La cámara de José Herruzo Álamo que retrató a color el Pozoblanco de mitad del siglo pasado

ANTONIO MANUEL CABALLERO
POZOBLANCO


Hoy cuando acudimos al supermercado, a la gran superficie o hacemos el pedido por internet encontramos una gran variedad de productos frescos con los que llenar la despensa. Atrás quedan esos mercados callejeros que conocieron nuestros padres y abuelos y que hacían posible que comprar un poco de carne, pescado -quien se lo podía permitir- o incluso una torta se convirtiera en un auténtico acto social.

Nos situamos a mitad del siglo pasado. Año 1947. Don José Herruzo Álamo, un gran artista, nacido en Pedroche pero muy vinculado a Pozoblanco, compra una “máquina” de fotos a color. Va a Alemania para adquirirla ya que tiene deseo de fotografiar los cuadros que pinta, pero más allá de eso también plasma las instantáneas del Mercado que se instalaba por aquel entonces en la Plaza del Capitán Cañizares, hoy Plaza de la Constitución.

Esta fotografía permite ver los puestos de venta y la fachada de la mítica Casa Bosch.


Sus fotografías se convierten, según se estima, en las primeras a color realizadas en la historia de Pozoblanco. José Herruzo Álamo fue un creador total. Pintaba, realizó la escultura con el busto de Marcos Redondo que hay en el paseo del mismo nombre, antiguo de la Estación, hizo el Gallo del Pozo Viejo o la estatua del Cronista Sepúlveda -el “Tío de las Pelotas”- por cierto que su hijo, Francisco Herruzo, señalaba el pasado jueves que cuando a su padre le preguntaban por qué había colocado cuatro bolas en el monumento él respondía con humor “son las dos de Juan Ginés y las dos mías”.

Puestos de carne o pescado colocados en la actual Plaza de la Constitución.


Su hijo, precisamente, cedió esas fotografías únicas, 28 en total, a Antonio Arroyo y Rosa María García y ya las pudimos ver proyectadas en el Silo en el pregón de feria que pronunciaron. Ahora, ambos, las han donado a la asociación Piedra y Cal, que el jueves reunía a Juan Domínguez Cabrera con su mítico negocio de El Chairo que llega felizmente hasta nuestros días, el conocido y reconocido médico Agustín Redondo Delgado a sus 92 años y el abogado y maestro José María Yun Cabrera con el negocio familiar de Sombrerería Yun -todos ellos con memoria prodigiosa-, con Antonio Arroyo como moderador, para comentar las fotos, las personas que en ellas aparecen y hasta los edificios que se pueden ver. El salón de Piedra y Cal se llenó en una noche de recuerdos que nos permitió recordar o descubrir cómo era el Pozoblanco de mitad del siglo pasado. Las fotografías eran fundamentalmente de la Plaza del Mercado (de la Constitución), del Ayuntamiento, dónde se veía el hotel Damián, Cobitos, la originaria Imprenta Castro o la pescadería de Faustino Díaz y de la Plaza Cronista Sepúlveda, llamada antes de la Alhóndiga.

La tertulia, abierta al público, permitió, con el visionado de las fotografías, descubrir que el único agua de que se disponía en la Plaza del Mercado, entonces del Capitán Cañizares, provenía de un pozo con el que también se hizo la obra en la Casa de Doña Anita; que allí paraba el pequeño coche de línea a Córdoba de 20 o 25 plazas -en la puerta de Rafael el de la Media- que salía a las 7.00 de la mañana; que a las 5.00 llegaban los pescaderos despertando a todo el vecindario; que con 1 peseta se compraban 10 pedazos de churro o que las mujeres que acudían con delantales blancos eran las criadas de los señoritos.

Participantes en la tertulia organizada el jueves por la asociación Piedra y Cal en su sede.


Las normas de higiene también han cambiado. Juan Domínguez recordó que cuando había corridas de toros se colgaban las reses muertas y podían estar allí 4 o 5 días “y el Barbas era el hombre que cuidaba de que no se las comieran los perros”. Domínguez en su libro cita los puestos de El Rubio, El Braulio, El Bernabé, El Columpio, Los del Vidal, El Moña, Los Torricos, el Marusa, El Chichi, Cobitos, La Farraga y La Pajarona con sus pescaderías y los fruteros El Cazorla, Vallez, El sastre o Magdalena de los peros. No faltaban las mesitas de las azafraneras como La Boni o La Victoria.

Los jamones frescos, las cestas de mimbre, los loteros, las viudas de guerra vestidas de luto, etc., nos evocan tiempos pasados con paisanos con nombres y apellidos muchos de los cuales viven y se ven reflejados en esas primeras fotografías a color.

Y luego estaban las tabernas: la del Céntimo, la de Adolfo, la de La Media o la del Tío Gonzalo.


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