El Guernica. Tragedia y esperanza

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN
(Doctor por la Universidad de Salamanca)


LA TRAGEDIA QUE PROYECTA EL CUADRO de Picasso de El Guernica es aterradora. El mural fue realizado por encargo de la Segunda República para la exposición de París de 1937, dedicada al desarrollo de la técnica (“Artes y técnicas de la vida moderna”), aunque el genio universal plantea la situación de España en guerra, incidiendo especialmente en el reciente bombardeo aéreo inmisericorde (26 de abril de 1937) de la Legión Cóndor y fuerzas italianas (vinculadas al bando rebelde) a la población vasca.

Un experimento bélico de los totalitarismos europeos para la Segunda Guerra Mundial, como diría más tarde en Núremberg el comandante de la aviación alemana H. Göring (Luftwaffe). Picasso traduce como nadie el drama del bombardeo en el lienzo, sin descender a aspectos concretos, lanzando un grito ensordecedor sobre la tragedia humana. Una crítica encendida contra los resultados lacerantes de cualquier guerra: con muertes de inocentes y destrucción (mujeres, niños, destrozos materiales, etc.).

No obstante, El Guernica está sembrado de simbolismos de carácter nacional, completamente identificables (toro, caballo), y cromatismos sembrados de conceptos ideológicos (blanco-negro); con composiciones en absoluto ajenas a la tradición pictórica española (trípticos medievales); seguidismo conceptual de maestros geniales (Goya, Greco, Rafael, Reni…), habilidosamente transformados bajo parámetros pictóricos distintos; y por supuesto, enalteciendo estilos de vanguardia (Cubismo) pictórica de las primeras décadas de siglo que deben mucho a la paternidad del maestro malagueño.

Lo que más me llama la atención en esta obra genial (desde un punto de vista artístico), sin embargo, es la sobreposición de la esperanza a la tragedia que embriaga todas las perspectivas pictóricas de la obra (espacio, símbolos, composición, croma, perspectiva…), emergiendo con mucha potencia el tema de la esperanza. Ante la obscuridad de la guerra aflora con virulencia la claridad, que acaba siendo dominante sobre el negro; ante la muerte del soldado y la impotencia con su acero roto en la mano –en la base del cuadro–, se representa una margarita que crece por encima, con sensibilidad exquisita y la delicadeza ingenua de quien supera a la muerte a pesar de su pequeñez.



A la tétrica opacidad del negro que representa la muerte, destrucción y guerra Picasso antepone de forma superior la lámpara encendida con grito estridente de tulipa con puntas de sierra; en las complejidades de ambivalencia conceptual del toro y caballo (muerte-vida, violencia-paz, fascistas-inocentes…) el pintor las dota con una bicromía donde el blanco se opone al negro, y la vida a la muerte, y la bondad a la maldad; igualmente la paloma, que es símbolo universal de la paz, y está sembrada de muerte y tragedia en su cuerpo agonizante, aquí está impostada de blanco sobre negro (aunque sea poco).

Contundente resulta, por su centralidad e impactante expresión, esa bombilla portada por la mujer de rostro fantasmagórico (y la inferior que se incorpora), que es luz y justicia (como decía A. Fermigier, sobre el cuadro de Proudhon: justicia y venganza divina persiguiendo al crimen).

También constituyen afloramientos de esperanza los huecos y ventanas que se abren entre la negrura del terror, como la que aparece sobre la mujer que grita al infinito en la siniestra (derecha del espectador) del cuadro, con rostro convulso y frustración desbordante en los impetuosos brazos, que se yerguen en la vertical con desgarradoras manos con violencia incontenida.

Y es blanca y luminosa la figura opuesta de mujer con el niño, seres inocentes que en su desgarrador dolor tienen solamente a su favor el croma blanco que habla de inocencia, impotencia, dolor y sinrazón. Como también lo es la figura yacente del guerrero, que hasta en su pernicioso oficio de matar expresa con su color blanco la inocencia de tantos miles de seres que perecen al socaire de los poderosos, de los intereses creados por otros; a ellos solo les queda la rabia en las manos, el grito escorzado de la boca y la frustración ante una muerte completamente grosera y vil.

Picasso ha sabido contraponer al horror de la guerra la esperanza y la luz entre el dolor las rendijas de los destrozos. En su pintura se alza un brote potente de vida y resistencia ante la desesperación, sufrimiento y la tragedia totalizadora de la guerra. Con todo ello, como decía Berger, ni la luz cromática del blanco ni las lámparas son bastante potentes para iluminar el horror de la Guerra.


La tragedia de El Guernica es contundente. Artísticamente una obra fabulosa, pero también una lección histórica inaprendida para la humanidad.


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