El huerto de la vida

EMILIO GÓMEZ


Don Teodoro se despide de Pozoblanco para marcharse a Úbeda.

Recuerdo la primera vez que cantó misa en Pozoblanco. Don Teodoro era, por entonces, un joven a punto de comerse en el mundo. Como decía una vecina mía “muy simpático y guapetón a pesar de tener el pelo blanco”. Adorado por todos y por supuesto por las mujeres que lo tenían muy bien considerado y mirado. Muy cordial. Era un personaje popular y al mismo tiempo un desconocido. Todos querían conocerlo un poquito más pues rebosaba alegría por los cuatro costados. No había nada más que verlo. Don Teodoro tenía ‘brillo’. Es una palabra que suelo emplear para esas personas que despiertan cosas en la gente. Latía como un volcán. Recuerdo el rastro de su amabilidad todavía flotando entre las paredes del Colegio. Su nombre sonaba mucho por allí, incluso por las calles. 



Parecía un hombre que quería cambiar el mundo. Tocado por la vara de Dios. Siempre tenía una palabra para el que se cruzaba con él. Sus pequeños gestos parecían grandes. Había conseguido llegar a la gente. Eso que parece fácil pero que no lo es tanto. Y un día se fue. Recuerdo que me dijeron que estaba en los Salesianos de Córdoba. Me contaron que hizo grandes cosas. Tenía ‘dones’ para ello pues era inteligente, valiente y muy humano.

Ha pasado el tiempo. Ha vuelto y se ha ido. Pozoblanco es su casa, de la que a veces se va y otras vuelve. Es cierto que sigue siendo el Don Teodoro de siempre. Quizás con menos énfasis pues no se puede ser siempre ese adolescente que da bocados a la vida para comérsela entera. Pero siempre ha sido él. Ese ‘cuídate’ que nos regalaba a modo de “adiós” es el que le decimos ahora que se va. Irá a otro lugar salesiano. Conocerá a nueva gente y seguro que un día volverá de nuevo. La vida es un regreso permanente. Me quedo con esa risa gozosa del gran Don Teodoro que aunque se vaya diciendo “que nunca es triste cuando las cosas terminan. (Pero que a veces es inmensamente triste)”. Por lo menos en las despedidas. Cuídese Don Teodoro. Que el huerto estará bien cuidado. Y llevará su nombre. La vida es un huerto que hay que regar aunque, a veces, cambiemos de tierra para sembrarlo. ν

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