Cuando había muchas casas y pocos pisos

EMILIO GÓMEZ
POZOBLANCO


No hace tanto tiempo la gente vivía en casas. Unas más viejas y otras más nuevas. Más amuebladas o menos. No había apenas pisos. Casi todo el mundo tenía un número de casa sin letra en una calle del pueblo. Todo ocurrió mucho antes de que llegaran los agobios de la construcción que nos dejó otro pueblo muy distinto al que existió.

Si las casas eran el rincón familiar, las calles eran el sitio de recreo y ocio de los niños. Se pasaban horas y horas en las puertas de sus casas. De pequeños sabíamos quién pertenecía a este barrio o al otro. Los niños nos conocíamos en la calle y no en las redes sociales. Te tenías que defender del más grande y aprender el lenguaje de la calle.

Cuando yo era pequeño, vivía en la calle Romo que era una cuesta interminable que desembocaba en el corazón que separaba el barrio de San Bartolomé (todo hacia abajo) y el de San Sebastián (todo hacia arriba). Entre dos amores estábamos. 



Por entonces, las calles no estaban todas asfaltadas y había casas con puertas muy viejas (algunas a medio caer y sin pintar). Veías por la calle a mayores con chaquetas viejas y a niños con pantalones rotos. Se llevaban los zurcidos, los dobladillos o meterle un poco a los bajos del pantalón.

Viví en el número 16 de la calle Romo hasta que con cinco años me marché a la calle Andrés Peralbo (el barrio de Los Salesianos). Siempre he dicho que eran dos mundos diferentes. El primero más aventurero y el segundo más ordenado. Cada uno tenía su fantasía que todavía veo cuando paseo por allí o veo una fotografía como esta. Cambié de domicilio pero nunca desaparecí de mi barrio en el que empecé a crecer. Sigo viviendo en esos mundos de antes cuando no sabías de qué iba esto. Me refiero a vivir. 



Las calles guardan partidos de fútbol, batallitas, juegos de escondite, canicas, comba, trompos. Era una vida más pobre pero muy alegre. Pasabas por los barrios y te enredabas en sus olores, te mezclabas con su gente y te quedabas con sus paisajes. Los cotidianos. Los barrios de antes eran unos lugares donde poder contar historias. Porque antes las historias se contaban en la calle y no en las redes sociales. Y es que la sociedad estaba en la calle.

Hay cosas que solo se viven y se aprenden en la infancia. Esta tiene domicilio para siempre. Cambias de calle, de casa y de barrio pero siempre sabes que regresas a ese período cuando todo comenzó. El mío fue aquel en el que había muchas casas y pocos pisos. Todo cambió tanto que parece que fueran vidas diferentes. A lo mejor lo son. 




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