El barrio de San Bartolomé y su verbena

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


De pequeño iba con mi tía a San Bartolomé. Ella era catequista en la Parroquia. Hablo de los tiempos en los que Manuel Moreno Arias era un rayo en la calle. Hacia muchas cosas y con mucha rapidez. Era un cura comprometido con muchas cosas, causas y gente. Hasta las misas las decía rápido. Visitaba a mucha gente y daba vida al barrio.

Es una pena que no se tengan las postales de aquella época. Hablo de los años 80 donde tuvimos que pedirle a toda esa gente, que vivía allí, que posara para la historia. No se había inventado el selfie. Mi hija Patricia dice que no comprende que no existiera el selfie. No le entra en la cabeza que no hubiera móviles y que solo echaran fotos los ‘retratistas’.

En el barrio, mi hermana y yo éramos los sobrinos de la María, la cual pasaba más tiempo en la parroquia que en su casa. Tiempos en los que pasear no solo era recorrer la calle, sino asomarte a las puertas abiertas porque conocías y querías saludar al vecino o la vecina que estaba en el zaguán o en el salón de la casa. El silencio parecía que dolía. Todo el mundo hablaba con todo el mundo. Quizás había más cosas que contarse.

El barrio de San Bartolomé era como una gran familia, como un gran cuadro y la foto perfecta de un mundo que ya no existe. Era la enorme capacidad de vecindad, de ayuda mutua. Siempre ha sido una barrio de lo más acogedor. Lo sigue siendo. La gente era y es amable, servicial y alegre. Me gustaba decir por entonces que era el sitio de la alegría.

Recuerdo que una de las señoras de la Calle Nueva siempre decía “aquí no vamos a misa con abrigos caros pero sí con un corazón sincero”. A este maravilloso lugar no le hacían falta prendas voluminosas, tenía un escenario único, unos personajes que parecían sacados de un cuento fantástico y un amor enorme por todo lo que sucedía a las puertas de sus casas. ¡Que era mucho!

Luego está la Parroquia que siempre ha sido el corazón del barrio. A ella siempre han ido a parar todas las calles. Está en el sitio estratégico. Por si te pierdes, siempre te encuentras. Desde ahí, Don Manuel Moreno y antes Don Francisco de Paula, arrancaban su partido diario. Desde ahí se trataban los asuntos del mundo. Tiempos en los que la gente salía a la calle para todo. Hasta la Saturnina, quien con unas tablas de madera iba arrastrándose por el suelo de la calle, subiendo los escalones de la iglesia para tirar de las sogas que estaban atadas a las campanas. Era la ‘campanera’ más puntual del mundo. Había sillas de ruedas por esos tiempos pero ella decía que no la necesitaba. Iba por el suelo como buenamente podía saludando incluso a la gente. “Un día, cuando sea más vieja, me comprarán un carro”, decía. Terminó su vida en una residencia bien cuidada y en su silla de ruedas, aunque siempre repetía: “no olvido las horas de la misa, es como si tuviera que tirarme otra vez al suelo y dirigirme a la iglesia”. Por suerte las campanas, en esos tiempos posteriores, eran de las de apretar el botón. Ya no había que tirar ni colgarse de ellas, pero, para desgracia de Saturnina, ya no vivía en el barrio.

Cuando llega el final de agosto, llega la Verbena. La que este fin de semana se celebra. Antes, todo se llenaba de puestos. Los de arropías eran los más demandados. El pueblo entero subía por esas calles que son el callejero sentimental del pueblo. Allí los vecinos están esperándonos a todos para bailar, hablar y disfrutar de una noche grande. La vida de barrio es un patrimonio de todos. La originalidad de este barrio, como la de otros barrios del pueblo, se pierde cuando la gente se va a la ciudad o se hace una casa en un terreno a las afueras. Es una moda de los matrimonios jóvenes y una seria amenaza para la convivencia que era la que lo movía todo y hacía que un sitio fuera original y divertido. Y hasta sentimental. Lo que estamos perdiendo. Y sin darnos cuenta.


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