Cuando correr era cosa de tontos

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


Hubo un tiempo, no tan lejano, que cuando se veía a una persona corriendo por uno de nuestros pueblos se observaba como un bicho raro.

A mediados de los años noventa en Pozoblanco se comenzó a ver a un corredor de estampa keniata en lo que al físico respecta, que fue prácticamente el pionero, mi primo Ángel Caballero López, que casi diariamente corría una media de 12 ó 14 km. Todo ello enfocado a carreras largas como la media maratón y maratón.

Al mismo tiempo los homólogos de Ángel se daban en Villanueva de Córdoba, El Viso o Hinojosa del Duque.

En el año 1998, jugando al tenis, tuve una lesión que me obligaba a estar de 15 a 20 días sin poder jugar. Para mí esto representaba un problema, pues eran muchos días sin hacer deporte, cuando todas las semanas jugaba una media de tres partidos. Pero se dio la circunstancia, por suerte o por desgracia, que a los pocos días de estar lesionado coincidiera con mi primo y éste me sugirió que empezara a correr.

No lo tenía muy claro, pero al final salí y durante 20 minutos estuve trotando costándome una enormidad, por lo pesado que me resultó. Al día siguiente volví a salir y terminé un poco mejor. Cuando estuve recuperado de mi lesión continué con mis partidos de tenis, al mismo tiempo que dedicaba dos días a la semana corriendo una media hora.

Pasaron los meses y de nuevo mi querido primo me tentó diciéndome: “¿Por qué no te preparas para correr la media maratón de Córdoba, que faltan dos meses?”.

Aquí empezó mi chute de adicción a la carrera continua, mis contactos con el amigo Juan Moreno, Antonio Redondo, Luis (profesor de educación física del colegio Ginés) y algunos directivos del Club de Atletismo Ginés de Sepúlveda.

Además del pionero Ángel también estaba Javier Fernández y algún otro que se me pueda olvidar, pero nadie más. Hace 16 años se contaban con los dedos de una mano los que se dedicaban a correr de forma asidua. Yo reconozco que más de una vez sentí vergüenza cuando salía a entrenar y me caía un aguacero. Me encajaba la gorra con la visera hasta las cejas para que no se me viera la cara, para que no me pudieran reconocer y alguien pudiera exclamar:

¡Con la que está cayendo y mira ese tonto, si se lo mandara el médico seguro que no lo haría!

Mi adicción me llevó durante seis o siete años a correr cinco días en semana, participar en más de una veintena de medias maratones, maratón de Madrid y carreras de aventura de 100 km. Cada una en Madrid en pleno verano.

En menos de tres lustros se ha dado un giro de 180º, siendo cientos de personas las que salen a correr en nuestros pueblos, teniendo la mujer una participación casi por encima del número de hombres.

Maratones como el de New York, o medias en cualquier ciudad española o europea, son punto de destino de muchos pedrocheños, que aprovechan para conjugar deporte y turismo con familia y amigos, en una nueva forma y moda de vivir la vida.

Con estas líneas quiero rendir mi modesto homenaje a mi primo, por ser un auténtico pionero en carreras de fondo, al mismo tiempo que felicito a todos los que actualmente practican este deporte como mejora de su calidad de vida.

Si me lo permitís, un modestísimo consejo, que no os paséis de revoluciones, ni os metáis presión de tiempo, ya que aquí lo más importante es cruzar la meta.

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