La experiencia del invierno


ANTONIO A. MORENO
TREMP


Ya no contamos los años por inviernos, a lo sumo por primaveras y en el caso de que se trate de una persona joven. Sobrevivir a la estación oscura y fría no es noticia, al contrario de lo que sucede con el esplendor juvenil. Se espera que el invierno sea benigno y pase lo antes posible. Pero se diría que al invierno no le gusta poner las cosas fáciles, no es su estilo. Por eso suele hacerse largo y duro de atravesar. Tanto que empieza con unas prudentes vacaciones para alumnos y profesores, o con las salas de urgencias congestionadas de pacientes. Y su final viene a coincidir con la Semana Santa, donde se conmemora el triunfo de un amor que disipa las nieblas. La vida será algo casi inevitable a partir de ese momento.

Pero hasta entonces hará falta previsión y perseverancia para desenvolverse por esos territorios. Los inviernos de hoy pueden ser más dulces que los de antaño, gracias a la calefacción, si bien eso no basta para conjurar los peligros. El ánimo se contrae, la ansiedad acecha, las articulaciones o la espalda evitan tal vez dolorosos mensajes. Es posible que nos envuelva un sentimiento de soledad o que un ser querido concluya su andadura por esta tierra.


El invierno no es un mero paréntesis en el conjunto del año. De alguna manera, nos propone un cambio de nivel. La luz o la alegría escasean fuera, habrá pues que bombearla desde dentro. El frío poda lo superfluo y realza lo esencial por contraste. Las fiestas de Navidad y Año Nuevo, a menudo desaprovechadas, ofrecen un viejo antídoto para reconciliarse con todos esos aspectos, gracias al calor de la familia y los amigos.

No hay comentarios :

Publicar un comentario