Se acabó la Semana Santa

EMILIO GÓMEZ 
(Periodista)


Lució el sol en una Semana Santa con buen tiempo y con mucha gente al paso de las procesiones. Sólo ayer Domingo estuvo el tiempo más sombrío aunque la procesión lució como siempre con ese ambiente festivo de la resurrección. Todas las cofradías pudieron completar sus estaciones sin la más mínima incertidumbre.

Para muchos ha sido una semana religiosa y de meditación, para otros simplemente unos días de descanso. Durante estos días, daba gusto caminar por las calles con las iglesias abiertas y mucha gente en ellas. Muchos jóvenes, comprometidos con su cofradía y su Semana Santa, han vuelto a manifestar su compromiso con la rica herencia que nos dejaron nuestros antepasados. Las cofradías están vivas, afortunadamente, y lo están por su banda, por sus costaleros, por sus hermanos mayores, por sus braceros, por su gente del barrio, por los nazarenos, que son esa gente anónima que se viste para estar dentro de su capirote y con sus pensamientos. Ese nazareno que viene el día de la salida para acompañar a su Virgen o a su Cristo. El inmenso legado que tenemos con Nuestra Semana Santa pervivirá en el tiempo como lo ha hecho hasta ahora. Si cabe con más fuerza.

Seguirá habiendo hermandades y en ellas cruz de guía, antifaz, capirote, costal, trompeta, tambor, palmas y ramas de olivo, nazarenos agitando capas. Y también, a su vez, miedos, sueños, nervios, oración, miradas, esperas, risas infantiles, silencios adultos, recuerdos, las primeras notas de una marcha.

Las cofradías son una manera de sentir y de vivir. No hay ninguna actividad, a lo largo del año, que llene las calles como lo hace un paso en Semana Santa. No hay nada más que ver cómo sale la gente a la calle. Aquí el propietario de las emociones es la gente. Todos conservan en la Semana Santa la ternura olvidada del niño que fuimos. Infancias perdidas que se recuperan por abril. Horas en las que la piel puede erizarse varias veces en cuestión de un minuto. Es la máxima expresión de un sentimiento.

Resulta espectacular ver el séquito de romanos, con Poncio Pilato incluido, y la representación del Prendimiento. Son momentos para disfrutar de una Semana Santa en un viaje al pasado con la Guardia Romana del Medinaceli montada sobre sus caballos. Pocas devociones son tan fuertes como las que provoca el Nazareno. Lleva siglos saliendo en procesión. En todo ese tiempo ha visto que las caras que lo miraban a su paso van cambiando. El sigue inmortal al tiempo mientras que los demás nos vamos. En el Cerro nos encontramos cada Viernes Santo a Nuestra Señora de la Soledad. Los sentimientos que levanta son fuertes, puros y hasta misteriosos.

La Amargura Salesiana, siempre muy esperada en cualquier punto de su recorrido, el silencio del Lunes Santo a las puertas de San Gregorio, los Dolores con sus 7 puñales, la Caridad en medio de la noche oscura, la Borriquita con su sol infantil, el Resucitado, la Virgen de Luna. Todas llevan momentos irrepetibles (por dentro y por fuera) mientras que la gente serpentea en medio de calles y plazas.

La gran catequesis que nos queda por hacer es la de una Semana Santa más profunda y que dure durante todo el año. No solo en el tiempo o en el instante en el que nos ponemos el traje. Sin embargo, es impresionante ver todo lo que mueve la Semana Santa. Mueve bares, restaurantes, comercio, viajes. Además tiene un carga emocional tan grande que es difícil describirla con palabras. La Semana Santa es una colección de sensaciones, de sentimientos y de lugares. Es como si hubiera algo distinto en el ambiente. Una expectativa cargada de ilusión a través del murmullo y bulla de miles de gargantas en los aledaños de una calle por donde pasa una procesión. Hasta la próxima Semana Santa que llegará en marzo y con la primavera recién estrenada.


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