Cuando anochece en Pozoblanco

EMILIO GÓMEZ
POZOBLANCO

Hacer una fiesta de algo que ya no existe tiene su mérito. ¿O quizás sí existe? Todo dura mientras se recuerde. Y a la Nivel 0 la recordamos los que fuimos jóvenes o adolescentes en aquellos años 90.

Por entonces se decía que cuando un sábado anochecía en Pozoblanco, se encendían las luces de la Sala más ‘molona’ de la provincia de Córdoba. El pasado sábado aquellos jóvenes-que ya no lo son tanto- fueron a recordar esos fines de semana vividos. No podían hacerlo en la Nivel 0. No estaba. Lo recordaron en otra sala que por una noche quiso parecerse a ella. La Wong. Y lo hizo con la música. Era la misma banda sonora de nuestra vida juvenil. Algunos fueron con sus amigos de aquella época y hasta con el amor que encontraron en su juventud.

Cada generación vive de una manera. Aquella vivía sin ordenadores personales, sin redes sociales, con la incertidumbre de una vida que estaba estallando y con los sueños que cada uno pintaba en su alma. Posiblemente la Nivel 0 se parecía al mundo de aquella época. Con muchas luces (que se encendían y se apagaban) y con muchas sombras (pues había oscuridad) pero con la música liberándonos de todo. Como si no hubiera nada más que coger el ritmo que nos transformaba. La Nivel 0 era la representación de la juventud. Esa que no existe. Que se escapó como lo hizo la discoteca. 



La gente que fue el pasado sábado a la fiesta de la Nivel 0 era-en su gran mayoría-la de aquella época. Por un día tomaron la noche de Pozoblanco. Somos de lo que fuimos y de lo que soñamos con llegar a ser. En aquellas noches de los noventa, todos bailábamos al mismo ritmo pero cada uno tenía un sueño por dentro. Es ese sueño el que nos ha hecho ser lo que somos. O no. Porque siempre hay muchos sueños incumplidos. Incluso soñadores que abandonaron sus sueños.

La nostalgia de lo que fuimos nos duele porque se perdieron esos instantes sublimes y los insignificantes, porque de aquella época hay amores perdurables y también los amores efímeros que se perdieron después. Y los que vinieron. Igual que los días que se fueron sucediendo ya con aquella música apagada.

A veces no hace falta tener delante lo real para vivirlo como si lo fuera. Es la música la que lo trae. Es la música la que trajo esos tiempos con Andy y Pedro Ángel. Y los recuerdos. Con esos temas que escuchábamos cuando no había que tapar arrugas y la ropa era más barata pero más cómoda. No había barriga que superar. 

 

Cuando entré por primera vez a la Nivel 0 vi una discoteca tan grande que parecía que los horizontes serían inabarcables. Diversión y delirio entre el ruido de la noche. Por aquel tiempo la vida era una tierra por explotar. Antes de que todo se redujera a las cosas elementales. Por eso la juventud es bonita porque vas descubriendo cosas que parecen fantásticas.

La Nivel 0 como ya comenté antes era un lugar fantástico en aquella moda de los noventa en la que las chicas iban con los vaqueros subidos hasta el ombligo, con cinturones de hebilla grande. Chicos con pantalones vaqueros tintados claros, jerseys de ochos, chalecos y zapatos náuticos, en una explosión de pijerío con las camisetas de Sensación de Vivir. La raya al medio en los chicos con algún que otro tupé o melena latin lover. Muchas horteradas. Camisas estampadas, de flores. Y en las chicas pelos con mucho volumen. Se llevaban los pantalones Liberto ‘lavados a la piedra’. La moda friki que reventaba cada fin de semana en un espectáculo de color y fantasía.

La fiesta del pasado sábado era menos atrevida. Con menos pelo, menos arreglos pero con el perfume de esos tiempos que volaron entre la música. Todos recordaron que la Nivel 0 fue la capital del reino más maravilloso del mundo: el de la juventud. Por eso todos los que estuvieron aguantaron hasta el amanecer que fue quien les avisó que ya no vivían en ese tiempo. Y encima los relojes se habían adelantado una hora. 


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