Creced y multiplicaos (La población de las Siete Villas en los siglos XVI y XVII)

JUAN PALOMO PALOMO


Cuando en 1553 Villanueva de Córdoba y Añora alcanzaron el rango de villa quedaba configurada la entidad de las Siete Villas de los Pedroches, a las que no solo unían lazos históricos, sino también la gestión compartida de espacios comunitarios. El objetivo del presente artículo es analizar la evolución de la población de las Siete Villas en su primer siglo y medio de existencia como tales, es decir, desde mediados del siglo XVI a finales del XVII.

Si observamos la tabla de datos adjunta, en 1561 había en las Siete Villas de los Pedroches un total de 3.538 vecinos (que podrían suponer de unas trece mil a catorce mil personas), mientras que a finales del siglo siguiente, en 1694, se había descendido a 3.363 vecinos; es decir, que en estos casi ciento cincuenta años se produjo una merma de población del cinco por ciento. También se constata un cambio en las villas más pobladas: mientras que a mediados del XVI eran Torremilano y Pedroche, con un 40,6% de la población total de las Siete Villas, en 1694 lo eran Pozoblanco y Villanueva de Córdoba, acumulando ambas más de la mitad de los habitantes de la comarca.



En el gráfico se constata que la población total de las Siete Villas tuvo un ligero incremento desde mediados del siglo XVI hasta los del XVII; durante la segunda mitad de ese siglo se produce un declive generalizado en el número de habitantes en todas las villas, con excepción de Villanueva de Córdoba. Entre 1561 y 1694 hubo notables diferencias interlocales. La más destacaba es la enorme pérdida de Pedroche, cuya población en el último año era sólo del treinta por ciento que un siglo y medio antes; también tuvieron notables mermas Alcaracejos (que llegó al 58%) y Torrecampo (con un 67% de los efectivos iniciales). Añora y Torremilano tuvieron un ligero descenso, de entre el diez y el quince por ciento. Al contrario, Pozoblanco y Villanueva de Córdoba incrementaron sus habitantes, aunque solo Villanueva continuó creciendo ininterrumpidamente, incluso en la segunda mitad del XVII. Entre 1561-1694 la población de Pozoblanco creció un 158%, mientras que la de Villanueva de Córdoba lo hacía un 253,6%.

Alguna explicación tienen que tener estos hechos, de los que hemos de eliminar el factor humano, pues en cuanto a conocimientos o preparación no había grandes diferencias entre los habitantes de cada villa. Creo, más bien, que se deben a otros factores, como el contexto general de la época, con un siglo desastroso como fue el XVII; la situación de las villas en el conjunto; o la gestión de los bienes comunales.



Cuando las Siete Villas están al completo, a mediados del siglo XVI, el noventa por ciento de sus habitantes residían en las seis villas más occidentales. Al norte y oeste de ellas los señoríos de Belalcázar y Santa Eufemia no solo impedían cualquier tipo de expansión o aprovechamiento en esas direcciones, sino que incluso los vecinos de los Pedroches tuvieron que defenderse de los intentos de apropiación por la fuerza de Gonzalo Mejía II, señor de Santa Eufemia. Quizá por ello en estas villas se fomentó al menos desde la época de los Reyes Católicos la industria pañera que, mientras fue efectiva, supuso unos buenos ingresos a sus habitantes.

Este interés condicionó la forma de aprovechamiento de los bienes comunitarios de las Siete Villas, las dehesas de la Jara, Ruices y Navas del Emperador. Hay que aclarar que, entonces, la palabra “dehesa” no tenía el mismo significado que ahora; en un tiempo en que convivían espacios privados con otros de aprovechamiento generalizado o público, una “dehesa” era un lugar del que solo alguien podía beneficiarse. Cuando hacia 1466-1471 se le entregó a Pedroche la dehesa de la Jara suponía que solo sus habitantes podían aprovecharse de sus frutos. Ello supuso confrontaciones entre los concejos de Villanueva y Pozoblanco. Los primeros pretendían que cualquier vecino de las Siete Villas pudiera meter en ellas sus ganados, y labrar sus tierras. Los segundos se oponían con el argumento de que era más beneficioso para los concejos vender la yerba y bellota al mejor postor, con cuyos ingresos se exoneraba al vecindario del pago de algunos impuestos (curiosamente, las élites de los concejos que promovían estas propuestas resultaban ser las más beneficiadas, pues al ser las más acaudaladas habrían sido quienes más hubieran debido pagar). Argüían, además, que era necesario no labrar las tierras de la Jara, pues les interesaba más que creciera la pradera natural con la que pacían los rebaños riberiegos de los que se nutrían los telares comarcales. Si la propuesta del concejo de Pozoblanco salió adelante es porque contó con el apoyo del resto de villas, con intereses también en la industria textil.

Pero ésta sufrió en Córdoba un colapso desde finales del siglo XVI: sus primeros instigadores, comerciantes cordobeses, dejaron de apoyar esta economía productiva para meterse de lleno en la meramente especulativa. Los telares de los Pedroches siguieron tejiendo, aunque sin la cantidad ni los rendimientos que antes.

Estamos también en lo que se ha denominado la Pequeña Edad de Hielo, un descenso generalizado de las temperaturas entre los siglos XIV y XIX, que tuvo su periodo más frío en el Mínimo de Maunder (1645-1715). A las cíclicas hambrunas por causas meteorológicas se les unieron epidemias que diezmaban a la población, como reflejan las actas capitulares del Ayuntamiento de Pozoblanco de finales del siglo XVII.

Con un entorno político, social y ecológico desfavorable durante ese siglo; sin capacidad de expansión agraria al norte y oeste de las Siete Villas; con la industria textil (columna vertebral económica antes) en pleno descenso, solo Pozoblanco y Villanueva de Córdoba consiguieron que el número de sus habitantes se incrementara en los ciento cincuenta años analizados. Considero que en el primer caso se debió a que sus habitantes supieron hacer valer su posición central respecto a la mayoría de las villas, aglutinando buena parte de la industria y servicios comarcales: a finales del siglo XVII solo uno de cada ocho vecinos de Pozoblanco vivía de la ganadería.

Por el contrario, a la población de Villanueva no le afectó la crisis de la industria lanera, pues durante los siglos XVI y XVII apenas si había participado en ella. Tampoco obtuvo más rentabilidad de su cercanía a la dehesa de la Jara, pues el resto de villas mancomunadas se opuso a sus propuestas. Pero tenían una gran ventaja respecto a los habitantes de las otras villas: si no podían labrar en la Jara, llevaron sus arados y ganados a otros términos cercanos, como Obejo o Montoro, e incluso más alejados, como Hornachuelos.

En definitiva, durante un tiempo especialmente duro para la población española en general, el siglo XVII, los habitantes de Villanueva de Córdoba y Pozoblanco le sacaron partido a su ubicación, apostando los primeros por la expansión agropecuaria, incluso por otros municipios si fuera menester; y con la dedicación a la industria y el comercio los segundos. 


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