Como si fuera el año de Zalaca

ARTURO LUNA BRICEÑO


Las presiones que el emir abasida de la Taifa de Sevilla venía padeciendo por las tropas cristianas de Castilla, capitaneadas por Alfonso VI, llevaron a Mutamid, el rey musulmán de la Taifa Sevillana, a dejar de lado su amor a la poesía, al trono y al lujo, y pensar que debía de pedir ayuda. Un auxilio que sólo le podrían dar los monjes guerreros que defendían, a golpe de espada, al Islam: Los Almorávides.

Se decidió el rey sevillano con una frase que ha quedado en la memoria de la historia: “Prefiero ser camellero en África antes que `porquero en Castilla”. Y mandó emisario a Marraquéchs para que los integristas guerreros islamitas vinieran a guerrear contra los invasores de Castilla.

Se encontraron los almorávides con los cristianos en los llanos de Sagrajas, al norte de Badajoz, muy cerca del Santuario de la Virgen de Botoa. Alfonso VI venía con su caballería acorazada. Compuesta por guerreros provistos de corazas y mayas metálicas. Y los caballos acorazados. Caballos normandos de gran alzada y peso. Frente a ellos una caballería ligera. Los caballos árabes con su aparente fragilidad, y unos guerreros pertrechados con atanores, unos cilindros de arcilla que en cada boca llevaban un pellejo tensado.

La batalla comenzó con una carga de las tropas castellanas con su pesada caballería y los almorávides respondieron a galope tendido y batiendo los tambores. Se mezclaron con la caballería castellana, que ante el ruido atronador de los atanores, vieron como sus caballos se debocaban y trataban de huir. Fue un gran desastre para los de Castilla, Alfonso VI se refugió en Coria. Y el Reino Abasida de Sevilla se encontraba a salvo. Era el día 23 de octubre de 1086. 







Pero como Mutamid temía no fue así. Los Almorávides no habían venido para guerrear y volver a África. Decidieron quedar se y años más tarde en 1091 hicieron preso a Mutamid y a sus deudos.

Al Mhadí al Marrakuxí lo narró así: “Mutamid y su familia fueron privados de todas sus riquezas en incluso sin la menor provisión (para su sustento) fueron trasladados a un barco, que los llevó a África como si se tratase de un convoy fúnebre”.

Años más tarde el poeta de Denia Ben Al- Labbana escribía: 



“Todo lo olvidaré menos aquella madrugada junto al Guadalquivir, cuando estaban en las naves como muertos en sus fosas.

Las gentes se agolpaban en las orillas, mirando cómo flotaban aquellas perlas sobre la espuma del río.

Caían los velos porque las vírgenes no se cuidaban de cubrirse, y se desgarraban los rostros como, otras veces, los mantos.

Llegó el momento y ¡¡que tumulto de adioses, qué clamor el que a porfía lanzaban las doncellas y los galanes!!

Partieron los navíos, acompañados de sollozos, como una perezosa caravana que el camellero arrea con su canción.

¡¡Ay, cuántas lagrimas caían al agua!! ¡¡Ay, cuántos corazones rotos se llevaban aquellas galeras insensibles!!” 



Mutamid desembarcó en Tánger y fue desterrado a Ifriquiya, y para subsistir, sus mujeres e hijas se dedicaron a hilar y tejer. Y dice el cronista de Mutamid: “Llegaron a vender sus trabajos, a fin de mejorar un poco el estado a que habían sido reducidas”

Han pasado más de nueve siglos desde este abandono del poder, hasta hoy que se ha vuelto a ver en las orillas del Guadalquivir, otra salida del poder. La Andalucía eterna se repite

y se apasiona, hasta tal punto que los abucheos de hoy no sabemos si han sido el saludo al que llega o la despedida a la que se va.

Mutamid murió en Ifriquiya según unos en 1094 y otros dan el año de 1095. Lo cierto es que no fue camellero en África y que jamás volvió a su añorada tierra de Sevilla. 


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