El campo no es una carpeta de despacho

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)



La naturaleza no se defiende en un despacho de una gran avenida. Es como meter goles fuera del campo de juego. Se defiende estando y viviendo en ella. Uno la comprende si habita en ese mundo en el que no hay ascensores automáticos para subir. Solo montes que trepar, ríos que cruzar y bosques que contemplar. Cerca del sol y de la luna.

La vida entre la naturaleza transcurre de otra manera. Es mucho más verdadera. Se busca siempre un espacio virgen y no ese espacio para aparcar o para situarse en la cola de cualquier administración. Entre los bosques y montes se esconde nuestro pasado. Ese que sucedió antes de que lo arrasáramos todo. Destrozamos sin respeto campos, cortijos y caminos. Construimos caprichosos edificios. Unos cerca de otros. Subiendo plantas y plantas en ciudades para hacer el terreno más rentable. La gente se marchó en busca de acercarse al mundo. Ese que le vendían en la televisión. Y dejaron sus pueblos.

Era como ir a una zona VIP. Esas que son una estafa donde todo es mentira. La zona VIP es el paraíso natural que tenemos. Ese que no vemos porque estamos en él. Hay muchos vaqueros, agricultores, guardas, sirvientas, gañanes, gente trabajadora de los pueblos que lucharon por la naturaleza que otros destruyeron e ignoraron después. Son personas que mejoraron el mundo con su esfuerzo. Dedicaron su vida a una labor que hoy es silenciada entre el ruido de la gran ciudad. Allí en esas grandes urbes es precisamente donde se toman las decisiones sobre que tenemos que hacer con nuestros campos, con nuestros animales y con nuestras cosechas. Departamentos enteros de gente con carpetas que pasan de mesa en mesa entre cafés mientras los del campo apenas tienen tiempo de abrir la fiambrera que traen de casa. Porque en el campo no hay maquinas de café y refrescos, ni tiempos establecidos para café, bocadillo y cigarro. No existen días de asuntos propios. El único asunto es sacar adelante a los animales que berrean porque quieren comer más.

El otro día, un amigo mío se afanaba en explicarle a uno de estos ‘nuevos animalistas’ que el toro bravo no existiría si no estuviera la tauromaquia. Le pedí que desistiera. Nadie que no haya estado cerca de un toro, de una vaca, de una oveja, sabe lo que son estos animales. Existen porque hay ganaderos. Igual pasa con la naturaleza. Existe porque hay gente que vive ahí. Si esta hubiera estado en manos de gente que habita en ella, no se hubieran hecho tantas barbaridades. No se fíen de quienes dicen que la defienden. Hay muchos destructores que se hacen llamar defensores. Creen que los campos son como mensajes que se mandan a través de un correo electrónico, un tweet en redes sociales o un mensaje de WhatsApp en el teléfono. El campo es para estar en él. Trabajándolo. No para escribir de él tonterías amenazando a los que habitan allí.

El tiempo es lo único que existe en nuestras vidas. Y pasa estando lejos de la naturaleza. Pasa el tiempo con niños siendo reyes de videojuegos cargados de armas quemando campos y ciudades. Al mando de monstruos y bárbaros en unas partidas violentas, divertidas y brutales. Hemos metido a los niños en las casas. A los perros. A los adultos entre cuatro paredes en su trabajo. Y el campo lo hemos ido dejando vacío. Le hemos puesto etiquetas para que no estuviera bien visto. Nos hemos ido yendo de él. Se presentaba un sueño de prosperidad en un universo lleno de gente. Lejos del curso de un río, donde no se ve un atardecer, ni se le da agua al animal, ni se cogen los frutos maduros de los árboles. La naturaleza es un mundo que habla. No hace falta rodearse de personas de postín ni comer en grandes restaurantes para establecer diálogos acerca de la vida.

La tranquilidad de espíritu es una cualidad que se adquiere mucho más cerca de lo sencillo y en la naturaleza. Porque la clave está en apreciar lo que se tiene. Eso es lo que no hemos hecho los que vivimos en este paraíso que es nuestra zona. 


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