El fracaso de la política y los políticos

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


La política, y principalmente los políticos, llevan años que han entrado en un continuo y peligroso deterioro. Principalmente por la falta de preparación y la poca solvencia de muchos de ellos, que no han pasado nunca por la experiencia y conocimiento que suponen haber trabajado antes en la actividad económica privada. La percepción de que estamos ante los políticos más mediocres e irresponsables desde que se instauró la democracia es casi unánime.

Sí además comprobamos en la mayoría de actitudes una gran falta de sentido común que se traduce en una gran falta de sentido de Estado, llegamos al resultado negativo que padecemos en la actualidad. Porque es lamentable que después de cinco meses para haber formado un gobierno, de nuevo nos obligan a los ciudadanos a tener que ir a unas nuevas elecciones generales, las cuartas en cuatro años, un récord inaudito. Y todo por culpa de unos políticos ineptos que mucho más que el bien común y el interés general les preocupa sobre todo su propio interés personal y sus ansias infinitas de poder, para cuya conquista perpetran continuamente unos espectáculos de tacticismo político que resultan bochornosos.

Los cuatro partidos mayoritarios argumentan, según ellos, razones de peso para no llegar a un acuerdo que diera opción a gobernar. El PSOE, que es el partido que más diputados ha obtenido con diferencia sobre el resto, ha jugado al gato y al ratón con Podemos, tonteando en una especie de noviazgo de que te doy, pero si no aceptas, donde dije digo ahora digo Diego. Un absurdo y grotesco vodevil que no ha servido para nada y que ha cansado mucho a los españoles.

Ahora ya parece que Pedro Sánchez para nada quiere introducir en el posible gobierno a la extrema izquierda, pues ahora ya entiende que, aunque sí le sirve para apoyarse en ella y alcanzar gobiernos autonómicos (Navarra, La Rioja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias…), para el gobierno de la nación no es de fiar, aunque sólo sea con la incorporación de algunos pocos ministros, y porque sabe que le daría una mala imagen en Europa, amén de la que podrían liar con el resultado de la sentencia del “procés” separatista catalán.

Y entiendo esta nueva postura del Presidente en funciones, pero para este viaje no se necesitaban tantas alforjas. Ni tanta hipocresía. Tenía que haber sido más claro y valiente, y desde el minuto uno haberle aclarado con rotundidad a Pablo Iglesias que si querían un gobierno de izquierda que les votaran, pero que él no iba a conceder ningún ministro a su partido, que como máximo cumpliría algunas propuestas que fueran lógicas y viables para sumarlas al programa y gestión de los socialistas.

Por su parte, Pablo Iglesias, es un hombre que a pesar de la inteligencia que se le presupone, está en constantes contradicciones, pues ha repetido infinidad de veces que para él y su partido lo más importante es el programa, programa y programa. Ahora se olvida de esto y lo que prima son los puestos, sobre todo los puestos de él y de los miembros más próximos para entrar en el gobierno.

A esto se le suma la descabellada última sugerencia de que tiene que ser el rey Felipe, el que por su función de Jefe de Estado, arbitre presionando a Pedro Sánchez para que forme un gobierno. Este “asaltacielos”, que quería hacer un referéndum para votar si se anulaba la monarquía en favor de una república, ahora nos sale con ésas. Es como si un ateo de pronto empieza a ir a misa diaria y encima toma la comunión.

La credibilidad de Pablito está por los suelos, porque si tiramos de hemeroteca, desde que entró en la política, ha batido el récord de manifestaciones disparatadas, promesas irrealizables y contradicciones en cantidad. En definitiva, es un pequeño burgués acomodado que encabeza un partido de extrema izquierda, donde se le llena la boca de decir que él representa el progresismo. Ese “progresismo” inmaculado que, como todos ya sabemos, te hace ser moralmente superior a cualquier rival político. Y utilizando y apropiándose torticeramente de esa palabra estupefaciente y prostituida, uno ya se eleva por encima del bien y del mal. La demagogia que no falte, que hay mucha alma cándida a la que embaucar.

Pedro Sánchez, que ha demostrado ser más listo (no confundir con inteligente), para satisfacer su deseo infinito de permanecer a toda costa en La Moncloa, juega de nuevo con la carta de ir a nuevas elecciones, porque los sondeos le vaticinan un incremento de diputados y a eso se agarra.

Por otro lado, tanto el Partido Popular como Ciudadanos, se han quedado en la barrera a verlas venir. Este último, con su líder el Sr. Rivera, a ultimísima hora se sacó un conejo de la chistera, con tres propuestas para que las cumpliera Pedro Sánchez y así apoyar la investidura. Un guiño al sol, para justificarse ante los ciudadanos.

La pura verdad es que no han hecho el más mínimo esfuerzo para encontrar alguna solución y para conformar un gobierno de prioridad nacional, donde Casado, Rivera y Pedro Sánchez hubieran llegado a un acuerdo de mínimos, para que hubiera gobernado el partido que más diputados ha conseguido, el PSOE.

Y por medio, hasta las nuevas elecciones en noviembre, probablemente saldrán tanto la sentencia de los políticos catalanes que intentaron dar un golpe de Estado como la de los ERES de Andalucía, el mayor robo por parte de los dirigentes del PSOE en nuestra comunidad, y seguramente también en la historia de la democracia.

Desaceleración económica, falta de credibilidad en el exterior, pérdida de empleo, problemas con la cohesión territorial, parapetarse ante la crisis mundial que se nos viene encima y problemas importantísimos de nuestro país como: pensiones, ley de dependencia, inmigración, educación, etcétera, siguen creciendo. A todo esto se responde con un gobierno provisional que se remonta a la prehistoria, y un tiempo perdido donde han hecho un absurdo paripé el señor Sánchez y el señor Iglesias, que me ha recordado al dúo musical argentino Pimpinela con aquel estribillo de, “te quiero, vete, olvida mi cara y que existo, que tú para mí.....”. Al final entre todos lo mataron y él solito se murió.

Pero eso sí, en este nuestro país, hay una facilidad extraordinaria para seguir engordando el capítulo de políticos profesionales. Con esto de que han desaparecido casi por completo las mayorías absolutas, las coaliciones de unos y otros han hecho que este número de políticos ocupando puestos se responsabilidad se incremente en gobiernos autonómicos de una manera injustificada.

La mayoría de los gobiernos autonómicos lo han incrementado, como por ejemplo Navarra y Madrid, con cuatro consejeros más cada una de estas comunidades. Y así hasta 10 de los 14 nuevos gobiernos.

Una de las excepciones es Andalucía, que los ha reducido, de los trece que tenía Susana Díaz a los once que tiene el popular Moreno Bonilla. Resumiendo, hay 17 consejeros más que antes de las últimas elecciones del 26 de mayo.

La milonga de que este incremento se va a traducir en una mejor atención al ciudadano, que es lo que manifiestan los presidentes de cada comunidad que han incrementado el número, es solo eso, una auténtica milonga, porque la realidad es que el aumento de consejerías es la consecuencia de un reparto entre nuevo actores políticos de puestos de la administración.

La falta de ilusión del ciudadano está llegando a su máxima cota desde que se instauró la democracia. Fruto de ello creo que muchos no van a molestarse en ir a votar. Y el resultado que se puede dar, por muchas encuestas que se hagan, es incierto, porque es como un partido de fútbol, antes de comenzar el mismo, una cosa es vaticinar o creer que se va a dar este o aquel resultado y otra el que de verdad se dará al pitido final del trencilla de turno.

El fracaso de la política y los políticos sigue aumentando, pero lo malo de todo este fracaso es que nos pasará una gran factura a la ciudadanía en general. Y ojo, porque la historia de la humanidad nos advierte con numerosos ejemplos, pasados y presentes, que unos malos políticos pueden llevar a la absoluta catástrofe a cualquier gran país.


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