Israel, Mónica y sus aventuras en el Sahara

EMILIO GÓMEZ
POZOBLANCO

Israel García y Mónica Jurado son dos jóvenes que han vivido una aventura apasionante en el Sahara. Allí fueron para correr el Sahara Maratón y lo que se han traído son las historias de un mundo que no tiene nada que ver con el nuestro. A veces, la gente trae historias para contarlas y compartirlas. A mí, me gusta que las cuenten pues cuando las oigo, imagino cosas.

Nunca he ido allí pero con sus palabras y sus gestos, me imagino a aquella gente y los veo como si quisieran confirmarnos que la felicidad es bien poca cosa. Es dar con lo sencillo. Fuera de la ambición, del dinero y del lujo. Para los saharauis ni siquiera la salud es un tema prioritario. El concepto de vida y muerte lo tienen mejor asumido. Como diría Vila-Matas en uno de sus libros “hay personas de otros mundos que siguen las conversaciones de los demás y sonríen todo el rato. Un mundo mudo, exquisito. Un lugar aún más atractivo si uno sospecha que ahí afuera permanece, incesante y atroz, la desatada charlatanería global”. 

Israel García y Mónica Jurado en el Sáhara.


Hace falta un mundo en el que haya menos engaños, menos prisas y más silencios respirables. Un mundo alejado de todo y mucho más del ‘run- run’ de la política donde hay tanto ruido que hasta los corazones se descomponen.

Flaubert, en al final de su vida seguía la regla indeleble de apartarse de todo lo que le resultara enojoso. Ellos, los saharauis, se apartaron de las armas, de reclamar incisivamente lo que les pertenecía y se quedaron donde las circunstancias los dejaron. En una tranquilidad tan absoluta que hasta asusta. Pero donde uno se encuentra y también encuentra a los demás.

Decía Mónica en facebook: “hemos estado de vacaciones en los campamentos de refugiados saharauis. Una experiencia única, llena de momentos, aprendizajes y personas extraordinarias. “Nosotros tenemos los relojes, pero ellos tienen el tiempo”. Justo lo que más vale. Gastamos nuestro tiempo buscando una riqueza ficticia. A los dos jóvenes pozoalbenses le extrañó que la gente no tuviera prisa. Los saharauis toman el té tres veces al día y es todo un ritual. Echan de un vaso a otro y vuelta a la tetera una y otra vez. Le pregunto Israel que por qué hacían eso y le contestaron literalmente “para matar el tiempo, aquí no hay trabajo, no hay nada solo tomar té”. Como si estuvieran en el café de la Mairie donde Max Aub anotó en su diario parisino: “El hombre es el único animal que ha nacido para ver pasar el tiempo”. 



Era, el Sahara Maratón, una carrera contra el olvido. Que no es otro que el de unos refugiados que, en la actualidad, resisten en medio de la nada, rodeados del desierto más extenso del mundo. Horizontes interminables. Sin ser de nadie. Ni nadie que los reclame. Cuenta Israel que al llegar a la casa de sus anfitriones, la señora de la casa cogió el autobús y se fue al pueblo más cercano a comprar de todo para ellos. Compraba de lo que los suyos no comían nunca, para dárselo a Israel y Mónica. Hubo un tiempo, cuando todos vivíamos en la infancia, donde nos gustaba mucho más dar que recibir. La avaricia de los tiempos que corren es algo que vino mucho después. Pero que ahora nos pilla de lleno. Hablo de cuando nuestros corazones estaban más blandos (en la infancia) y las cosas aún no tenían la extrema ferocidad actual. No es la misma sociedad en la que vivimos que la de hace 30 ó más años. El Sahara Occidental es un caballete en medio del desierto puesto para atrapar un paisaje y reanimar la memoria de lo olvidado. De vez en cuando alguien se acuerda de ellos y los visita. Pero luego, todo se olvida. Y para ellos la vida sigue en la tranquilidad más absoluta. 



Decía Israel y Mónica que “te reciben desde el principio como uno más de la familia. Su amabilidad y entrega es increíble, sobre todo, teniendo en cuenta dónde están y que dependen totalmente de la ayuda internacional”. El Sahara Maratón es el arma que tienen los saharauis para luchar contra el olvido. Luchan con el deporte y con la paz. Sus casas, sus calles, su pobreza, emiten signos de una calma rara que nos lleva a sentir que en verdad hemos llegado a nuestro lugar.

Fuera de las prisas y las luchas. Esas que añadimos nosotros para perder la felicidad y la tranquilidad. Porque perdió el Betis y allí nadie entendía que eso le doliera a Israel...No lo entendía ni el que le birló la televisión al vecino para que nuestro amigo viera el fútbol. Al final del viaje, nunca olvides lo que has visto, nunca olvides a la gente del Sahara occidental decía el lema de este viaje. Ellos no lo olvidarán pues cuando Isra y Mónica se despidieron de este viaje, todos lloraban desconsoladamente por su adiós.

“¿Hemos vuelto a entrar en el olvido?” se preguntaba un saharaui.

“¡Como si alguna vez hubiéramos logrado salir de él!” contestaba otro cuando éstos se alejaban. 




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