Mafia

FÉLIX ÁNGEL MORENO RUIZ


En el pasado festival de cine de Tribeca (Nueva York), se reunieron el director Francis Ford Coppola y varios de los protagonistas de El padrino para rendirle homenaje a esta mítica trilogía, cuya primera parte acaba de cumplir cuarenta y cinco años.

Clásico entre los clásicos, posee innegables virtudes cinematográficas que lo han convertido en un filme de culto: un argumento sólido, que se basa en una más que aceptable novela de Mario Puzo (que, por cosas de la vida, cayó en mis manos antes de ver la película por primera vez); escenas memorables (cada cual tiene la suya. Yo, personalmente, me quedo con aquella en la que don Vito Corleone, entre sollozos, le pide a Bonasera, dueño de una funeraria, que adecente el cadáver de su hijo, que acaba de ser acribillado a balazos); frases inmortales (“Sé que fuiste tú, Fredo. Me destrozaste el corazón. Me destrozaste el corazón” le dice Michael Corleone a su hermano mayor mientras le da el beso de la muerte); una inolvidable banda sonora, compuesta por Nino Rota; una fotografía sobrecogedora, en la que predomina el claroscuro (¿quién no se acuerda de un Marlon Brando en estado de gracia acariciando un gato en la penumbra de su despacho mientras atiende a sus “honorables” huéspedes al comienzo de la primera parte?); escenas de crímenes milimétricamente coreografiadas; continuas referencias literarias, en especial a las tragedias de Shakespeare (aquí resuena Macbeth, allí El rey Leal), en las que se reflexiona sobre temas tan profundos como la traición, la fidelidad, la familia, la ambición, la amistad…

Gracias a la saga de El padrino, a otras películas que siguieron su estela de éxito (Uno de los nuestros o Casino de Martin Scorsese, por poner solo dos ejemplos de cierta calidad), a series de televisión como Los Soprano, nos hemos habituado a convivir con la palabra mafia, pero edulcorada con un lujoso envoltorio de producción americana, lo que ha conllevado un inevitable proceso de mitificación, cuando no de banalización.

Sin embargo, mi conocimiento de la mafia se ha completado luego, a lo largo de los años, con la lectura de escritores italianos que han abordado este inframundo (que parece sacado de la Divina Comedia de Dante) en sus novelas, sobre todo, de los sicilianos Andrea Camilleri y Leonardo Sciascia. A través de ellos, he descubierto que la mafia es algo más sórdido y miserable que las cruentas vicisitudes de una familia italoamericana: el ajuste de cuentas perpetuo (tú matas a uno de los míos y, a continuación, yo mato a uno de los tuyos en una espiral de violencia sin fin), el uso de la lupara (la escopeta recortada del calibre doce con cartuchos de postas) o del más moderno kalashnikov como armas preferidas para asesinar desde una moto o desde la parte trasera de un coche en movimiento, el pago mensual del pizzo (una especie de impuesto especial, similar al que aplicaba la banda terrorista ETA a los empresarios vascos, que no es otra cosa que una vulgar extorsión) si no deseas que tu tienda o tu negocio acaben pasto de las llamas, la ley del silencio que impone el miedo a alzar la voz y a clamar contra la injusticia, el amiguismo y el clientelismo (si no eres, al menos, primo, aunque sea lejano, de un funcionario o de un concejal prevaricador, nunca abrirás un negocio ni te concederán una subvención), la corrupción sin límites que convierte la honestidad en la peor de las desgracias. La sociedad que convive con la mafia degenera así en una especie de letargo comatoso cuando permite que se asiente de forma permanente en todas las instituciones, cuando acepta con resignación que las cosas son así y que nunca cambiarán.

Como escribí más arriba, 2017 ha sido el año del cuadragésimo quinto aniversario de el estreno de la primera parte de El padrino, pero también se han cumplido veinticinco años del asesinato de Giovanni Falcone, juez especial antimafia. El capo Salvatore Riina, apodado La Bestia, mandó su eliminación porque un magistrado tuvo, por primera vez en muchos años, el suficiente coraje de sentarlo a él y a otros mafiosos en el banquillo de los acusados. Para consumar su deleznable venganza, sus sicarios emplearon cien kilos de explosivo, que provocaron un inmenso cráter en la carretera por la que pasaba el vehículo del juez un 23 de mayo de 1992.

En memoria de Falcone, en memoria de su compañero, Paolo Borsellino (que murió dos meses después, por orden del mismo capo), sería deseable que se comprendiera el verdadero significado del término mafia y que nunca se olvidara el dolor que su pronunciación provoca en la sociedad italiana de bien y, en especial, en la siciliana. 


No hay comentarios :

Publicar un comentario