El Padre Iberus

SCARAMOUCHE


Cuando los revoltosos griegos pisaron por primera vez tierra peninsular quedaron prendados de la vida que florecía a partir de un río en lo que hoy sería la provincia de Huelva, al que los textos más antiguos coinciden en llamar Iberus. Partiendo este flujo acuático dieron el nombre de iberos a los pueblos que moraban en el territorio, y así mismo llamaron Iberia al propio territorio. Esta es una de las teorías al respecto del origen del término, junto a otra más extendida que establece dicho origen de otro río, el Iber -actual Ebro-, aunque es bastante posterior y carece del soporte historiográfico que los griegos otorgaron a la teoría onubense. De este modo, los griegos en efecto llamaron en origen Iberia únicamente a la parte más occidental de la costa mediterránea de la península. Posteriormente el nombre fue extendiéndose a toda la costa, más tarde a todo el territorio, y finalmente a todas las tribus que lo poblaban, de forma que textos del siglo VI antes de nuestra era hablan de tribus de iberos en tierras francesas. Un siglo más tarde, Heródoto ya determina que Iberia es la forma adecuada de llamar al territorio.

Sea como fuere, los principales pueblos que dominaron el entorno peninsular y que fueron agrupados -quizá de forma inadecuada bajo el genérico iberos- recibieron el nombre de oretanos, bastetanos, túrdulos y turdetanos, y a mencionados por Plinio el Viejo y también por Estrabón. Sus orígenes se entroncan con el final del mundo tartéssico, y se extiende hasta el siglo I antes del cristianismo, bastante después del inicio del dominio romano en la península. Sociedades jerarquizadas que conocían y dominaban a la perfección el uso del metal, estos pueblos iberos conocían también la escritura, cierto tipo de urbanismo, y brillantes y peculiares formas de manifestaciones artísticas. Es un urbanismo sencillo, modesto, elemental, de calles rectas, con viviendas de zócalos pétreos, muros de adobe y techumbres de madera y follaje, impermeabilizados con barro. Se esmeraron mucho más en la arquitectura funeraria, caracterizada por grandes monumentos que reflejan el poder de la alta aristocracia. Sobresale el tipo de enterramiento con cámara sepulcral subterránea, o bien en superficie cubierta por un montículo de tierra, donde era llevada la urna funeraria que contenía las cenizas, acompañada por un rico ajuar. La Necrópolis de Galera en Granada, o la Tumba de La Toya en Peal de Becerro -Jaén- son dos ricos ejemplos.

La escultura es de las más originales que se puedan encontrar, con una total despreocupación por el canon y la simetría, y con una forma de hacer propia que sobrevivió a las influencias fenicias y griegas, mientras que prestaba una minuciosa atención a la reproducción de los detalles que más pudieran interesarles. Solían estar pintadas, y también exentas de los muros y construcciones, siendo infrecuentes las de tipo monumental y las representaciones humanas. Estas dos últimas tipologías es prácticamente imposible hallarlas fuera del ámbito andaluz, por mucho que la literatura ibera sitúe sus fronteras hasta el mismísimo Ródano.

Los Oretanos se extendieron por Jaén, Albacete, Ciudad Real y Cuenca, sirviendo de “enlace” con los pueblos de la meseta y del levante. Controlaron zonas ricas en minería y yacimientos de metal, lo que acabó por reflejarse en su producción escultórica. Se centraron en la representación de figurillas de bronce de animales y personas. Los hallazgos de Collado de los Jardines y Castellar, ambos en Jaén son los más representativos de este pueblo.

Los Bastetanos tenían su centro de poder en Basti, su capital, actual provincia de Granada, desde donde se extendían por todo el oriente de Andalucía. En una de las dos necrópolis de la capital apareció en 1971 la llamada Dama de Baza. Fue llamada así al creerse que representaba a una aristócrata difunta, apoyada esta teoría en el orificio lateral de la escultura pensado para albergar la urna cineraria. Una segunda teoría hace plantear que se trate de Astarté, por la paloma que sujeta en su mano izquierda. Un tercer planteamiento ofrece la posibilidad que sea el retrato de una difunta, asimilada a una diosa. En cualquier caso, está datada a comienzos del siglo IV antes de Jesús, y se trata del más bello ejemplo de esta tipología de escultura, por mucho que la más conocida sea su hermana ilicitana -tal vez más conocida que la granadina por el hecho de que ésta última no es “andaluza”, y esto no le ha perjudicado como el hecho de serlo sí perjudicó a tantos otros vestigios de la antigüedad-.

Los túrdulos dominaron el centro y el norte andaluz, extendiéndose por gran parte de Sierra Morena y llegando hasta la Meseta Central. Suyas son las manifestaciones más antiguas, representaciones de toros y leones con significado religioso. Los Toros de Porcuna -Jaén- y Azcona -Granada-, son dos brillantes ejemplos de estas esculturas, completados también con el León de Bujalance, en Córdoba. De Porcuna es también el yacimiento de Cerrillo Blanco, antigua ciudad de Ipolka, con importantes restos datados en torno al año cuatrocientos antes de nuestra era.

Por último, los Turdetanos son los herederos directos del reino tartessio, lo que los convierte en un pueblo muy distinto al resto de pueblos iberos. Plinio el Viejo los sitúa entre el Guadiana y el Guadalquivir, llegando hasta Ronda. Los hallazgos de la necrópolis de Carmona, usados posteriormente en la elaboración de la muralla cartaginesa, son los más importantes del entorno turdetano. Entre ellos destacan el relieve del saltimbanqui, el del Cornicen, y el relieve de la Cierva.

Una vez más, encontramos un amplio y rico muestrario cultural en las tierras meridionales de Europa, de producción propia, más allá de la visita y asentamiento de pueblos foráneos que quedaron cautivados por el lugar, y se quedaron definitivamente en él. A partir de este momento, la irrupción de las dos primeras potencias eminentemente militares del Mediterráneo cambió la vida de estos pueblos de forma irreversible. Es la guerra. 



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