ellos ven sin asombrarse.

Es el mundo en el que están creciendo. Una vida rápida con muchas prisas donde se acepta el mal como algo irremediable. Por fortuna, hay cosas buenas. Una de ellas el culto al cuerpo. La gente sale a la calle, llena los gimnasios y acude a las instalaciones deportivas a practicar su actividad. No es el culto al cuerpo un descubrimiento moderno como algunos quieren hacer creer. Data de 2000 años atrás. Cuerpo y alma. Falta lo segundo.

Cultivamos mucho menos el alma en esta época de conciencias perdidas. Ahora no se le hace caso a nadie. Vas a un sitio o a un museo y ves a la gente fotografiando las obras sin contemplarlas. No hacen caso ni al que tienen al lado. No sienten ni lo que están viendo. Está bien inmortalizar el después (que verás o no verás luego) pero no rechazar así el disfrute del momento. Quizás por el narcisismo de contar como somos en nuestro muro de facebook.

Dicen que la juventud actual tiene miedo. ¿A qué? Si se tiene miedo a los 20 años, qué miedo no se tendrá a los 40 ó 50. Están en la edad de comerse el mundo y, en muchos casos, el mundo se los come a ellos. Muchos jóvenes tienen más miedo de quien los quiere que del enemigo. La realidad es que tienen muchas puertas cerradas. Unas por culpa de esta sociedad globalizada que se las cerró de mala manera. Otras están cerradas porque no se acostumbraron a esa vida más de pelea y de batalla que sus padres le evitaron por su bien (y fue peor). Y los tiempos. Tiempos más difíciles que los nuestros aunque tampoco lo tuvimos fácil. Pero eso sí, en los tiempos de la gente de treinta y muchos, cuarenta o cuarenta y tantos, había oportunidades por todos sitios. Se aprovecharon o no, pero las había. En el trabajo hubo infinidad de oportunidades.

Luego están las diferencias del modo de vida. Yo en mi juventud no he visto drogas de diseño como ahora las ven los chavales. Las casas eran familias donde rara vez había una separación. Las canciones eran de amor o de protesta por un mundo mejor. Eso no lo hay ahora. Como dice una amiga mía, “hay que enseñar a los chavales a ser hospitalarios, a ser tolerantes, a ser solidarios, a ser atentos, a ser respetuosos con los mayores, a saber que otros vivieron sin lo que ellos tienen”. Pues sí. No está mal explicar las cosas y recordar que hubo un tiempo donde no había McDonalds, donde la gente no se iba de vacaciones a la playa los veranos, donde los chavales ayudaban en los trabajos de casa, donde no se necesitaba tanto y había otras cosas.

Había trabajo para la gente que nacía y se criaba en los pueblos, había menos papeleos ‘COMPLICA VIDAS’ en el día a día, había más humanidad, más sensibilidad, había más valentía y menos mentira. La gente vivía con menos lujos pero menos asustada. Era la época de antes. Esa donde no se tenía coche hasta que te lo podías pagar, esa de estar apretado siendo joven por casarte pronto y tener hijos. Las formas de vida han cambiado. No es malo cambiar las formas de vida. Está bien. Uno puede discutir si son éstas o son las otras las más adecuadas. Pero el fondo. Es el mismo siempre. Da igual la época. Los valores. Estos, si los cambiamos o los olvidamos, se nos cae el kiosco y a alguno se le ha caído entero. Y, no olvidemos, que los jóvenes son el futuro. Hay que estar con ellos. Ellos no son culpables de lo que ha pasado.


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