Miguel Cardador llena de palabras y de amigos el acto de presentación de su libro
EMILIO GÓMEZPOZOBLANCO
Estaba lleno el auditorio de los Salones Komenco en la presentación del libro de Miguel Cardador. Él se ajustó las gafas de pasta, se apartó el flequillo y empezó a contar. Estuvo bien. Largo en el discurso, como era de esperar, pero bien. Escogió trozos de su vida y los transmitió. Conquistó a los allí presentes. ¿Cómo lo hizo? Pues haciendo lo que tenía que hacer, reivindicando su existencia con sus vivencias. No sonó a hueco. Sonó a verdad. Se puso en el corazón en la mano recordando todo lo que ha vivido y ha sentido en su vida. Como era de esperar lo hizo con mucha energía y con un bombardeo de palabras (una detrás de otra).
Miguel ha escrito un libro que es la crónica de su vida. Una biografía tan rica de aventuras como la suya. Una biografía que ha contado sin ordenador. Ha redactado a bolígrafo. Como antes se hacía. Y es que el libro habla de lo que pasó en esos tiempos que se hicieron lejanos. Esos a los que ya no echamos cuentas porque vivimos solo preocupados en nuestro día a día. Lo ha escrito con la perspectiva que da el paso del tiempo. Muchos años después de vivir esas cosas que cuenta. Es por eso que saca lo que queda cuando ya nada es igual. Lo bueno de las fotografías es que nunca envejecen y lo malo es que los que miramos las fotografías, sí.
Dante dijo que no hay nada peor que el recuerdo de los tiempos felices cuando uno está en la parte reflexiva de su vida. Otros, como Miguel, piensan otra cosa, que no hay mayor consuelo. Por eso ha escrito este libro. En su discurso nos metió en el túnel del tiempo el pasado martes y nos llevó 30 ó 40 años atrás. Se fue a su juventud, que es cuando uno hace esas locuras, las cuales luego cuenta en los días de fiesta. Ayer era uno de esos días. Los mundos de la adolescencia son para siempre. Él disfruta viendo que su gente le acompaña en sus aventuras. Este libro era una de ellas.
Es aquel niño que entró y salió de su paraíso. Por un tiempo su paraíso fue el fútbol de barro en las botas y balón en las aceras. En otro tiempo fueron los medios de comunicación. Sin olvidar los tiempos que vivía para sus deportes (tenis, running) y, por supuesto, su trabajo. Sus paraísos, los perdidos y los no perdidos, siguen en él.
Veo al autor del libro cuando abro cualquier página de su libro presentado y lo veo con el AS color y los tebeos de su tiempo, corriendo un maratón con los pedacitos perdidos de nuestro pueblo de aquel tiempo, con su garganta que nunca descansa, sus emociones, sus verdades fuertes, su arsenal de sueños (cumplidos e incumplidos) en aquel Pozoblanco de pillos y calle. Pasa la vida mezclando sabores viejos y nuevos. Y así pasan las hojas del libro de Miguel que todos sabemos que es una persona que va de frente, sin rodeos.
Miguel es como un cometa mitológico que normalmente siempre está a punto de comerse la tierra aunque a veces en los malos momentos el devorado sea él como explicó a la hora de describir su enfermedad. Todo lo grande, todo lo fuerte que parece, lo estrujas, lo aprietas tocándole su lado sensible y te sale el chaval que lleva dentro, ese que sale en el libro.
El pasado martes llenó su auditorio de palabras, de sonrisas y de positivismo. Fue una noche muy feliz para él y para los que le acompañaron. En las mesa estuvo Juan Díaz y Santiago Cabello como autoridades. Los dos cosieron a piropos al autor del libro. A mí me tocó presentarlo. Es sencillo presentar a quien conoces bien. Y después del ruido y de la celebración, resumo su libro y sus vivencias en una sola frase: “Nos queda la memoria”.
FOTOS: SÁNCHEZ RUIZ
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