La magia de la Navidad

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


La Navidad son postales, muñecos de nieve, recuerdos, panderetas, villancicos, regalos, luces, polvorones, pavos, langostinos, la misa del Gallo, el árbol adornado, portales de Belén, niños loteros, anuncios de turrón y almanaques sin estrenar. Hay gente que ama estas fiestas. Otra gente las odia. Sea como sea, es Navidad.

Desde siempre se ha asociado a la Navidad con la pobreza y la fraternidad. Jesús nace en un pesebre, sin seguridad social, sin hospital donde poder acudir. Nada que ver con lo que tenemos ahora. La llegada de estas fiestas nos podía llevar a hacer cosas diferentes. A darnos a los demás y a los que más lo necesitan. Pero no. Incluso se olvida, en muchas ocasiones, el sentido religioso de la fiesta.

La Navidad ha cambiado su sentido con el paso del tiempo. No es tiempo de paz y de amor. Intentamos querernos más, ser mejores y discutir menos aunque realmente lo que hacemos es consumir más. Los grandes almacenes son una masa humana que se aprieta con las compras.

La Navidad es una tienda abierta con familias enteras comprando móviles, regalos y juguetes de corta vida. La Navidad es la fiesta de lo material. Lleva tiempo siéndolo. Una fiesta que vuelve en forma de anuncio. Ya es Navidad en el Corte Inglés. Ya vuelve el Almendro a casa por Navidad y las muñecas de Famosa se dirigen al Portal. Lo sabe todo el mundo con la Sidra El Gaitero, famosa en el mundo entero.



“Noche de paz, noche de amor”. Son los acordes de una canción que está en nuestra infancia porque las navidades pertenecen a esa época. Y allí seguimos, en nuestra infancia, montando el belén con pocas figuritas, cantando algún villancico y recordando aquellas cenas familiares de antes donde nos faltan las sillas de los que se fueron.

La Navidad son imágenes de ellos (los que no están), sabores y recuerdos. Son películas de sobremesa, reuniones que se repiten de la misma manera todos los años. Sentados con seres queridos a los que podemos ver y a otros a los que le hacemos cuerpo. Y los olores a hierba fresca recién cortada para el Belén. Olores de paja, de cortezas de alcornoque, de la arena que traíamos para hacer los caminos por donde iban los pastores. Hasta el corral olía bien, pues en cada portal había uno con las gallinitas, los patos y los gansos.

El frío ha llegado y lo ha hecho en la puerta de la Navidad. Viene con más de un mes de retraso. Gorros, guantes, bufandas, leotardos. Y a tomar la calle. En ella el otro día me encontré a una mujer que me dijo:

– ¡Qué cosa sería la Navidad de antes que la magia estaba en las sorpresas!

–¿Y dónde estaban las sorpresas si los Reyes eran más pobres?, le preguntaba yo. Su respuesta me estremeció.

– ¡Eso es que ahora no se puede sorprender a los niños pero antes te sorprendían con cualquier cosa o con el caballito del año anterior!

Una gran verdad. Los chavales han perdido su capacidad de sorpresa al tenerlo todo. Siempre estamos debatiendo sobre cuál eran las mejores Navidades. Y en realidad las mejores Navidades no eran las de los años 50 ni las de los 60, ni las de la transición. Ni tan siquiera son las de ahora.

Las mejores Navidades son las de la infancia de cada uno. Volvemos a esa época de niños cada vez que se aproximan estas fechas. Es la magia de la Navidad que nos lleva a nuestra vida pasada en forma de cuento.


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