Saliendo a la pizarra... La epidemia de la obesidad infantil

PAQUI PLAZUELO MERINO 
(Psicopedagoga) 


Lamentablemente los medios informativos nos transmiten últimamente más malas que buenas noticias. Una de ellas es el aumento considerable en el número de niños y niñas que tiene un peso inadecuado para su edad. Para los diferentes profesionales, tanto de la sanidad como de la educación, este problema no pasa desapercibido y también son ellos los que dan la voz de alarma.

La obesidad infantil es uno de los problemas de salud pública más graves del siglo XXI. El problema es tal, que se extiende a nivel mundial, lo que ha generado una gran cantidad de estudios e investigaciones por parte de expertos para prevenirla. Ya en 2010 la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó sobre ello, habiendo hasta ese entonces 42 millones de niños con peso por encima del recomendado en todo el planeta. Y en lo que respecta a nuestro territorio nacional, los datos también son preocupantes. Según los resultados de la última Encuesta Nacional de Salud, dos de cada 10 niños españoles tienen sobrepeso y uno sufre obesidad, es decir, aproximadamente el 30% de los menores presenta algún tipo de estas patologías, que con los años pueden desembocar en otras enfermedades mayores.

La OMS determina que la obesidad y el sobrepeso son la acumulación anormal o excesiva de grasa. Para ayarlos basta con conocer el índice de masa corporal (IMC), que de forma resumida se puede calcular dividiendo el peso de una persona en kilogramos entre el cuadrado de la talla en metros. De aquí se puede concluir que una persona con un IMC igual o superior a 25 es considerada con sobrepeso, y con un IMC igual o superior a 30 es considerada obesa.

La causa primordial del sobrepeso y la obesidad infantiles es el desequilibrio entre la ingesta calórica y el gasto calórico. Según los especialistas, los principales desencadenantes de esta enfermedad infantil son, en primer lugar, el cambio dietético mundial hacia un aumento de la ingesta de alimentos hipocalóricos con abundantes grasas y azúcares, pero con escasas vitaminas, minerales y otros micronutrientes saludables. Es complicado competir tanto en comodidad como en economía a la hora de elegir entre un paquete de donut de seis unidades por 1€ frente a comprar fruta de calidad o hacerle un bocadillo al menor para los recreos. En segundo lugar, la tendencia a la disminución de la actividad física debido al aumento de la naturaleza sedentaria de muchas actividades recreativas, el cambio de los modos de transporte y la creciente urbanización. Otros, también incluyen la “correría cotidiana” de los progenitores, lo que hace que no tengan tiempo para prestar la suficiente atención a la alimentación de sus descendientes. El principal inconveniente reside en el posible riesgo de padecer numerosas enfermedades crónicas, entre las que se incluyen la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Por todo ello, aparte de la constante y necesaria alerta de que hay que comer sano y hacer ejercicio de forma regular, es primordial que los más pequeños coman en familia, que tengan las mismas rutinas a la hora de dormir, que no vean la televisión o cualquier otro tipo de pantalla más de una hora diaria, entre otros.

Pero prevenir, ¿desde dónde? Para ello, tomo como referencia esta frase: “Mi escuela es mi segunda casa, pero mi casa es mi primera escuela”, ¡qué gran verdad! Tan fundamental es trabajar desde la escuela como desde casa. Desde los centros educativos se han puesto en marcha programas educativos para fomentar hábitos de vida saludables. Estas intervenciones que se llevan en las aulas también se hacen llegar a las familias a través de numerosos formatos (circulares, página web del colegio, tablones informativos, charlas, tutorías, etc.) y su propósito es intensificar la importancia de la educación para la prevención de la obesidad infantil en el alumnado y resaltar, a su vez, la función de la escuela como educadora de salud.

Indudablemente, el papel de las familias es el que cobra más peso en este sentido, porque, al fin y al cabo, son las que controlan y dirigen la alimentación y el comportamiento general de sus hijos al pasar más tiempo con ellos. Para muchas familias, el tener un hijo gordito, mofletudo y lleno de pliegues es una señal de que el niño está bien, fuerte y, en definitiva, sano. Pero los expertos en nutrición infantil no piensan igual y consideran que estas familias están muy equivocadas.

Como conclusión, decir, que uno de los hábitos que puede prevenir la obesidad infantil es crear la costumbre en el niño de alimentarse bien. Darle el alimento adecuado desde su nacimiento es la mejor forma de mantenerlo con buena salud. Es preciso que el niño pruebe de todo un poco, que su alimentación sea variada y completa. Aparte de este hábito de seleccionar bien los alimentos, es necesario crear el hábito de compartir la comida, la mesa y la compañía, además de estimular a los niños para practicar actividades físicas al aire libre y, si es posible, acompañarlos en alguna de ellas.



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