La Romería de la Virgen de Luna de antes

EMILIO GÓMEZ
POZOBLANCO

Ver fotos antiguas es ver épocas de gente que estuvo, de gente que ya no está o que simplemente envejeció. Guardan las fotos almas perdidas de otro tiempo. La vida cambia pero se asemeja a esa noria que va dando vueltas (una y otra vez). El otro día me sorprendió ver estas fotos de la Cofradía de la Virgen de Luna. Esas instantáneas vinieron a recordarnos que una tradición puede ser el nexo de unión de épocas diferentes. Más o menos, todo es como hace 60 años. Las fotos no tienen color pero se sienten cosas al mirarlas. 



Todo es igual y todo es diferente. El ritual no ha cambiado ni tampoco el cariño a nuestra tierra y patrona. Cambiaron las formas de vida. En ellas se ven rostros que eran los de niños que parecían mayores pues fueron sacados de la escuela para trabajar en el campo desafiando el frío y la tempestad. Ellos aprovechaban esta fiesta para divertirse y dar rienda suelta a una niñez huérfana de maquinitas inteligentes. Sus mulos y sus burros eran los compañeros inseparables en su tarea y diversión. Posiblemente no juntaron muchas letras ni dieron clases de inglés o piano. Ellos corrían, cada mañana, a campo abierto en busca de vivir en la libertad de la naturaleza. Sus trabajos no eran ni de ciencias ni de letras sino de la escuela de la vida campestre. Y ese día, era el de la Romería con los niños abrigados que iban rebuscando leña entre el suelo de ramas y hojas saltando cercas sin alambradas. 



Estas fotos son un inventario sentimental de Pozoblanco. Quizás esas fotos perdieron brillo y forma, pero se mantienen como tesoros de lo que fue y ya no existe o tal vez sí. Una merienda, un tambor y su repiqueteo, un camino, un Santuario, una devoción, una espera. Son tantas cosas que se mantienen. Cambió la ropa que se llevaba en las fotos, los peinados, la manera de ver la vida, las tallas de pantalón. Es decir, sobre todo, las formas de vestir la vejez, la juventud o la infancia. Han cambiado los ropajes pero no la esencia. Nacemos, vivimos y morimos. Los ciclos de la vida. Y siempre quedan los símbolos de la tierra, la pisada del camino que se repiten y el aroma del tiempo que nos envuelve. 



Las fotos son un diálogo de miradas y sonrisas: comida, vino, palabras y aquellos círculos de gente en la Jara alrededor de una candela o de una guitarra . Están ahí todos inmortalizados en fotos y pasando almanaques que se completaron hace mucho tiempo. Están ahí en la foto como duendes invisibles (quietos y callados). Todo regresa. Y quedan los recuerdos mediante palabras, imágenes o blusas en el armario. Todo tiene su sitio. Menos el olvido.




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