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ANTONIO JIMENO MÁRQUEZ


Haga la prueba. En la próxima reunión de amigos o familiares en la que participe, pregunte qué les sugieren los nombres de Yagoda, Beria, Holodomor, Vorkutá, Kolymá, Lubianka, NKVD, Gulag y Dzerzhinsky. Seguramente, la mayoría se encogerá de hombros y dará la callada por respuesta, aunque no falte quien, en un arrebato de eso que ahora llaman estúpidamente cuñadismo, afirme que son jugadores de fútbol o de la NBA de algún país de la antigua Europa del Este.

¿Qué es lo que hace que nombres escritos con sangre en la Historia del siglo XX pasen desapercibidos para la mayoría de las personas? 

¿Por qué, en cambio, los nombres de Gestapo, SS, Goebbles, Auschwitz, Holocausto y Núremberg son conocidos por la amplia mayoría de los ciudadanos?

Si, a decir de Martin Amis en Koba el temible, el nazismo, con toda su maldad, no destruyó la Sociedad Civil mientras que el bolchevismo de Lenin sí, ¿cómo es posible que aún haya gente que excuse y defienda al Comunismo siendo este responsable de decenas de millones de muertos y millones más de encarcelados?

¿No es una indignidad celebrar el centenario del golpe de Estado que propició el sistema totalitario más sanguinario, liberticida y fabricante de pobres de la Historia de la Humanidad?

Todos los comunistas, la gran mayoría de los marxistas y una proporción nada desdeñable de socialdemócratas, celebrarán durante todo este año el pasado de una ilusión, el centenario de La Revolución Bolchevique. Pero como diría el gran pensador liberal Jean François Revel, estarán celebrando una mentira. La más grande y dramática mentira de nuestro tiempo. 


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