Aquella Navidad de 1974

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


Cuando estamos en el ecuador de las fiestas navideñas, a los que alcanzamos ya una cierta edad nos embarga en estas fechas tan señaladas una cierta nostalgia de algunas de las pasadas, sobre todo en edad infantil. Para mí, quizá las que mejor recuerdo me dejaron fueron las del año 1974, cuando tenía 12 años.

Esas Navidades, mis primos Ángel e Isabel, pasaron las mismas en mi casa, por un problema de enfermedad de su abuelo que le obligó a estar ingresado en el hospital de nuestra capital.

Fueron quince días vividos intensamente, desde el primer minuto al levantarnos hasta que nos recogíamos para dormir. Eran los tiempos en los cuales todos comíamos juntos en la olla, recuerdo una comida que nos gustaba mucho, y especialmente a mi primo, el guiso de patatas con espinazo y costilla. Las típicas perrunas caseras hechas por mi madre Luciana, cocidas en la panadería del “cachondo”, los chupitos de anís dulce a escondidas que sabían mejor y la merendilla de cantero de pan con aceite y azúcar.

También recuerdo con especial dulzura el tiempo que le dedicábamos a ver los juguetes en el supermercado de “Casa Olid”, en la planta superior, con gran cantidad y variedad de juguetes. Hasta la tarea de ir a recoger los huesos a la carnicería de Juan García, que junto a sus hijos, Pedro y Juanele, gestionaban la sección cárnica en dicho supermercado de “Olid”, tarea a la que me mandaba mi padre para la alimentación de los cinco perros podencos de caza que teníamos en casa. Este supermercado, que se encuentra en lo que hoy es el Centro-bar, fue el pionero en Los Pedroches a finales de los sesenta, marcando un estilo nuevo tanto en la alimentación como en la juguetería.

Mi primo Ángel y yo dormíamos en una habitación-bodega de no más de siete metros cuadrados, con una cama pequeña desmontable, pero la verdad es que dormíamos como benditos. Partidos de fútbol en cualquier calle o en una cerca con incipiente hierba, las películas en blanco y negro por la tarde, el torneo de Navidad de baloncesto del Real Madrid, los villancicos cantados casa por casa en la tarde noche del día 24 y que sirvieron para sacar unas cien pesetillas para cada uno, eran vividos con la máxima intensidad en un mundo sin problemas, sin pensar en las notas del colegio, ni en ningún problema de futuro.

Uno de los peores momentos era el sábado cuando mi madre nos lavaba de arriba a abajo en la palangana con agua caliente, le temíamos más que un gato escaldado.

Incluso recuerdo con nitidez, una de las canciones más oídas de aquel final de año, “Llorando por Granada” con sus misteriosas notas de: “Dicen que es verdad que su alma está encantada por perder un día Granada y que lloraba…..” canción cantada por el grupo andaluz “Los Puntos” y en la que se narra los lamentos de Boabdil, último rey moro de Granada.

El colofón final a unas vacaciones de Navidad especiales llegó el día de reyes, el último que compartí en casa con mis primos. Llegó un rey, que fue el padre de mis primos, mi tío Manolo, que nos regaló a los dos lo mismo, unas botas de fútbol y un balón de fútbol de goma especial.

Aquellas Navidades para mí fueron las mejores, pero lo fueron porque compartimos como niños y personas, porque en mi casa vivimos nueve personas: mis padres, mi abuela materna, mis tres hermanas mayores mis dos primos y yo.

No teníamos cuarto de baño, ni móviles, ni gambas de Huelva, ni coche, ni…. muchísimas cosas que hoy tiene hasta la familia más humilde, claro que ahora hay también menos familiaridad, naturalidad y vecindad, porque el llamado “progreso” casi las ha aniquilado.

Para mí, mientras yo tenga memoria, unas de las mejores navidades fueron las de 1974.

¡Felices fiestas para todos y especialmente para todos los pedrocheños!


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