El Antoñito ‘El Varas’

JUAN JESÚS FERNÁNDEZ RUIZ
(Panalo)


Ha muerto. El día 19 de marzo pasado. Q.E.P.D.

Auténtico. Amigo de sus amigos. Inteligente. Simpático (muy cachondo)... Son algunos de los adjetivos que se podrían aplicar a don Antonio Ruiz Muñoz, más conocido por “El Antoñito el Varas”. Lo de “muy cachondo” es una variante que se aplica en nuestra comarca, sobre todo en Pozoblanco, de forma cariñosa. Era el estandartero mayor de la Cofradía de San Gregorio.
Este pueblo vio nacer a Antonio en el último trimestre del año 1949. Ya había tenido un hermanito que falleció con dos añitos.

Antonio es de mi quinta. Para los más jóvenes: “Llámese quinta al grupo de personas (sólo hombres, pues las mujeres no entraban en quintas como el hijo de Pilatos en los misterios historiosos) que eran llamadas por el gobierno de la nación para formar parte del ejército”. Se marchó a Hospitalet de Llobregat después de la muerte de Julián, su padre. Parece que fue ayer, pero ya hace más de treinta años.

Antonio era una de las personas que cuando se conocen… no se olvidan. Era amigo de sus amigos. Era consciente de que tenía el síndrome de Down y lo llevaba muy bien, pues se sentía orgulloso de sí mismo y no tenía complejos…, o los ocultaba magistralmente. Siempre tenía una cosa graciosa que contar que no hería a nadie o una chulería de las suyas. Lo decía con un arte y una gracia que nos hacía sentirnos bien, a gusto.

Echábamos una tertulia después de dejar las parientas (así llamábamos a las novias en los felices años setenta) en el bar de Ramón Vidal que son dignas de recordar por los que las vivimos y sobre todo por el recuerdo de Antonio. Formábamos una cuadrilla, que sin meterse con nadie ni beber demasiado (no teníamos apenas para tabaco del barato…), lo pasábamos del diez (era la nota más elevada; ahora me parece que se le llama M.H.2). Allí nos juntábamos, con la presencia de nuestro amigo Antoñito, el tito Juan (su primo hermano el Frasco “ El Varas”), el Juan “El Jurao”, el Angelito “El Pólvoro”, el Eusebio “El Sevi”, el Andrés “El Culeras” también llamado el “Encinas” (el apellido era al mismo tiempo su mote a veces sí, a veces no), su tito Martín “El mudo” (al ser mudo no hablaba pero cantaba… fatal), el Paquito Torrico, el Faustino, el Manolín “El Agudo” y alguno más que no logro recordar. Las tertulias siempre se realizaban ante los notarios del gabinete Vidal, los insignes Juanito, Ramoncito y Paquito que además de anotar servían copas de Alvear. También había vino de Villaviciosa y de Ayuso tinto con Revoltosa.

He de decir que el Antoñito ostentó el puesto de “encargado” del bar Ramón Vidal por nombramiento del propietario. Era como el jefe infiltrado. Todo lo llevaba en cuenta, baldeo con regadera de la terraza que en aquéllos entonces era de tierra, colocación de mobiliario exterior, etc., etc. Tenía unas dotes de mando excelentes. ¡Cómo le obedecían los notarios!

El Antoñito nos contaba lo buenos que eran sus perros, los gordos que estaban los palomos que criaba en la cámara, lo que le gustaban los toros… Tenía un salero natural inigualable. Ojalá hubiera contado con las oportunidades que existen hoy en día para su tipo de minusvalía psíquica. Veamos el ejemplo del malagueño Pablo Pineda. Nos hacía disfrtar con sus charlas. Lo respetábamos y él lo sabía; por eso le agradaba nuestra compañía.

Por poner una anécdota (de las muchas que podríamos relatar): Su padre era albañil, pero en la época de la campaña de recolección de aceituna cambiaba de oficio y se marchaba con el Antoñito a trabajar de aceitunero. Un año, en vísperas de partir le regalamos cada uno de los amigos un paquete de tabaco. El año siguiente la recolección empezó muy tardía. De hecho el Antoñito y su padre se fueron el día 6 de enero. En el bar de Ramón había un pequeño expositor de tabaco en la parte trasera del mostrador. Estábamos reunidos junto al mostrador todos los amigos y el Antoñito nos dijo:

– Quee… mmaaañana meee… voy a la sierra.

Al mismo tiempo que lo decía con su tartamudeo característico nos hacía ademanes con el dedo índice de la mano derecha moviéndola paulatinamente de arriba abajo y señalando el expositor. Todos lo entendimos, pero como era la nochebuena de Reyes le dijimos:

– Pon una caja de zapatos detrás de la persiana de la ventana de la izquierda de tu casa que te van a echar el tabaco los Reyes Magos.

Nos contestó:

– Ooo… un cajón.

– No, hombre, pon una caja como mucho como las que traen las botas de agua.

Le faltó tiempo para despedirse de nosotros con un apretón de manos.

Cada uno compró un paquete de tabaco y cuando había transcurrido media hora aproximadamente fuimos sigilosamente a depositarlo en la caja. Dentro de la casa no se oía nada. Yo mismo levanté despacito la persiana (que era enrollable de las de cuerda vista y anudable al gusto) y vi la caja. Era una caja de zapatos normal pero parecía que flotaba en el aire.

De pronto se quedó quieta y cada uno depositó dentro su paquete pero uno de los amigos se había entretenido y apareció por la esquina cuando ya volvíamos al bar. Lo acompañamos también muy despacito. Levantamos la persiana y la caja había desaparecido. En voz queda dijimos:

– ¿Qué hacemos?

Desde el interior de la habitación se oyó decir:

– ¡Deeéjalo caer que no se cae!

Allí estaba todavía el Antoñito con su caja preparada. Sabía que le faltaba uno.

Fue una cosa que no se le olvidó nunca. Me acuerdo de que estando yo haciendo la mili en Melilla me mandó mi madre un paquete con el Angelito y el Severo y nuestro amigo colaboró con una cajetilla de Celtas Cortos que me supo a gloria. Esto tampoco lo olvido yo. Sus amigos lo tienen presente en la memoria y esperan que se encuentre donde sea con sus padres, sus perros y sus palomos.


Adiós fenómeno. 


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