La Comarca que veía pasar los trenes

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)

Decía Sabina en una de esas entrevistas que concedía a medianoche: “Me encantan los trenes. Son de lo más romántico. En los trenes da tiempo a leer un libro, a escribir una canción; si conoces a una chica, da tiempo a bastantes cosas. Lo de los trenes me parece un elemento absolutamente lírico. Yo, de niño, siempre soñaba con escapar, y nunca en autobús: siempre en tren”.

Aquí, hasta hace nada, no teníamos tren. Habíamos convertido la paciencia en virtud. Sucesivos gobiernos y sucesivas oposiciones debatían un tema que quedaba siempre sobre la mesa. Como decía el artista del bombín “los días pasaban y los trenes pasaban, y quedabas en la aldea silenciosa, como un pájaro con las alas mojadas”.

Un día llegó el tren a Los Pedroches. Después de pasar de largo tantas veces. Tantos años. Fue una fiesta la que allí montamos. Habíamos conseguido el tren que nunca alcanzábamos. Nuestro tren, por fin, paraba en una vieja estación que habíamos arreglado. Antes era solo una estación en la que no paraba nada ni nadie. Un sitio perdido. Porque siempre hemos sido un sitio que se escapaba del mapa. Una isla a la que no traían bote para rescatarla.

Nuestro gozo en un pozo. La estación de la que hablamos es la estación de las dudas, pues sigue sin tener más paradas. Billetes que se acaban, horarios que te dejan poco margen de maniobra para hacer el viaje deseado, retrasos en los trayectos y promesas que no se cumplen. Y lo que ya ha sido el colmo de los colmos es la serie de sucesos que últimamente se han producido. Trenes que han pasado de largo en varias ocasiones y puertas que no se abren a tiempo, llevando a los viajeros a Puertollano. Una auténtica pesadilla. Parece el cuento de nunca acabar cuando todavía no ha comenzado. Por lo menos en condiciones. Parece el tren del desconsuelo, si subes no es tan fácil bajar. Y subir es tan complicado al haber tan pocos. Cinco años llevamos con la estación. Seguimos con las tres paradas. Y no solo eso. Lo más grave es que ya no se rescatan ni esas paradas.



Hace tiempo que tuvimos que subir el volumen de nuestros deseos. En realidad no son deseos, son cosas que nos pertenecen y que no nos dan. Siguiendo con Sabina , decía: “Así que un día me subí, sin billete de vuelta, al vagón de tercera de uno de aquellos sucios trenes que iban hacia el Norte, me apeé en la Estación de Atocha y aprendí que las malas compañías no son tan malas; y supe, al fin, a qué saben los aplausos y los besos y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza, y lo que queda después de los aplausos y los besos y el alcohol y el humo y la ceniza. Tal vez por eso mis canciones quieren ser un mapamundi del deseo, un inventario de la duda, siete crisantemos con espinas”.

En fin, que seguimos esperando en el andén a nuestro tren. El de verdad. No ya por las paradas, que también. Esperamos algo más importante. Más respeto. Ese que históricamente nos ha perdido hace tiempo. Y lo siguen haciendo. Esto no es tren de la bruja. Nos da vértigo pensar que sigan olvidando a los que amanecen, se levantan, se visten, trabajan y sacan su vida adelante. Y los dejen lejos del mundo. Esos somos nosotros. Seres que nos consideran de otro planeta. Unos pueblos-los nuestros-,donde viven los desaparecidos. Lo que más duele es que no hagamos nada. Esto no es cuestión de colores. Ni cuestión de si es un pueblo u otro donde está la estación. Esto es cuestión de futuro para todos nuestros pueblos.

Todos deberíamos decirle a los que nos dejan tirados, que detrás de ese billete que dejan en el andén, hay un pasajero, una familia, una estación, un barrio-en el que vive esa persona que espera-, un trabajo, un amor que espera,un sueño y una ilusión.

Las cosas nacen con un destino. Nosotros también. Los billetes tienen un destino, el de las personas que lo llevan. Por eso es importante que nos dejen llegar y no tirados en la vía.


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