Los Santos Inocentes

Los santos inocentes son aquellos infantes que murieron antes de tener uso de razón. Así me lo explicaron a mí cuando fui a Santa Catalina a prepararme para hacer la primera comunión. ¿Pero a dónde iban las almas de estos infelices?

Me dijeron que al limbo. Y yo siempre creí que el limbo era una especie de escuela cagona que tenían en el Cielo. Pero ahora la iglesia ha decidido que el limbo no existe.

Y me pregunto: ¿Qué hacemos ahora con los santos inocentes?



Este problema ya los teníamos resuelto en Pozoblanco. Los que iban al limbo se les enterraba en los nichos que están al entrar al cementerio a la izquierda. A continuación de la casa que habitaba el enterrador con su familia. Ahí existen lápidas que tienen un siglo. Y antes de que se hiciera este cementerio no tengo muy claro donde los enterraban. En la iglesia creo que no. Porque los que recibían la tierra en la parroquia lo hacían en la creencia de que los difuntos debían de estar allí al menos dos años, que era el tiempo que se suponía que debían estar en el Purgatorio, que es un peldaño que deben superar los que murieron con algún pecado inconfeso. No tengo claro si este lugar ha desaparecido o le queda muy poco para hacerlo.

Yo recuerdo con cariño el tiempo de catequesis que me dio Don Celestino para prepararme para mi primera comunión. Me hizo mucha ilusión porque era una de las pocas veces en que nos juntábamos los niños y las niñas de los colegios. En los ensayos nos emparejaban a un chico y una chica para caminar al altar. Allí en esos preludios empezábamos a dejar de ser santos inocentes.



Y como ocurre casi siempre, pasé de santo inocente al jocoso deporte de gastar inocentadas. En este apartado Pozoblanco tiene un gran historial. El tomarle el pelo, con humor y sin acritud, al prójimo ha sido secularmente una costumbre, que a fuerza de repetirla, casi ha llegado a ritual. Y como sumo sacerdote del arte de gastar inocentadas, en la historia de mi pueblo, aparece El Rubiales. El Rubiales era de apellido Ballesteros, y su hermano tuvo una sombrerería frente a la estatua del “Tío de las pelotas” que es como la cultura popular taruga conoce el monumento a Juan Ginés de Sepúlveda.

Fue El Rubiales un gran poeta carnavalero. A su inspiración se debe el romance de La Cochina política. Aquella que se comió a un lechero noriego. Pero su gran hazaña en el día de los Santos Inocentes la realizó por teléfono en los años cuarenta. Fue cuando la industria farmacéutica puso de moda el supositorio. Y aprovecho el momento para llamar a una farmacia de Pozoblanco:

Farmacia de Don Moisés Moreno.


Oiga, ¿es la farmacia?
Y el mancebo le dijo que sí, y entonces le preguntó: 
¿Tienen supositorios?
Y le dijeron que sí. Y con rapidez le respondió al interlocutor: 
¡¡Pues métetelos por el culo!!
Poco tiempo después volvió a llamar a la botica y dijo: 
¿Es la farmacia?
La respuesta fue afirmativa. Y El Rubiales, impostando la voz dijo: 
Soy el jefe de los municipales y me han comunicado que hay un gracioso llamando a las farmacias preguntando si tienen supositorios, y si dicen que sí, contesta que se los metan en el culo. ¿A ti no te habrá llamado?
Si lo ha hecho — respondió el mancebo.
¿Y hace mucho? — Respondió el falso jefe de la policía municipal.
Hará como una media hora.
Y El Rubiales le espetó: 

¡Pues sácatelo que ya te habrá hecho efecto!

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