¿Dónde fue la vida aventurera que teníamos los niños?

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Los padres no dejan de dar cosas a sus hijos sin saber que se están cargando la aventura de los suyos. Queremos cambiar la sociedad en un día. No es posible. Se han ido generando durante años banqueros, economistas, políticos, especuladores, hipotecas, vacaciones con préstamos bancarios. A todos ellos y a todas estas cosas les favoreció la construcción de una sociedad caprichosa. La contentaron con dinero prestado. Y luego le fueron reclamando los intereses. A los niños les dieron las cosas sin pedirlas. Antes no se lo daba ni cuando trabajaban. No las necesitaban como ahora. Porque, entonces, la vida era más aventurera.

La vida era confusa y bella al mismo tiempo. Las calles eran de los barrios y los barrios de los pueblos. Y la gente era de otra gente. Y así se abrazaban. Y así jugaban. Y así querían, todo tan natural. Como lo cuento. Sin quitarle comas y puntos. Porque antes no se tiraba ni el pan que se caía. Se besaba sin más.

La vida era una aventura que se vivía con el cuerpo (saltando, jugando y fantaseando) y con el alma (queriendo, con besos robados a las puertas de las casas). El cuerpo y el alma se sustituyeron por una vida inteligente alrededor de un barrio tecnológico en el que no sales de casa para jugar, amar o saltar pues para esto último solo hace falta tener un mando de una consola o el mismo móvil. 



La cosas no pasaban de moda y se saboreaban. Se soñaba con ser un mosquetero de Alejandro Dumas o un Julio Verne perdido en una isla desierta. ¿Cómo es posible que nuestros padres teniendo menos cultura que ahora nosotros tenemos, nos hicieron valora más el saber? Y nos dieron saber y cultura sin poseerla ellos. Ahora hay una cultura pobre, una mala educación manifiesta y una insolidaridad alarmante. Decía recientemente James Ellroy que es como si todo el mundo girara en torno a lo mismo: a la locura de su propio ego. Y ese es el baile. Mirarse y mirase. No importa como bailen los demás. Ni si estos se caen. Solo basta con no caerse uno mismo porque se sabe que quien se caiga no será levantado por nadie. Quisimos competición y en esas estamos competiendo con todos. Hasta con nosotros mismos por tener cada día más.

Hay un nivel de preocupaciones banales mucho más alto y una serie de valores que se han perdido. De pequeño, recuerdo que se defendía la honestidad, el trabajo bien hecho, la humildad, el comportamiento. Hoy pocos padres luchan porque su hijo sea una persona educada y atenta con los demás. Lucha porque su hijo sea mejor que el de al lado. No le metemos educación, le metemos veneno.

No es una cuestión de ideología como piensa los locos de la política. No son buenos ni malos los hombres o mujeres porque se sienten a la derecha o a la izquierda. Los que piensan eso son unos gilipuertas. La gente se hace buena o mala por lo que ve. Y deberíamos enseñar a que se viera otra cosa. Es la sociedad del chillido. Vocear para conseguir las cosas. No lo han dado todo hecho. No ha habido esfuerzo pues no se ha recompensado. Y así hemos ido creando nuestro jardín de casa lleno príncipes y princesas a los que le concedimos los tres deseos sin que ellos los pidieran. No pidieron ser lo que son. Le dimos todo lo que no tuvimos creyendo que era lo que necesitaban. Pero no lo necesitaban. Necesitaban conseguir las cosas por sí mismas, quererlas, amarlas, sentirlas.

Los apuntamos a nuestros deportes preferidos, al conservatorio, a las actividades extraescolares de refuerzo. Y no le reforzamos en valores, en cuerpo y alma. No le enseñamos que la vida es una aventura que ellos deben de vivir por sí mismos. Sin mochila y sin cargas extras.

Tenemos que buscar esa vida aventurera que nos divierta y nos interese. Estamos creando niños y jóvenes aburridos ante un ordenador esperando una noticia o un mensaje que se hace esperar. Y que no dice nada. 


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