Saliendo a la pizarra... 'Padres helicóptero'

PAQUI PLAZUELO MERINO 
(Psicopedagoga)


En los últimos tiempos, en las reuniones de claustro del profesorado resulta evidente la preocupación hacia el “sobreproteccionismo” de los padres y madres hacia sus hijos e hijas, incluso dicho desasosiego transciende a las charlas mantenidas en las guardias de los recreos por parte de los docentes. Esto es lo que se conoce como “Padres Helicóptero”.



Este término, aunque resulte extraño, surgió ya en la década de los 60, cuando el psicólogo Haim Ginnott, experto en psicología infantil, escribió el libro “Between Parent & Teenage” (traducido al español, “Entre Padres e Hijos”). En él se describe un modelo educativo caracterizado por el cariño y la disciplina al mismo tiempo. Dicho con otras palabras, estilo de crianza democrático. El autor refleja como existe una relación tóxica entre los protagonistas del título, interfiriendo significativamente el mayor en el desarrollo evolutivo del menor. Años más tarde se retomó esta expresión para hacer referencia a un fenómeno que se estaba extendiendo entre las familias de clase media de países más desarrollados.

“Padres helicóptero”: superprotectores o intromisivos, descripción más exacta que he encontrado sobre el vocablo. Padres que se preocupan de manera desmesurada por sus hijos, adoptando un rol de guardaespaldas, obsesionados en resolver las dificultades de sus descendientes y tomando decisiones por ellos mismos. Pero, ¿qué efectos tiene este modo de actuar sobre los más pequeños? La tendencia a la hiperpaternidad solo consigue que los niños sean inseguros, miedosos, incapaces de tolerar la frustración, de tomar decisiones por sí solos y de asumir responsabilidades. Es más, podría decir que el principal problema que conlleva es la falta de confianza en sí mismos y el desconocimiento de sus propias capacidades.



Sin ir más lejos, por la labor que desempeño me es inevitable no estar a la orden del día en estos temas, y rara es la vez que una madre, ya que, desgraciadamente, son principalmente estas las que se hacen cargo de la labor educativa, no escribe al grupo de WhatsApp de la clase de su sucesor para informarse de qué tiene que hacer de tarea o qué debe estudiar, ya que este no lo ha anotado en su agenda en el momento que debiera haberlo hecho.

Queramos entenderlo o no, los niños deben tener unas responsabilidades, ajustadas a su edad, y no se les debe privar de ellas. Es decir, hay que favorecer que hagan por ellos mismos lo que son capaces de hacer en cada momento y que por tanto adquieran autonomía personal. Cuando son pequeñitos, evidentemente, las tareas a realizar van a ser más sencillas y no hay que exigir que las hagan perfectas.

Por ejemplo, si con 1 ó 2 años empiezan a comer solos con la cuchara es normal que derramen comida. Conforme van creciendo, sus responsabilidades también han de ir aumentando. Valga como ejemplo en este caso el que un niño de Educación Primaria, de entre 6 y 12 años, debería vestirse solo, preparar su mochila del colegio y anotar las actividades en la agenda escolar. Sin embargo, es muy habitual que los padres hagan por los niños lo que podrían hacer ellos solos para, de este modo, hacerlo más rápido y mejor. ¡Tremendo error!


Podríamos describir la situación que vengo planteando como si los progenitores sobrevolaran sobre sus retoños predispuestos a realizar una operación de rescate cuando noten el más mínimo signo de alerta. Bien es cierto que los tiempos cambian, y que hubo un tiempo, en el que a los pequeños no se les prestaba demasiada atención y si tenían rabietas eran ignorados hasta que se les pasara. No obstante, poco queda de aquel modelo de educación. El estilo de crianza que predomina en nuestros días implica convertir a los más pequeños en el centro de atención, dándoles todo lo que desean cuando lo desean, sin dilaciones. Digamos que no hemos sabido encontrar un punto de equilibrio entre los dos estilos. Como muy bien dijo Carles Capdevila en la Sexta hace unos días: “A los niños se les educa estando al lado, no encima”.


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