Desde mi ventana de Southampton... La vida es ‘serie’

MIGUEL CARDADOR MANSO 
(Ingeniero Superior Industrial) 


Tras estas elecciones, dos cosas me han quedado claras y eso, que como bien apuntaba Jordi Évole en un artículo, la jornada de reflexión no es el lunes donde sería de mayor utilidad para digerir lo ocurrido. La primera, hay un techo del 20-25% de españoles que no se animan a participar en eso de introducir el sobrecito ni aunque le entreguen un bocadillo de jamón con coca- cola tras solemne y patriótico acto. El máximo histórico de participación del 79,97% en 1982 queda demasiado lejos. La segunda, los indicios apuntan a que definitivamente la vida está dirigida por un director de serie televisiva. A veces, toca drama, otras terror o suspense y casi siempre guioniza comedia.

En esa dirección, me inspiran títulos de fabulosas series para describir la situación en la que política y emocionalmente nos encontramos. ‘Aquí no hay quien viva’ es uno de ellos. España vive en un “viejo” edificio de 40 años llamado Democracia, donde la mitad de los vecinos no entienden, comprenden, ni comparten la decisión de voto del pasado domingo de la otra mitad; y viceversa. Por lo que todo parece una de esas cómicas juntas lideras por Juan Cuesta en las cuales nada se decidía por la ausencia de consenso. Además, no faltan aspirantes al papel de Doña Concha para gritar el célebre “¡Váyase señor Rajoy, váyase!”.

Pero por ser un poco constructivo, el que viene que ni pintado es ‘Manos a la Obra’. Ese edificio al que me refería antes, está algo o bastante desgastado debido al mal uso. En la votación, un poco más del 50% creen oportuno llamar a los “expertos” de toda la vida para tapar los agujeros creados, reformar algunos habitáculos y acabar con una mano de pintura en las paredes. El problema surge porque el 28,72% las quieren azules y lisas, mientras que el 22,01% rojas y con flores. Con lo que, o acuerdan pintarlas a rayas como el Barcelona, o no hay nada que hacer.

Luego, un segundo bloque prefiere a nuevos artistas del ladrillo para dirigir la obra. Destacando un 20,66% que piensa que el edificio no hay quien lo salve y es necesario reconstruirlo desde los cimientos usando “nuevas” técnicas, para transformar lo que algunos consideraban su cortijo. Quizás el presupuesto y la realidad no den para tanto. Por último, en este grupo de apostar por los noveles, un 13,93% están a caballo entre lo barroco y lo vanguardista. Buscaban el “cambio sensato” y por no mojarse o haberlo hecho demasiado, “ni chicha, ni limoná”.

Ante este abanico de variedad y colorido, lo único que espero es que la cosa no acabe como si hubiéramos llamado a ‘Manolo y Compañía’. Es decir, derrumbándose la obra antes de abrir la puerta y con el grito de “¡Benitooooo!”.

El resultado final de la creación, quién lo diría, está en manos de Pedro Sánchez. Ha debido de sentirse como Steve Urkel en ‘Cosas de Casa’. A lo largo de la campaña era ese alumno de instituto con gafas, patoso y ropa ridícula que ninguna chica quiere para el baile. Su tropiezo con las urnas lo ha introducido, a pesar de todo, en la máquina de transformación y ha salido de ella como el atractivo y seductor Stephan Urquelle. Ahora todas quieren hablar con él; voy a empezar a creerme lo de “el guapo” y el efecto de su sonrisa.

Ante tanta crispación como estoy presenciando por todos lados entre las dos Españas, acabar con la maravillosa frase final de George Orwell en el libro ‘Rebelión en la granja’: “Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”.


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