El trabajo de nuestros campos

EMILIO GÓMEZ
LOS PEDROCHES


Cinco lugares de Los Pedroches han sido inscritos en el Registro de Paisajes de Interés Cultural de Andalucía. Podían haber sido más, si no hubiera sido porque seguimos siendo ese lugar desconocido. Hace unas semanas entrevistábamos a Marcos Rodríguez Pantoja, el niño lobo que un día salió a la ciudad y desde entonces es uno más. Hemos sacado tantas cosas ya de la naturaleza y las hemos convertido en urbanas, que a veces es mejor dejar las cosas donde están aunque no las conozcan. No sé si es mejor conservar lo que tenemos o mostrarlo. El peligro es que lo enseñemos y nos lo rompan, porque nos han roto muchas cosas y otras las hemos roto nosotros.

A veces no comprendo cuando se habla de que la gente que se gana la vida en nuestros campos, no ha tratado adecuadamente nuestro entorno natural. Habría que preguntarse quién lo ha sostenido durante años, décadas y siglos. Nuestra naturaleza no es virginal. La intervención del hombre y la ganadería es vital en su conservación y desarrollo. Sin ello, estos paisajes se degradarían. Esto lo deberían de tener siempre presente excursionistas, senderistas y turistas quienes pisan ocasionalmente el campo y creen que no hay que trabajarlo para su conservación. La convivencia entre agricultor, animales y entorno ha sido fundamental para legar a las generaciones sucesivas un paisaje privilegiado, en el que ha sido posible integrar las tradiciones agrícolas y la supervivencia de un paisaje que va más allá de la protección natural o de estar inscrito en un registro de paisajes, pues ya forma parte de las emociones y las tradiciones de una tierra.

/SÁNCHEZ RUIZ


La sierra o la dehesa forman parte no solo de un paisaje maravilloso sino de una forma de vida entre encinas, olivos, cañadas, ríos, barrancos, un conjunto granítico espectacular, caminos y cortijos. Es un sistema productivo. Todo ese conjunto de bellezas naturales ha acogido, durante otros tiempos, a pastores con sus rebaños, a hombres y mujeres que trabajaron como mulas en esos cortijos, a coplas y bailes populares en época de aceituna y algún que otro bandolero.

Ahora vemos cómo los campos están cada vez más solos y en ellos apenas se guardan unas formas de vida que fueron atropelladas por la moda urbana, porque la España que vino después fue la del progreso y la del el bienestar, que consiguieron los mayores logros de nuestra historia transformando las ciudades y pueblos aunque también destrozando la vida natural, sin respeto y muchas veces por capricho. La sequía y la ambición humana hacen mucho daño.

Tendríamos que tener presente que lo peor que le ha pasado a nuestro paisaje no ha sido la estancia de los cerdos, de las vacas o lo que los agricultores hayan hecho en él. Lo peor ha sido el abandono que ha sufrido. Mientras los ladrillos se iban amontonando en las ciudades, y con una industria y un sector servicios pletórico, el nivel de abandono rural se disparó.

No sabemos si la gente volverá al paisaje para pasear o para trabajarlo pues aún las posibilidades están ahí. La sociedad valora cada vez más los productos naturales. Es una buena ocasión para cultivar nuestros huertos, para atreverse con nuestros quesos, para apostar por lo ecológico. Nada volverá a ser igual pero si queremos que el turismo sea fuente de riqueza, tendremos que estar al nivel de lo que presentamos. Es nuestra dehesa, nuestra sierra. No es un portal ni una lámina, es nuestro campo que para conservarlo y mostrarlo tendremos que seguir trabajándolo. Que no se nos olvide esto.


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