Tempus Fugit

FRANCISCO J. MUÑOZ MACHADO


En la última semana del pasado año, y la primera de este, he recapacitado acerca del estado de mi memoria, en comparación con la de mis semejantes.

El último miércoles de diciembre me encontré en el ascensor con mi vecino del sexto. Le deseé feliz año y me dio las gracias con gesto apesadumbrado.

¡Vaya ruina que tenemos en casa! — me dijo. Un virus informático está borrando los registros de memoria de mi mujer.

¿No será la edad? — insinué.

No sé, últimamente se le olvidaba el nombre de sus nietos.

Arturo, mi vecino, me explicó con detalle lo que estaba sucediendo. Un virus informático había invadido su casa y amenazaba epidemia familiar. Se lo había advertido a su mujer. El abuso del ordenador no podía ser bueno. Él mismo se había negado a entregar al computador sus datos personales. Pero le preocupaba ver cómo, cada mañana, el portátil de su esposa anunciaba alto riesgo y le mandaba mensajes para poner en marcha, previo pago, el programa antivirus. De pagar nada- respondía Manuela, su mujer. Y seguía usando el ordenador como si tal cosa. Le advertí que asegurara la información en algún disco duro externo. Tampoco me hizo caso. Y cuando los virus de su PC saturaron sus programas, saltaron a su memoria y comenzaron a devorarla.

Así están las cosas en este momento — me aseguró Arturo con cara de circunstancias. Voy rápido a comprar la prensa. A lo peor, cuando vuelva, ni me conoce.

Salí de casa en dirección a mi oficina. Pensaba en el extraño relato de mi vecino, hasta que recordé que era el Día de los Inocentes.

Al pasar por el restaurante de La Leñera estaba el maître en la puerta. Se acercó a saludarme y me preguntó a bocajarro:

Usted que tiene influencias sabrá el número que va a tocar en la lotería del Niño.

¿No lo voy a saber? Terminará en cuatro. No se lo diga a nadie a ver si no lo van a gafar.

El día seis de enero, cuando fui a comer al restaurante con mi familia, me recibió con gesto serio.
A punto ha estado de llevarme a la ruina. ¡Mire!

Y me enseña tres décimos terminados en cinco. ¡Los errores a los que puede conducir la falta de memoria! — me digo.

La ocurrencia de mi vecino Arturo y la desilusión de Ángel, el maître, sirvió de tema de conversación con mis contertulios habituales El coronel Ruiz afirmó que para recordar lo mejor es escribir, porque las cosas no escritas apenas permanecen, o permanecen mal.

Le insinué que había mucha tradición oral. No me hizo caso. Mi amigo tiene un modo tan rotundo de hablar que resulta difícil contradecirlo.

Empero, el Coronel y yo, teníamos algo en común. Éramos emigrantes y perdimos hace años contacto con los espacios habitados cuando niños. Mantenemos recuerdos discontinuos, tartamudos, sin actualizar.

Le informo que soy afortunado porque recibo noticias sobre mi pueblo por medio de un semanario local, La Comarca. Me mantengo al día y sus fotos me sirven de recuerdo.

Pagina 7 del nº 100 del Semanario La Comarca (28/01/2017).


Me dice Miguel Cardador que el semanario La Comarca va a publicar su número cien ¡Cómo pasa el tiempo! Y cuánto mérito tiene haber llegado hasta ahí, seleccionando las noticias, buscando una información equilibrada. Incluso, si me apuran, limitando el acceso a los poetas que tanto abundan en las Siete Villas. No es que yo sea enemigo de los poetas, ni mucho menos, pero estoy de acuerdo con aquello que Platón escribía en varios de sus Diálogos, es decir, que los poetas no convienen en el gobierno de las Repúblicas.

Pese al esfuerzo de los buenos informadores algunos hechos no se publicaron nunca y su recuerdo morirá con sus protagonistas. Estos días he intentado reconstruir un suceso acaecido en Pozoblanco, en torno al año 1967, no guardado en ningún registro público. Intenté la ayuda de mis coetáneos pozoalbenses, pero mucho me temo que su memoria sea tan flaca como la mía. La historia ocurrió como sigue:

Éramos jóvenes. Asistía yo en Madrid a un curso de dirección teatral de dos años, cuyos ponentes eran los principales directores de teatro de entonces. A los alumnos nos permitían estar presentes, aunque mudos, en algunos ensayos. Por ejemplo, recuerdo haber visto, en el María Guerrero, a José Luis Alonso preparando la trilogía de Valle Inclán: La Rosa de Papel, La Enamorada del Rey y la Cabeza del Bautista. Y haber escuchado las explicaciones de Miguel Narros. Y a José Monleón relatando la mise en scéne de una Antígona, en Valladolid. Y haber asistido a la representación de La Cantante Calva de Ionesco, realizada por un grupo amigo, en el espacio que hoy ocupan los teatros del Canal. O la puesta en escena del entremés de Cervantes, El viejo celoso, que hicieron mis compañeros de curso. Taparon la techumbre del escenario con paraguas invertidos, disimulando goteras. El teatro era para nosotros un instrumento para la crítica política.

Fue en aquel tiempo cuando un grupo de estudiantes de Pozoblanco, en vacaciones de verano, nos lanzamos a hacer “teatros leídos”. Recuerdo el socorrido “Llama un inspector” de Priestley, intentamos el Galileo de Brecht, tal vez alguna obra de Buero, otras que ya he olvidado. Pero, echándole más valor, representamos, en el teatro del Pósito, “El Triciclo”, de Fernando Arrabal, autor poco querido por el “Régimen”. Su teatro de apariencia inocente era como una pedrada ácrata contra el “Sistema”. Actores principales que recuerdo fueron Camila, Santiago, Augusto…Éxito extraordinario de público, excelente interpretación. Pero se nos coló entre los espectadores el cura párroco de santa Catalina que se salió a poco de empezar, escandalizado.

Yo había escrito un resumen sobre el autor y la obra, y el guión de un happening, previo a la representación, cuyos intérpretes éramos mi amigo Jose Luis, en el papel de un militar anónimo, y yo, en el papel de cura. Algunos pensaron que el happening contenía un mensaje político inaceptable para las autoridades de entonces. En su corto papel, el militar se paseaba por el escenario buscando un lugar en donde ahorcarse; y el cura echaba un sermón erasmista en el  que aseguraba que para ganar el Cielo era aconsejable ser tontos. Lo decía Erasmo de Rotterdam, no yo, pero eso no lo sabía el público. Además, nosotros no pretendíamos adoctrinar a nadie, sino ayudar a los espectadores a entender la obra que se iba a representar, a la manera que hacía el Living Theatre. Fue un escándalo.

El alcalde tomó cartas en el asunto y me llamó a su despacho buscando vinculaciones inexistentes. La Guardia Civil pidió informes a Madrid y nos abrió ficha. Luego, no hubo nada. Humo. Pero ahí se acabaron nuestras aventuras teatrales en Pozoblanco porque no nos dieron más permisos para usar el Teatro. Teníamos, según mis notas, varias obras en cartera. La representación que digo fue una tarde de verano y el bueno del cura de santa Catalina, preocupado por la salvación de mi alma, me llamaba cada semana.

Era difícil convencerle que no se trataba de una conjura anticristiana, sino de un divertimento cultural sin más transcendencia.

Cuando he contado esto a los protagonistas de entonces me aseguran que apenas lo recuerdan.
Insisto y les doy detalles.

Uno de los actores sostuvo muy dignamente sobre su cabeza un orinal durante gran parte de la función.

Me miran sorprendidos y piensan que estoy inventándolo todo. ¡Pobres amigos desmemoriados!
Sin duda, me digo, son hechos destinados al olvido.

No era tan descabellada la inocentada de mi vecino Arturo. Él y su señora tienen más de ochenta años. Les he contado a mis contertulios habituales estos acontecimientos teatrales de mi juventud y mi preocupación por la amnesia de mis coetáneos. Han estado atentos a mi relato.

Cuando termino, el Coronel aprovecha para decirme que hoy todo el mundo anda pegado al teléfono o a la tableta, pendientes de la rabiosa actualidad.

¡Y así nos va! — sentencia. Sin referencias del pasado el hombre se convierte en objeto manipulable de alto riesgo.


Ahora que el tiempo se me escapa, tempus fugit, recuerdo que aquellas peripecias me sirvieron para aprender y mejorar. Tal vez les ocurrirá lo mismo a los responsables de este semanario cuando miren hacia atrás y vean los cien números que dejan a sus espaldas.

Enhorabuena.

No hay comentarios :

Publicar un comentario