Se cumplen 35 años del libro ‘El C.D. Pozoblanco y su historia’ de Manolo García Cano

EMILIO GÓMEZ
(Periodista)


Las cosas cambian. Es verdad que guardan siempre sus reglas pero con el paso del tiempo introducen cambios que transforman su imagen. Lo digo por el fútbol. Es cierto que se juega con balón, con once jugadores y a instancias del silbato del colegiado. No obstante, han cambiado muchas cosas. Las botas de ahora parecen naves espaciales de colorines. Antes eran todas negras.  No eran de esos colores fosforescentes y chillones como en la actualidad.

Los jugadores están mejor preparados. Existe la figura del preparador físico. Junto a ellos fisioterapeutas, nutricionistas, psicólogos. Antes en el banquillo estaba el entrenador y el masajista con la toalla al cuello y el linimento. Recuerdo, de muy pequeño, al mítico Pedro o a Luis Prados echando agua milagrosa a los jugadores y a los que se metían con él en la grada.

Los futbolistas de ahora salen con gomina, arreglados para la ocasión pues son jóvenes.  Los peinados son como si salieran a una discoteca. Antes muchos llevaban bigote (Del Bosque, Miguel Ángel, Migueli, Benito, Gullit, Schuster). También hubo jugadores en el Pozoblanco con bigote (Raya, Pablo, Rojas, Redondo I, Guijo).



También ha cambiado el tapete donde se juega. Quitando los clubes grandes, casi todos juegan en césped artificial. La última novedad son los terrenos de juego híbridos, compuestos por hierba natural y artificial. Nada que ver con esos campos de tierra de antes o esos de los equipos vascos embarrados hasta arriba. ¿Y las camisetas? Son de plástico reciclado. Diferentes a las camisetas de algodón y pantalones muy cortos.


Aquellos balones de costurones de nuestros abuelos nada tienen que ver con los de ahora. Recuerdo que un día de la Romería  Virgen de Luna de 1982, mi padre me compró el libro de Manolo García Cano, quien me firmaría posteriormente su libro. Lo he leído cientos de veces. El otro día lo encontré en una de mis viejas estanterías. Con este libro recordé, de nuevo,  aquellos partidos en el Virgen de Luna, a jugadores que eran héroes en el público y a espectadores de sol y sombra en aquel tendido de los sastres enfrente de los banquillos de piedra donde se metían los suplentes. El marcador de números de madera intercambiables estaba en la parte del sol. 


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